El 10 de diciembre celebramos la fiesta del beato Marco Antonio Durando

por | Dic 8, 2024 | Formación, Santoral de la Familia Vicenciana | 0 Comentarios

Marco Antonio Durando (1801-1880) fue un sacerdote y misionero italiano de la Congregación de la Misión. Dedicado a las misiones populares y a la atención de los más necesitados, fundó las Hermanas Nazarenas para servir a los enfermos y a los pobres. Su legado se caracteriza por una profunda compasión y un firme compromiso con la caridad y la formación espiritual en Italia.

Breve biografía del Beato Marco Antonio Durando (1801-1880)

1. La familia: infancia y juventud

Los Durando eran una familia honorable y holgada de Mondovì, en la que, de diez hijos traídos al mundo, ocho llegaron a la madurez. Marco Antonio nació el 22 de mayo de 1801. En el ambiente familiar se respiraban los aires de un liberalismo teñido de laicismo, no distante del franco anticlericalismo. Pero la madre, Angela Vinaj, era muy religiosa y rica en virtudes cristianas, y es indudable la eficacia de su influencia en el hijo, Marco Antonio, a cuya educación proveyó con tanta mayor delicadeza, cuanto que en él hallaba una viva respuesta.

La orientación de la vida de Marco Antonio está claramente señalada por esa presencia materna, y de ahí que a la edad de 14 años entrase en el seminario diocesano de Mondovì, donde inició los estudios filosóficos y teológicos. Su madurez excepcional hace suponer que ya en este período de su formación sopesara también otras posibilidades de ofrecer su vida por el reino del Señor. De hecho fue casi repentina su partida para el noviciado de los Sacerdotes de la Misión, cuando tenía 17 años.

De su espíritu interior y reflexión nos cerciora una noticia: la de haberle movido, en su decisión de entrar en la Congregación de la Misión, el deseo de ir como misionero a China, donde los Vicencianos tenían entonces una misión, floreciente y dilatada, aunque también sujeta a reiterados ataques, cada vez que estallaba la persecución contra la religión cristiana.

Cumplido el primer año de noviciado, el Beato recibió por destino la residencia eclesiástica de Sarzana, que dirigían los Misioneros, donde reanudó el estudio de la teología. Tenemos sobre él un juicio que su Superior comunica al Superior de Sarzana:

El Hermano Durando es sujeto de óptimas cualidades en todo, y al que Dios en verdad envía en la necesidad actual de la Congregación… Plácido, ordenado en sus cosas, respetuoso, humilde; en suma, espero quede muy contento de él.

En 1822 interrumpe brevemente los estudios, a causa de su inestable salud: esto, y el deceso de la madre, más doloroso para él que para sus hermanos, le templan más y más, mientras se apresta a la ordenación sacerdotal, que tiene lugar en la catedral de Fossano, el 12 de junio de 1824.

El ofrecimiento que hace, una y otra vez, para la misión extranjera, no es aceptado por los Superiores: éstos le dejan en la patria, dedicado a las misiones del pueblo y del campo, y como predicador de Ejercicios al clero.

Su celo, incansable pero equilibrado, su preparación, vida interior y elocuencia, contribuirán de manera decisiva a que reflorezcan en Piamonte estos dos ministerios primarios de la Congregación.

He aquí un testimonio, de la misión de Sommaria, diócesis de Turín:

Tocó al señor Durando el pronunciar los sermones. La asistencia a las funciones de la misión fue muy nutrida, hasta poderse decir que, mientras la misión duró, cerraron las tabernas; al cuarto día comenzaron las confesiones, siendo tantos los penitentes, que 17 confesores estables no dieron abasto a sus ansias, y muchos viajaron a otras poblaciones… El 9 de febrero predicó el señor Durando sobre la perseverancia; nos es imposible expresar la emoción con la que el inmenso auditorio reaccionó, cuando el misionero comunicaba la despedida. Ninguno de los oyentes fue capaz de retener el llanto: las lágrimas, los sollozos ahogados, hubo un momento en que todo estalló, hasta no entendérsele una palabra al predicador.

