«La Iglesia debe sorprender siempre», ha escrito el Papa Francisco.
San Vicente se sorprendió a sí mismo… ¡y a la Francia del siglo XVII! ¿Podremos nosotros dejarnos sorprender y convertirnos en una Iglesia sorprendente?
El 14 de junio 2014, el Papa explicó que la sorpresa es un elemento fundamental de Pentecostés, y que la Iglesia debe sorprender a todos cuando anuncia que Jesús superó la muerte.
«Escuchen: si la Iglesia está viva, siempre sorprender siempre. Un aspecto de la Iglesia viva es la sorpresa. Una Iglesia que no tiene la capacidad de sorprender es una Iglesia débil, enferma y moribunda. Ha de ser llevada a una sala de recuperación, de inmediato» (Rome Reports).
San Vicente caminó en esa senda y, ciertamente, sorprendió a la Francia del siglo XVII… y a sí mismo.
«El amor es inventivo hasta el infinito», dijo Vicente a sus seguidores. También les mostró lo que significaba esa inventiva. Pocos santos han sido tan activos. Aunque pusiéramos sobre la mesa tan sólo sus logros principales, la lista seguiría siendo impresionante» (Robert Maloney, «Amor inventivo«, America Magazine).
Vicente vivía en un mundo turbulento tanto en el aspecto civil como en el eclesiástico. Sin embargo, a su muerte todo París lloró.
De adolescente, huyó de la pobreza de su pueblo campesino, fue ilegalmente ordenado a los 19 años y se empeñó en asegurar su futuro como sacerdote buscando con afán trabajos lucrativos. Poco a poco, no obstante, él mismo se sorprendió y se sometió a una conversión extraordinaria que le llevó a dedicar su vida a Dios en el servicio a los pobres.
Impelido por la necesidad de organizar las tareas caritativas en Châtillon, Francia, Vicente, de 36 años entonces, fundó «las Caridades.» La obra se extendió rápidamente. Bajo diferentes nombres y en diferentes lugares, pero vinculados mundialmente como la Asociación Internacional de Caridades, la asociación implica hoy a más de 260.000 miembros en 53 países (Federico Ozanam y seis compañeros adoptaron una estructura similar, siglos después, al fundar en 1833 la Sociedad de San Vicente de Paúl, que ahora reúne a 750.000 miembros en 145 países).
Vicente también fundó la Congregación de la Misión que, al momento de su muerte, se había extendido hacia Polonia, Italia, Argelia, Madagascar, Irlanda, Escocia, las Hébridas y las Islas Orcadas.
Cada vez más involucrado en la reforma del clero, Vicente se reunía todos los martes con los líderes del clero para una formación permanente. Más de 12.000 jóvenes hicieron retiros de preparación para el sacerdocio. Durante los últimos 25 años de su vida Vicente estableció 20 seminarios.
Vicente, a los 52 años de edad, se unió a Luisa de Marillac, una viuda de 42 años con una intensa atracción por la vida religiosa, para fundar juntos las Hijas de la Caridad, liderando así un nuevo camino en el ministerio eclesial femenino.
Cuando la Guerra de los Treinta Años comenzó a relajarse, Vicente organizó las ayudas. Envió al Hermano Mateo Regnard (apodado Reynard, el zorro) 53 veces a través de las líneas de batalla en Lorena, disfrazado y portando una fortuna para el alivio de las personas.
Durante casi una década, Vicente también sirvió en el Consejo de Conciencia, un alto mando administrativo que aconsejaba a la reina en la elección de los obispos. Finalmente, el cardenal Mazarino, cuyos criterios para la elección de los obispos eran más políticos que los de Vicente, maniobró para que éste fuese retirado. Sin embargo, Vicente continuó siendo consejero de los grandes líderes espirituales de la época.
En 1652, la pobreza asolaba París, y Vicente, con 72 años, inició programas de ayuda generalizada. «Amemos a Dios», animaba, «pero que sea con la fuerza de nuestros brazos y el sudor de nuestra frente». Organizó grupos que cada semana distribuían unos 3.000 kilos de carne y 3.000 huevos, así como ropa de invierno y de verano.
Estos ejemplos no son más que algunos momentos señalados a lo largo de su vida de servicio. Tan asombrosas eran sus actividades que en la homilía de su funeral se dijo: «Casi ha transformado el rostro de la iglesia«.
Cuando Vicente murió, el 27 de septiembre de 1660, quedó claro que una profunda espiritualidad había transformado su humanidad.
En el aspecto personal era de carácter fuerte y caía fácilmente en la ira, como un hombre joven. También tenía tendencia a ser malhumorado. Pero reconoció estos rasgos suyos y sintió la necesidad de enfrentarlos. «Me volví hacia Dios y le rogué incesantemente que cambiase mis maneras secas y polémicas, y que me diera un espíritu cálido y suave. Y, por la gracia de Dios, y con el poco de atención que le di para retener los movimientos de la naturaleza, creo que mi oscuro estado de ánimo ha cambiado». Sus contemporáneos atestiguaron que Vicente, en su madurez, no fue sólo inventivo en los hechos, sino que también se había convertido en un hombre cálido, accesible que se relacionaba con ricos y pobres por igual de una manera sencilla y amorosa» (Maloney).
Como seguidores de Vicente y de Luisa, comenzamos un año comprometido, bajo el lema «Juntos en Cristo, nosotros Vicencianos hacemos la diferencia». ¿Podremos dejarnos sorprender y convertirnos en una Iglesia sorprendente? ¿Podremos superar nuestra tendencia a trabajar asilados y aprender a colaborar para marcar la diferencia?
Fuente: FamVin EN
Traducción: Javier F. Chento
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