«Aparentar por fuera cosas buenas y ser por dentro muy distintos es obrar como los fariseos hipócritas e imitar al demonio, que se transforma en ángel de luz. Como la prudencia de la carne y la hipocresía reinan especialmente en este siglo corrompido, con gran perjuicio del espíritu del cristianismo, no hay mejor modo de combatirlas y de vencerlas que una verdadera y sincera sencillez.» (SVdeP III,241 s.)
En este segundo Domingo de Adviento, la Iglesia nos invita a reflexionar sobre el anuncio de Juan el Bautista.
En la primera Lectura el pueblo se encuentra en un tiempo en el que evoca días felices, pero también recuerda días amargos producidos por una falsa dirección de sus gobernantes. El pueblo vibró por la tierra prometida y experimentó la alegría y el bienestar que produce la libertad. Luego comienza la etapa de retroceso en la época de la monarquía. Desde allí, el referente de esperanza del pueblo comienza a ser el surgimiento de un rey, un “hijo de David”, que corrija las desviaciones de los sucesores de su trono. Aun así, es a partir de Isaías que comienza a formarse la idea de la venida de un ser extraordinario que no sea simplemente como David, sino más que él. Dicho personaje debía encarnar los atributos del verdadero rey, entendido como lugarteniente de Dios, para proteger a los más débiles.
El Mesías se definirá por la liberación, la esperanza de que toda clase de discriminación y opresión desaparecerá ante su presencia.
Pablo exhorta a los cristianos de Roma que no dejen caer la esperanza. Esta virtud se asienta en dos pilares fundamentales: La Convivencia fraterna y la escucha de la Palabra de Dios, consignada en las Escrituras.
El Evangelio nos invita a reflexionar sobre el anuncio de Juan el Bautista, enmarcado dentro de la esperanza del Antiguo y Nuevo Testamento. El personaje principal es Juan Bautista, el más grande de los profetas judíos. Los profetas de Israel no fueron aceptados por los reyes y los lideres religiosos, porque sus mensajes desafiaban la corrupción de la autoridad política y religiosa. Juan es parte de esta tradición, predicando al margen del mundo oficial de su tiempo. Mientras que Juan bautiza con agua e invita a la conversión, también anuncia y prepara el camino para Aquel que bautizará con Espíritu Santo y fuego. Juan encarna a los clásicos profetas del Antiguo Testamento, sus palabras resuenan desde el desierto, pero tiene impacto en la capital, de donde se desplazan los fariseos y saduceos para escucharlo. Juan nos prepara para la venida del esperado Mesías: Una conversión radical de la persona de Dios.
Miremos de qué manera nos preparamos para la venida de Jesús, hoy en un mundo tan convulsionado. Y reflexionemos, meditemos y tomemos compromisos que nos lleven a un cambio de vida, considerando la contribución que estamos llamados a dar a la construcción del Reino de paz y justicia entre nosotros.
Preparar los Caminos del Señor, no es empezar a gastar como locos, para atragantarnos de bocadillos y empaparnos de licor en las “celebraciones navideñas” con el argumento de “feliz Navidad”. Preparar los Caminos del Señor es cambiar algo en nuestra vida familiar, dando mayor afecto, acercamiento, comprensión y servicialidad; es cambiar nuestro trato con Dios, teniéndole más confianza, más oración (es decir, diálogo, conversación), más contacto con Él mediante la Confesión, la Comunión y con nuestros hermanos más necesitados.
Si algo no cambia en nuestra vida, durante este Adviento, no estaremos preparando el Camino del Señor.
«María perseveró en medio de todas las dificultades que se presentaron durante la vida y hasta la muerte de nuestro Señor » (SVdeP X, 937)
Tomado de la Sociedad de San Vicente de Paúl en España
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