Transcurridos 6 años de este ministerio, se nombra a Durando en 1830 Superior de la Casa de la Misión en Turín. Había muchos problemas que resolver, ante todo el de adaptar aquella residencia para alojamiento de los misioneros. La supresión de los institutos religiosos y la confiscación de sus establecimientos durante el período napoleónico, habían trastornado el orden de la vida religiosa: padres y hermanos tuvieron que buscar algún modo de afincarse y mantenerse. Pasado el ciclón y vuelta la calma, fue necesario reunir a los prófugos y dispersos, y ofrecerles un ámbito donde reanudar la vida de comunidad. El Padre Durando consiguió dar a la residencia de Turín, que es la actual, su disposición definitiva, y aun completarla con el edificio que serviría a una de las actividades más queridas de San Vicente, y típica de su Compañía: las conferencias del clero, y los retiros para clérigos y seglares.

La labor de Durando en Turín, como consejero y director de conciencia, fue extensa, y mereció estima. El arzobispo, el rey Carlos Alberto, personalidades eminentes, todos acudían a él en busca de consejo y orientación. “El San Vicente menor de Italia”, se le llamaba con justicia. La Casa de la Misión, establecida en el que fuera monasterio de la Visitación, se convirtió en punto de referencia para el clero turinés y piamontés: era conocida y frecuentada como lugar de recogimiento y oración, donde se aconsejaban y tomaban decisiones los grandes protagonistas de aquella admirable época de santos turineses: San Benito Cottolengo, San José Cafasso, San Juan Bosco, San Leonardo Murialdo, el Beato José Allamano, y muchos más que enriquecieron a la diócesis y a Piamonte con múltiples empresas santas y benéficas.

El modelo que inspiró a San Benito Cottolengo, en sus empresas y en su caridad, fue San Vicente: bajo su advocación puso a la agrupación principal de Hermanas y Hermanos. Y entre las primeras publicaciones de la iniciativa tipográfica de San Juan Bosco – la que suministraría empleo a sus jóvenes de Valdocco y sería un medio popular de divulgación – está un opúsculo, «El cristiano orientado a la virtud y a la civilidad, según el espíritu de San Vicente de Paúl, obra que servirá para el mes de julio, dedicado a honrar al referido santo». Gran santo, cuyo espíritu no es arbitrario observar era sencilla y humildemente irradiado por el Padre Durando.

2. Director de las Hijas de la Caridad: casi un fundador

Durando dio los pasos para traer a Italia las Hijas de la Caridad de San Vicente. Su petición fue bien acogida, y el 16 de mayo de 1833 llegaban a Turín las primeras dos Hijas de la Caridad francesas, con su característica corneta blanca almidonada. A esta expedición siguieron, úna luego en el mes de agosto, y después otras, según se hacían necesarias. Rápidamente surgieron vocaciones.

El Padre Durando, repleto del espíritu mismo con el que San Vicente guiara a sus hijas, manifestó ahora su carácter innovador y valeroso, modelado en él por la cultura de su hogar, entre un padre y unos hermanos revolucionarios: no se hurtó a propuesta alguna de intervención caritativa, por audaz que fuese.

Carlos Alberto le pidió Hermanas para el Hospital Militar: Durando, con escándalo de timoratos clérigos, se las mandó, y las mandó además a los hospitales móviles de los campos de batalla en las guerras del Risorgimento, ya desde la primera: en ésta, las Hermanas curaban a los heridos, mientras Juan, hermano de Marco Antonio, combatía con grado de General junto a Carlos Alberto. Las Hijas de la Caridad figuraron asimismo en la expedición de Crimea.

