«Recuerde, Padre, y créalo firmemente, que, aunque venga sobre usted lo peor, nunca será tentado por encima de sus fuerzas, y que Dios mismo será su apoyo y su virtud, tanto más perfectamente cuanto menos confíe y se refugie en nadie que no sea Él» (SVdeP)
Los textos de esta Liturgia, no pretenden ser historia en sentido técnico; son textos teológico catequéticos que nos descubren el ADN del pecado. La historia humana y la cultura, actúan como una gran matriz en la que nacemos, crecemos y nos desarrollamos. Somos portadores del gen de la fragilidad y el pecado por ser seres humanos, hechos de barro; y, al mismo tiempo, somos portadores del gen de Dios por ser hijos e hijas de su soplo divino.
La serpiente tienta a Eva que es seducida por lo apetitoso del fruto que le dará conocimiento. Al pie de la letra, Eva pasó a ser la causante del pecado en el mundo, a la que se le cargaron todas las culpas. La serpiente se dirige a Eva pues ella es la encargada de buscar la comida. Eva sabe que hay una orden de Dios y no la acata. La opción de Eva es el primer acto de libertad en el paraíso. Dios no habría podido dar esa orden a los animales, pues ellos sólo se guían por su instinto. Eva hace partícipe a su marido de lo que ha descubierto. La desobediencia de Eva, abre la puerta a una nueva etapa de la historia humana: la responsabilidad de la libertad. La Biblia nos dice que el principio del mal en el mundo es la propia libertad humana.
Pablo afirma que el pecado empezó en Adán. El ser humano es capaz de libertad y responsabilidad, y en esa gran matriz que es la historia humana, todos sumamos nuestros propios pecados. Participamos misteriosamente en esa herencia común que es el pecado original. Solidarios en el pecado de Adán y solidarios en la gracia de Cristo. Pero la diferencia entre pecado y gracia es inconmensurable. La gracia supera con creces todo lo que pueda ser el mal.
Jesús es el nuevo Adán, quien superó la tentación y fue profundamente fiel. La primera prueba que pasa Jesús es la de hacer un milagro en su propio beneficio. Es usar el poder a favor de sus propios intereses, pero Jesús tiene como alimento único de su vida la Palabra de Dios. La segunda prueba consiste en hacer un milagro llamativo para probar que es el Hijo de Dios y que los ángeles actuarán para salvarlo, aunque haya realizado una acción irresponsable. Jesús se muestra firme y libre ante el éxito fácil. La tercera prueba es la del poder político y económico. También de ésta Jesús sale airoso y triunfador. No apetece Él, el poder político ni económico, y el Reino de Dios no se lleva a cabo por esos medios. Se están confrontando dos modelos de mesianismo: el del poder y el del servicio. Jesús elige el camino del servidor sufriente de Yahveh. Servicio tan generoso, hasta dar la propia vida.
El origen del mal está en el mal uso de la libertad humana, pero no hemos sido abandonados a nuestra suerte, sino que, en Jesucristo, Dios nos hace una oferta de salvación superior a nuestras fuerzas, gratuita, universal y para siempre. Él es el nuevo árbol del Bien, plantado en el huerto de nuestra historia. No añoremos el paraíso como niños que desean volver al vientre materno para no tener que afrontar sus actos de libertad y responsabilidad en la historia. Tampoco nos desesperemos ante el tamaño de los desafíos que nos toque enfrentar, porque donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Y sobre todo, confiemos en Jesús, quien sólo hizo lo bueno y pasó haciendo el Bien; y adhirámonos a su programa de amor y de servicio hasta dar su propia vida.
«En nombre de Dios, sea usted valiente y no rinda las armas; se trata de la gloria de Dios, de la salvación quizá de un millón de almas y de la santificación de la suya» (SVdeP)
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