Al enumerar las virtudes que los Vicentinos han de imitar de San Vicente de Paúl para fomentar el amor y el respeto por los pobres, la Regla empieza por la virtud de la sencillez, que “incluye franqueza, integridad, generosidad” (2.5.1)
La sencillez, a decir del Diccionario de la Real Academia Española, es la “calidad de lo que no tiene artificio ni composición”; lo que carece de ostentación y adorno; lo que no ofrece dificultad; el que no tiene doblez ni engaño y dice lo que siente. La sencillez es, pues, autenticidad, transparencia, verdad. La persona sencilla resulta, por eso, cercana, coherente, clara, veraz, creíble.
No puede extrañarnos entonces que la sencillez sea una virtud característica de la personalidad de Jesús. Él es un hombre sencillo, cercano, que vive sobriamente y se expresa con toda naturalidad. Ama la verdad y aborrece la doblez y la hipocresía (Mt 23) Se rodea de gente sencilla a la que presenta con claridad el mensaje del Reino. Y da gracias a Dios “porque ha ocultado las cosas a los sabios e inteligentes, y se las ha revelado a los sencillos” (Mt 11,25) Recomienda que seamos “sencillos como palomas” (Mt 10,16) Y urge a los discípulos a que su “sí sea sí y su no sea no” (Mt 5,37) Si Jesús es la Verdad, según testimonio del evangelista san Juan (14,6) en él no cabe la mentira, ni el disimulo, ni la confusión, ni la apariencia. Si Jesús es la Verdad, es propia de él la sencillez, la transparencia, la veracidad.
Precisamente ya desde Santo Tomás de Aquino los teólogos y autores espirituales han visto la sencillez como una virtud que se entronca con la veracidad. La sencillez es una faceta de la veracidad, que impele al ser humano a buscar la verdad, a decirla y a vivirla. Casi podríamos definirla como “la pasión por la verdad”, lo cual excluye la duplicidad y la mentira y posibilita la honradez, la confianza y la convivencia. Teniendo la sencillez una consideración tan grande a nivel humano y cristiano, sorprende quizá la contradicción con que se vive en el mundo de hoy. Por un lado, agrada lo sencillo, atraen las personas nobles, se aprecia a quien se muestra cercano, gusta la gente sincera y se quiere la verdad. Pero por otro lado, estamos inmersos en la cultura de la imagen y se cultiva la apariencia, prima la superficialidad, se incumplen las promesas, se usa un lenguaje ambiguo y se practica la simulación. En un ambiente así no es fácil vivir la sencillez. Y seguro que todos recordamos aquella famosa canción de hace pocos años que decía “antes muerta que sencilla”.
San Vicente de Paúl amaba entrañablemente esta virtud. Repetía con frecuencia que era la virtud que más apreciaba y llegó a llamarla “mi Evangelio”. “Siento una especial devoción y consuelo al decir las cosas como son”, les confesaba un día a las Hijas de la Caridad. La sencillez venía a ser para nuestro santo armonía entre lo que uno es y lo que parece, correspondencia entre lo que se dice y lo que se piensa; en suma, autenticidad y coherencia. Consiste en la transparencia del lenguaje, de los gestos y de las motivaciones; en la correspondencia entre lo que se dice y lo que se hace. De este modo, la sencillez dice relación con otras muchas virtudes como la veracidad, la sinceridad, la limpieza de intención, la pureza de corazón, la transparencia…
Desde esta perspectiva, es fácil identificar las actitudes contrarias a la sencillez que tantas veces aparecen en los autores espirituales y que se ha de tratar de evitar: la mentira, la astucia, la doblez, la hipocresía, la vanagloria, la vanidad, el respeto humano… el deseo de agradar, el afán de quedar bien, el artificio, el doble lenguaje, la simulación…
Más importante que citar lo contrario a la sencillez es recordar algunos elementos que pueden ayudar a los vicentinos a cultivar esta virtud tan característica de la espiritualidad cristiana y vicenciana:
Se trata, en primer lugar de llegar a ser personas francas, sinceras, que dicen la verdad. Hablar y ser testigos de la verdad son valores centrales del cristianismo. Porque Jesucristo es la Verdad y porque quienes son sus seguidores han de ser, como Él, testigos de la verdad. El vicentino ha de ser, por eso, persona de palabra, coherente, que mantiene sus compromisos y los cumple; alguien de quien uno se puede fiar porque es transparente, leal, fiel.
La sencillez implica, en segundo lugar, que seamos personas en busca de la verdad. Es cierto que la hemos descubierto ya en Jesucristo; pero, mientras vivimos en este mundo, andamos a tientas y vemos como en un espejo, por lo que es preciso seguir buscando, Y esto implica acoger a otros, saber escuchar, formarse, dialogar, contrastar las ideas, ser tolerantes, abrirse a la pluralidad y al intercambio.
La regla menciona también como rasgo de la sencillez la integridad. Esto significa el propósito de llevar una vida íntegra, seria, responsable. Hacer de la honradez y la honestidad un criterio definitivo de vida y desterrar, por tanto, la corrupción, la vanidad, la vacuidad, el artificio, la banalidad.
Esencial es finalmente la sencillez de vida. Si el vicentino busca seguir a Jesucristo y amarle y servirle en la persona de los pobres, habrá de llevar una vida como la de Jesucristo: sencilla, limpia, ordenada, sobria, austera. Difícilmente será creíble su vida y su vocación, si su estilo de vida no se ajusta a los parámetros de sencillez y dignidad. Lo cual no se ha de confundir con la monotonía, la ordinariez o la falta de belleza. Al contrario, la sencillez es una de las características del arte auténtico; la sencillez implica belleza y buen gusto; por lo que hay que esmerarse en alcanzar una vida sencilla.
Padre Santiago Azcarate C.M.
Tomado de ssvp.es
Un saludo desde Ecuador, una felicitación y agradecimiento al P. Santiago por compartir su experiencia de vida vicentina y por motivarnos a vivir esta fundamental virtud de la sencillez.
Dios le bendiga
P. Max
Gracias!