Ésta, como tantas otras acciones meritorias de las Hijas de la Caridad, causó fuerte impresión en el corazón de Carlos Alberto, en quien subió de punto la consideración hacia el Padre Durando y las Hermanas. Con sorpresa general, se vio al rey ir al gran convento de San Salvario, que había albergado a los Siervos de María, para entregar las llaves de él a las Hijas de la Caridad. Aquella sería su casa provincial, espaciosa y capaz, central de todas sus Obras, internas y externas: semeja algo así como un Palacio Vaticano, y proclama aún hoy la real gratitud para con la comunidad vicenciana y su Superior.

3. Las «Misericordias»

Las Misericordias serían en el Turín del siglo XIX, lo que fueron en el París de San Vicente las Caridades. Y así como las primeras Hermanas tomaron su nombre de aquellos centros de asistencia y se designaron de la Caridad, del mismo modo sus sucesoras en Turín fueron llamadas de la Misericordia.

Las Misericordias fueron verdaderos centros privados de asistencia social, donde encontraba el pobre una menestra caliente en invierno, un armario donde escogerse prendas de vestir, una asistencia sanitaria básica, pero además, con mucha frecuencia un empleo. Sobre todo, encontraba una afectuosa hermandad, y la caridad cristiana. No era asistencia a sueldo, sino amor cristiano, que anulaba las diferencias sociales.

En torno a estos centros surgieron con el paso del tiempo obras variadas, como hospicios para niños pobres, o privados de los cuidados de las madres si éstas eran trabajadoras; asimismo orfanatos y enfermerías menores para los ancianos, visita a domicilio de pobres y enfermos, etc.

La primera Misericordia fue la de San Francisco de Paula (1836), que asistía también a los pobres de la parroquia de San Eusebio, luego designada de San Felipe por habérseles encomendado a los «filipinos», o Padres del Oratorio. Esta Misericordia tuvo una tercera designación ya desde el comienzo: delle Cascine, por estar emplazada en la propiedad rústica del Palacio Alfieri-Carrù, no distante del centro de Turín.

En la sede de la Misericordia vivían las Hermanas de permanencia, en todo momento dispuestas para la asistencia de quien las necesitase, y tan pobres como sus asistidos. Una de ellas refería muchos años después (sobre Durando):

Aquel buen Padre venía todas las semanas a hacernos una visita. Cierto día me vio a mí algo malhumorada. Con su habitual bondad me tomó y me preguntó qué tenía. Yo respondí: – Padre mío, ¡ni siquiera tenemos toallas con que lavarnos la cara!… Nos faltan trapos con los que limpiar el mobiliario. No hay paños con los que secar las marmitas: he de emplear papel, y ¡ojalá lo tuviese! – El buen Padre me dijo: – ¡Pobre hijita, me conmueve! Esté segura de que proveeré a todo ello. – Al día siguiente llegó un mozo de cuerda cargado de faldas viejas para trapos, una pieza de tela gruesa para paños con que secar las marmitas, y 12 toallas finas para lavarnos la cara. ¿Quién puede comprender mi contento y el de mis compañeras?…

La visita de los pobres a domicilio permitió a las Hijas de la Caridad descubrir otras indigencias, a las que precisaba poner remedio. En particular había dos clases de personas que necesitaban ante todo una casa y una familia: las ancianas privadas de asistencia, y las jóvenes faltas de vigilancia por estar las madres trabajando. La condesa Alfieri tuvo a dicha proveer, previa sugerencia del Beato, a esta necesidad, y aderezó una parte de su domicilio como «hospitalillo» para las ancianas, y otra como hospicio / escuela / obrador para las niñas y muchachas.

El alma de toda esta actividad benéfica era el Padre Durando, y a menudo también el bienhechor más generoso. De aquellos comienzos escribe Sor Mattaccheo:

Era él el presidente de la Casa de la Misericordia. Recuerdo que, atareadas con las obras de la Misericordia, ninguna de aquellas señoras movía una hoja sin el parecer del Padre.

