Los textos sobre la resurrección de Cristo expresan siempre un clima de gozo y alegría, de sorpresa y esperanza. Narran la gran noticia y el gran gozo que ella produce en los apóstoles y en todos aquellos que escuchan su llamada al nuevo camino. La alegría constituye el ambiente de todo el entorno de la resurrección. Las primeras comunidades cristianas vivían intensamente la experiencia del Resucitado en un ambiente de amor sencillo, gozoso y solidario (Cf Hch 2, 43-47). Cuando Felipe comienza la predicación en Samaria, “la ciudad se llenó de alegría” (Hch 8, 5-8).
Pero la alegría pascual no es un remedo de sentimiento superficial que obedezca a algo temperamental o a estados de ánimo cambiantes y carentes de realismo y de densidad de vida. Se trata, por el contrario, de un estilo de existencia cristiana sustentada en el Resucitado. Apunta a esa hondura de vida cimentada en las razones para la esperanza. Tiene que ver con una orientación de nuestra vida en la que “pasó lo viejo y todo es nuevo” (2 Cor 5, 17).
Cuando hablamos de la alegría pascual, talante propio de toda la vida cristiana, nos referimos a esa experiencia profunda proveniente de sabernos enraizados en Él, cristificados, amados y salvados por el Padre; nos referimos a la experiencia de haber descubierto en Cristo Resucitado el verdadero rostro de Dios, su plan de salvación sobre el hombre y sobre toda la creación. En definitiva, nos sentimos alegres por ser poseedores de un don: haber descubierto a Cristo como Camino, Verdad y Vida, y porque su seguimiento llena de sentido nuestra vida y nos sabemos bienaventurados. Sólo así podemos hablar del gozo y de la alegría en medio de un mundo deshumanizado, roto, atormentado, problematizado, angustiado, crispado.
El testigo del Resucitado, por la alegría, no elude la cruz. El testigo del Resucitado sigue experimentando en su existencia la dificultad del camino, el dolor, el mal, el pecado, el desencanto, la oscuridad… Sin embargo, como Él y en Él, tenemos ya la garantía de la victoria definitiva: “¿Dónde está, muerte, tu victoria?” (1 Cor 15, 55). La resurrección no elimina la cruz, pero la ilumina. El Cristo del Viernes Santo sigue padeciendo trágicamente en todos los crucificados de esta sociedad insolidaria, pero el Resucitado abre una inmensa brecha, una salida en este mundo oscuro y cerrado. No triunfará definitivamente el mal, la injusticia, el odio…, sino los valores del Reino anunciado y realizado por Cristo. Desde ahí, como San Pablo, podemos gozarnos incluso en las tribulaciones.
Por desgracia, los cristianos no estamos siendo, con harta frecuencia, testigos del Resucitado y mensajeros del gozo y de la alegría de la resurrección. No está siendo nuestro talante de vida la alegría pascual. El reproche que dos pensadores importantes, y muy distintos entre sí, hacían a los cristianos de su tiempo, sigue siendo actual: “Para que yo creyese en su salvación, sería necesario que los cristianos tuvieran más aspecto de salvados” (F. Nietzche); “Cristianos, ¿dónde demonios escondéis vuestra alegría? Nadie creerá viéndoos vivir como vivís. Que a vosotros y a nosotros se nos prometió el gozo del Señor” (G. Bernanos). Y es que, infinidad de veces, los cristianos damos una imagen triste, estrecha de espíritu, anodina, desilusionada, desencantada, anémica…, ocultando así el verdadero rostro del Padre, del Resucitado y del Espíritu que produce alegría y gozo.
Este es el desafío y el compromiso: ser mensajeros de alegría y de gozo ante la gran noticia de la resurrección de Cristo. Y, para ello, es urgente responder a una doble pregunta: ¿qué hemos hecho del gozo de la Resurrección? ¿dónde hemos puesto la luz incandescente de la Resurrección? Y hay que responder con la vida y desde la vida. No valen las teorías aprendidas ni las abstracciones teológicas.
¡Cristo ha resucitado! Esta es la gran noticia. Este es nuestro gozo. Esta es nuestra esperanza cierta. Esta es la gran verdad que nos cohesiona y nos impulsa. ¡Feliz y dichosa Pascua de resurrección¡
Fuente: Boletín Vicenciano, Paúles de Barcelona, Madrid y Salamanca, número 1, marzo de 2015.
Autor: CELESTINO FERNÁNDEZ, C. M.
0 comentarios