«Dios ama a los pobres, y por consiguiente ama a quienes aman a los pobres.» (SVdeP)
La profecía de Zacarías anuncia el tiempo de gloria para Sión y Jerusalén. Es un texto de esperanza mesiánica. Es un mesianismo radicalmente opuesto al triunfalismo y al nacionalismo. Es momento en que la monarquía había desaparecido y la institución sacerdotal había acaparado el poco espacio del poder político que a la comunidad le quedó durante el período helenista, la llegada de un rey se convierte en un momento de crítica al poder establecido. Justicia y gloria son los estandartes de su personalidad y misión. Las consecuencias de un reinado que tenga gloria y justicia como pilares fundamentales tienen como resultado instaurar un reino de paz. ¿Acaso estas aspiraciones históricas no son las más dignas de realizar en un mundo sistemáticamente violento? Estas son las grandes aspiraciones comunitarias, que, a pesar de las dificultades y fracasos, entienden que el camino para recuperar la memoria y la identidad como pueblo, es el camino de la no-violencia. Intentar reconstruir la identidad cultural hoy pasa necesariamente por prácticas pluralistas, diversas y comunitarias. La profecía de Zacarías, en el fondo, apunta a una misión ineludible: la búsqueda de paz, entre las naciones.
El apóstol Pablo, nos está invitando a poner toda nuestra confianza en las posibilidades de realización humana y no a movernos por motivos puramente egoístas e indiferentes. El luchar por los proyectos que nacen del corazón humano, en la vida de la comunidad de los hijos de Dios, está avalada por la presencia del Espíritu Santo, quien capacita para morir a las obras de la violencia, de la exclusión y de los totalitarismos, para vivir según el designio de Dios: El acontecer de su Reino desde dentro de la historia humana.
El Evangelio de Mateo, nos presenta a Jesús desde tres actividades vitales: – La exclamación gozosa de Jesús; – Su declaración sobre el conocimiento del Padre y su designio salvador; y, por último: -Una invitación explícita dirigida a los afligidos y agobiados.
La acción de gracias está motivada por el hecho de que Dios ha revelado su bondad y su misericordia, las cuales hacen que los empobrecidos y los desheredados sean sus preferidos, su opción fundamental. Al afirmar Jesús que tal revelación de Dios se oculta a los sabios y a maestros, está desafiando a la autoridad social y a los peritos en religiosidad y moralidad. Jesús, una vez hecha la acción de gracias al Padre, descubre su identidad: La conciencia de sentirse Hijo de Dios. El reconocimiento del Hijo es un don gratuito de Dios y procede únicamente de Él. En este sentido, la invitación que hace a los pequeños de este mundo les exige asumir actitudes de transformación humana: Como comunidad de hermanos y hermanas se comprometen a vivir la alternativa del mensaje de Jesús, que pregona que son posibles otras maneras de organización. Las lógicas y los medios violentos pueden ser liquidados, por medio de la armonía, la comprensión, la justicia y el amor.
Jesús quiere que esta llamada a los afligidos y agobiados tenga como proyecto de fondo la creación de una comunidad que genere lazos de amistad, de afecto y de respeto; que se consagre a la tarea inextinguible de Reino.
Una comunidad en la que los sencillos y pequeños, encuentren espacios de gestación de nuevas relaciones en el orden político, social, económico y cultural.
Nuestra espiritualidad vicenciana, no es ajena a esta invitación que se nos hace este domingo. ¿Acaso no trabajamos para devolver la dignidad del pobre, sufriente y excluido? Si nuestro trabajo no va dirigido a lograr este reto constante, estamos perdiendo el tiempo y la oportunidad de servir al pobre.
«Si usted se entrega generosamente a Dios, Él se entregará también a usted y le colmará de sus gracias y de mayores bendiciones » (SVdeP)
Tomado de: ssvp.es
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