Una de las Misericordias más completas y eficaces fue la primera de San Máximo y de Nuestra Señora de los Ángeles, fundada en 1854 y encomendada a la dirección de la Sierva de Dios Sor María Clarac. En la estación invernal esta Misericordia llegó a distribuir hasta 14.000 raciones de menestra. Su asilo dio acogida a unos 400 niños.

Después de la primera Misericordia en San Máximo, se abrió otra en San Salvario (1856), y en 1865 la de San Carlos, que cesó de depender de la de le Cascine. A esta fundación contribuyó generosamente la Sierva de Dios Luisa Borgiotti, quien justamente aquel año colaboraba con el Padre Durando en la fundación de las Hermanas Nazarenas.

Diez años después, en 1874, se abrió todavía otra Misericordia en una zona más bien distante del centro de Turín, rebasado el Po, hacia «La Gran Madre di Dio», en el Instituto de Los Santos Ángeles.

Por último, en 1879, poco antes de morir, el Padre Durando abrió otro centro, de nuevo en la parroquia de San Máximo, calle San Lázaro – hoy Via dei Mille –, que se designó «Segunda Misericordia de San Máximo». En la inauguración rodeaban al Padre Durando hasta dos centenares de señoras de la Compañía de San Máximo.

He ahí cómo tuvo Turín una red de obras de caridad, a la que podían recurrir en libertad plena los pobres, seguros de ser fraternalmente recibidos y socorridos.

En el libro de minutas verbales de la Misericordia de San Carlos, de 1880, hallo escritas estas palabras con ocasión de haber fallecido el Beato: Él fue, en Turín, el verdadero iniciador de las asociaciones de la Misericordia. Declaración que sólo con gozo puede suscribirse. El bien que, en tantos años de trabajo asiduo, hicieron estos centros de caridad vicenciana, deja de algún modo una estela luminosa en la corriente que lo alimentaba.

4. Las Hijas de María (1856)

Esta asociación fue deseo de la Virgen Santísima, expresado a Santa Catalina Labouré, en las apariciones de la Medalla Milagrosa, que tuvieron lugar en París – rue du Bac – el año 1830. El papa Pío IX no la aprobó hasta 1846. La introdujo en Italia el Padre Durando, en 1856, para las muchachas internas y las del obrador de la Misericordia de le Cascine, o Instituto Alfieri-Carrù.

Esta asociación no tenía como fin directo la caridad para con los pobres, sino la formación cristiana y mariana de la juventud. Después del primer grupo, surgieron numerosos otros: para su animación, el Padre Durando contaba con la ayuda preciosa de los misioneros. Puede decirse que todos los institutos para la juventud, dirigidos por las Hijas de la Caridad, fueron institutos de Hijas de María. Tales asociaciones ejercieron honda influencia sobre la formación espiritual de las jóvenes. Fueron genuinos semilleros de vocaciones religiosas, de santas madres de familia, y de apóstoles en el mundo.

5. Visitador de la Provincia de la Alta Italia

Durando fue nombrado Visitador de la Provincia de la Alta Italia, entonces llamada «Provincia de Lombardía», en 1837. Semejante nombramiento a edad tan temprana, era para la época algo excepcional, y revela la estima que fue envolviendo a su persona en el breve lapso de tiempo durante el cual gobernó la casa de Turín.

Los Misioneros tenían 7 casas, en las que trabajaban a jornada plena: misiones al pueblo, ejercicios espirituales, formación de novicios y estudiantes, en Turín, Génova, Casale Monferrato; formación del clero en el Colegio Alberoni de Piacenza, Colegio de la Misión de Sarzana, Colegio de Savona.

Cuando fallecía Durando, casi se habían duplicado las casas de la Provincia. Se añadirán Mondovì, Scarnafigi, Colegio Brignole-Sale de Génova, Casa de la Paz de Chieri, Casale Monferrato, Cagliari y Sassari.

