La guerra sigue siendo uno de los escándalos más graves de nuestro mundo. Sin embargo, el mensaje cristiano no es desesperanzador. Es una llamada a la transformación: de los corazones, de los sistemas y de las estructuras. Arraigada en el Evangelio, enriquecida por la tradición y fortalecida por la gracia, la Iglesia es un signo de esperanza en un mundo que a menudo olvida la dignidad de la persona humana.
