«¿No sentís, hermanos míos, cómo arde en vuestros pechos este fuego divino, cuando recibís el cuerpo adorable de Jesucristo en la comunión?» (SVdeP III,77)
Celebrar la Pascua es celebrar que Dios no abandona a su pueblo y que lucha a favor suyo ante cualquier tipo de esclavitud. Dios no quiere un pueblo esclavo, sino libre. La Pascua nos lo recuerda. Pero no es un recuerdo nostálgico del pasado, sino también la memoria viva para las luchas liberadoras del presente que aún esperan su realización.
Jesús se despide de los suyos, a la manera como vivió siempre entre ellos: compartiendo y sirviendo. Aquella tarde, la víspera de su pasión, Jesús celebra simbólica y ritualmente, lo que fue su vida, sirviendo y dándose a sus hermanos, y se lo deja a los discípulos como “memorial” suyo, es decir, como algo que debe ser recordado y vivido, puesto en práctica. Sólo así se dignifica la memoria del Maestro. Eso significa “tener parte con Él”. Si no se vive compartiendo y sirviendo como Él, no se participa de su destino de vida. Jesús, a partir de su propio ejemplo, establece un nuevo ordenamiento jerárquico que en adelante ha de primar en la comunidad, y que no se funda en el poder sino en el servicio, por amor y sin egoísmo a los hermanos. El servidor, en adelante, será el más grande entre ellos.
Jesús que lava los pies a sus discípulos, muestra el fundamento de su comunidad: el servicio, la igualdad y la libertad como fruto del amor mutuo.
Jesús es la presencia de Dios entre nosotros. Sus acciones son las del Padre. Al prestar el servicio a sus discípulos, expresa al mismo tiempo el doble amor: el suyo propio y el del Padre. El Padre se pone, con Jesús y por medio de Jesús, al servicio del ser humano. Desde ese momento, Dios no es ya un ser lejano que mira al ser humano desde arriba, sino el Dios inclinado sobre la suciedad humana, el que levanta al ser humano hasta Sí mismo.
Con Jesús, Dios se manifiesta como amor-servicio que acompaña al ser humano en su existencia. El culto que el Padre quiere es el servicio al ser humano necesitado. Haciéndose servidor, Jesús no legitima ningún poder, jerarquía o autoritarismo. Para parecernos al Padre habremos de amar hasta el extremo en servicio solidario, entregándonos totalmente como Jesús, por el bien de nuestros hermanos.
Jueves Santo, es el día del Amor Fraterno, para esa conmemoración y para todos los días, en el “Memorial” que celebramos en las Eucaristías. Es la enseñanza de Cristo a la humanidad, por medio de sus actitudes en la Última Cena. Qué pocos cristianos practicamos y realizamos ese Amor Fraterno, signo del amor y de la unidad; signo de servicio, igualdad y libertad.
«Sus humillaciones no eran más que amor, su trabajo era amor, sus sufrimientos amor, sus oraciones amor, y todos sus ejercicios interiores y exteriores no eran más que actos repetidos de amor. Su amor le dio un gran desprecio del espíritu del mundo, desprecio de los bienes, desprecio de los placeres y desprecio de los honores» (SVdeP)
Tomado de ssvp.es
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