Su recuento se hace pronto, pero el pobre Padre Durando tuvo que recorrer un vía crucis sumamente angustioso y dolorido, a causa de la tempestad detonada por la supresión de las comunidades religiosas el 3 de julio de 1866. A la supresión, claro es, iba anexa la confiscación de todas las propiedades: bienes y casas…, de suerte que el Beato tuvo que comprar de nuevo, una por una, bajo diversas formas de adquisición, las casas expropiadas.

Se advertirá además que esta acción de rescate, aparte de la ingente servidumbre económica, fue una cruel preocupación para el Padre Durando, pues no era posible el reconocimiento de las casas y bienes como de la comunidad, que legalmente estaba suprimida, sino que era preciso registrarlas como de personas físicas individuales, con todos los riesgos y gastos vinculados a la sucesión.

6. En los «vaivenes» del Risorgimento Italiano

Los azares resurgimentistas involucraron al Padre Marco Antonio Durando, hermano de Juan, el General – insumiso, que mandó el ejército pontificio en la primera guerra de Independencia; luego combatiente glorioso en Crimea (Chernaya), en San Martino della Bataglia y en Custoza; – hermano asimismo de Giacomo, también General – publicista, propulsor de la larga serie de leyes represivas en materia de bienes eclesiásticos y constitución de comunidades religiosas, ministro del Exterior en el Gobierno Rattazzi, marzo-diciembre de 1862 –. El Padre Marco Antonio nunca escatimó los consejos y los reproches a sus hermanos cuando adoptaban posturas extremistas, a menudo anticlericales. En 1857 escribía a Giacomo:

Deseo de corazón la paz entre el Gobierno y la Iglesia, que cese el estado de agitación en que nos hallamos de continuo, y en suma que se acabe de combatir a la Iglesia, sus instituciones, sus normas, y que se nos deje de una vez vivir y respirar.

Y cuando en 1870, venido a menos el apoyo de Francia, advino la ocupación de Roma por la fuerza, el Padre Marco Antonio le dirigía una prolija carta, en la cual manifestaba su gran perplejidad ante los hechos consumados y las intenciones de los políticos y los gobernantes de la época. Pensaba que su hermano tendría los mismos sentimientos, pero que le faltaba valor para tomar partido:

Reflexiona, y si según pienso el corazón desaprueba, veda, al menos alza la voz con franqueza… Con tu edad y todo cuanto has hecho, no debes temer las pullas de algún periódico ni exageraciones de nadie… Y concluía: Amo y quiero la grandeza italiana, y aun diré que la unidad lograda de manera legítima, y lo deseo, y veo la importancia de la independencia absoluta, intrínseca y esencial al esplendor del Vaticano, no menos que a la grandeza y la unidad de Italia.

La voz no se alzó quizá, o no lo bastante. La embestida anticlerical de gobierno y parlamento proseguía. Con el pretexto de que algunos clérigos se propasaban en política, quería recortarse al clero la libertad del ministerio. Era impresión del Padre Durando, que el clero no tenía el valor de reaccionar: en cambio lo tenían los seglares, y aun aquellos liberales libres del prejuicio antirreligioso. Escribía:

¡Oh, bendita la América de Estados Unidos, donde la libertad compete a todos, y el clero, las comunidades religiosas, los protestantes, los disidentes y los católicos, forman todos una gran nación, unida y compacta! Entre nosotros de ordinario se ve y oye poco más que ideas, proyectos, regulaciones y nimiedades mezquinas que no elevan a la nación, no la engrandecen, no promueven la moralidad, pues en todo ello falta el sentimiento religioso.

Aun así, sus hermanos siguieron siéndole afectos, y hasta trataron de ayudarle. Esto aconteció especialmente cuando la Administración de la Italia Unida creyó podía extender a Italia entera la legislación del Estado Sabaudo, incluidas las cláusulas represivas. Éstas fueron aplicadas también a las residencias de los Misioneros en las provincias religiosas de Roma y Nápoles. El Padre Marco Antonio, y ello por invitación de la Curia General, interesó en el asunto a su hermano Giacomo, si bien con escaso resultado.

7. En la escuela de Jesús crucificado, fundador de las Nazarenas

No exageramos denominando a ésta la fundación estrella del Beato, o tal vez la llamaríamos «obra del corazón».

Según el estado de cosas en la legislación eclesiástica de aquel tiempo, estaba vedado el ingreso en la vida consagrada a individuos nacidos fuera del matrimonio religioso: era la clásica «irregularidad de nacimiento». El Padre Durando, cuyo contacto con diversos institutos de muchachas huérfanas o ilegítimas – quienes por entonces permanecían internas hasta los 21 años –, encontró más y más a menudo a excelentes jóvenes, las cuales, educadas por las Hermanas, se sentían movidas a hacerse religiosas. Cosa natural, acudían al sacerdote que mejor conocían, y era precisamente nuestro Beato. Éste intentó varias veces que las recibiera uno u otro instituto, siempre en vano. El trance fue acometido con una valentía y ánimo innovador iguales a los demostrados cuando mandó Hermanas a los campos de batalla. Todavía hoy, a una distancia de 136 años, tocan el corazón y conmueven las palabras que él mismo pronuncia con motivo de la toma de hábito de las primeras Hermanas:

27 de septiembre de 1866

Son ya años, veis, desde que algunas de vosotras, recurriendo a mi pobre protección para tener un arrimo merced al cual pudieran ser admitidas en una comunidad religiosa, yo procuré, en cuanto me fue posible, conseguirlo, haciendo recomendaciones, propuestas, dando consejos; pero resultaban inútiles todos mis intentos cerca de cualquier comunidad a la cual me dirigiese, ya en Turín u otra parte, siéndome querido vuestro bien espiritual. Al no haber tenido éxito, me puse a reflexionar sobre la circunstancia del asunto, de suerte que me costaba trabajo ahuyentarlo de la mente; y me apercibí de cómo, casi sin recapacitar, pasando de un pensamiento a otro, ello me quedó grabado en el corazón, así que opté por resolverme, ofreciéndome al Señor, a favor de esta obra en su servicio.

Discurría yo, pues, dentro de mí – pero estas pobres hijas, ¿no se las podrá ayudar de algún modo en la resolución que ansían tomar de separarse del mundo para darse al servicio de Dios? ¡Que no haya algún retiro o institución de comunidad religiosa, entre tantas como existen en Turín y otros sitios, que pueda o quiera recibirlas!… ¿Y si se tratara de establecer para ellas en particular una Compañía, donde estuvieran retiradas y fueran acogidas, para hacer una vida de piedad y virtud cristianas, santificándose a sí mismas y edificando al prójimo, ya que no se pudiese fundar una comunidad religiosa? Porque ¿de quién reciben estas piadosas jóvenes una inspiración tan buena? ¿Quién les comunica el buen deseo de darse a Dios? Ciertamente me mueve la voluntad de Dios… y si ello viene de Dios, hay que ayudarlas en este su piadoso intento.

Estas jóvenes, ¿no están destinadas también al paraíso? Más aún, si viven piadosamente, en el cielo les espera un hermoso premio, como no lo tendrán tantos y tantas que, en la tierra, son algo, y han podido entrar con toda facilidad en las comunidades religiosas. ¡Ah, sí!, estas jóvenes pueden llegar a ser almas elegidas y amadas de Dios, mucho más de cuanto merezco yo, miserable, último de los sagrados ministros de Dios. –

Tras estas consideraciones y a impulso de las reiteradas instancias que me dirigíais, resolví esperar en la divina providencia, siguiendo la buena inspiración y ejecutándola prácticamente. ¡Oh disposición verdaderamente admirable de la bondad misericordiosa de Dios para con vosotras, mis buenas hijas! ¡Oh, la grande gracia de la vocación religiosa! Ánimo, pues, hijas mías, y acoged este amoroso trato de la divina providencia con reconocimiento muy grande, pues habiéndose allanado, gracias a Dios, todo estorbo de vuestra consagración al servicio de Dios, ahora la podéis realizar con gran fervor y celo perseverante.

Nació así, viva y eficaz, la comunidad de las Hijas de la Pasión de Jesús de Nazaret, llamadas luego más sencillamente, Hermanas Nazarenas. La nueva comunidad no respondía a necesidad alguna externa en particular, de ahí que el Bienaventurado Fundador no les diese de inmediato una finalidad activa. Conforme a su proyecto inicial, que era el de abrirlas a la vida consagrada, las puso en marcha con estas palabras: ¡Orad, obedeced y haceos santas!

Al estilo de San Vicente, Durando esperó las señales de la providencia divina, la cual indicó la asistencia a domicilio de los enfermos, durante el día y por la noche. Adviértase la diferente situación pastoral de la época: en el hospital terminaban su vida los pobres; allí encontraban una asidua asistencia religiosa, mientras que los de holgada posición convalecían en casa, y de ordinario no veían a sacerdotes o Hermanas. La obra de las Hermanas Nazarenas se reveló pronto muy provechosa para la salud de espíritu de sus asistidos: son famosas e históricas diversas conversiones de personajes ilustres, los cuales acabaron su vida con una piedad perfecta.

Además del apostolado para con los enfermos y las niñas abandonadas, el Beato les transmitió el culto a la Pasión de Jesús, que era ya patrimonio espiritual suyo; de hecho, divulgó este culto también entre los fieles y aderezó en la iglesia de los Misioneros en Turín un Santuario de la Pasión, lugar de veneración todavía hoy.

A sus hijas quiso dejarles una rica enseñanza de devoción y espiritualidad, y las vinculó a esta devoción con un cuarto voto.

8. El compromiso misionero

…no fue beneplácito divino que yo marchara a China. Puse en paz mi corazón… Es como decir: en su ánimo, el deseo que le llevó a la elección juvenil de pertenecer, más bien que al clero secular, a una congregación religiosa, dentro de la cual pudiera ir a misiones extranjeras, continuaba presente en él, y determinaba sus opciones, llegado el momento. Sostenía, y hacía que los suyos sostuvieran la Obra de la Propagación de la Fe: hasta consiguió enviar a ella 20.000 liras, – de cuál de los dos hermanos provenían, Camillo, el político, o Gustavo Cavour, santo varón repleto de amor de Dios, ellos mismos lo ignoraban. –

En el gobierno de la Provincia concedió amplio espacio al fomento de las misiones extranjeras, aceptando todo ruego, cuando sus cohermanos le suplicaban ir al extranjero, y aun estimulándoles a que pidieran ese destino. No había podido aceptar el unirse al Padre Justino de Jacobis, hoy San Justino, rumbo a Etiopía: existía la perspectiva de ser nombrado prefecto apostólico. En cambio aceptó que fuesen a aquel territorio los Padres Giuseppe Sapeto y Giovanni Stella: lástima, no resultaron misioneros, sino más bien, el uno explorador, el otro conquistador.

En la historia de Italia se recuerda a éstos como los iniciadores de las empresas coloniales de la nación Eritrea. Mas frente a tales fallos debe recordarse cómo hasta 27 misioneros de Durando fueron a Siria, Abisinia, Norteamérica, Brasil, China, con éxitos muy positivos: los misioneros de Turín, con Félix de Andreis, estuvieron entre los fundadores de las provincias religiosas de los Misioneros de San Vicente en EEUU.

Y cuando el marqués Brignole-Sale, embajador de Piamonte y alcalde de Génova, retirado de la actividad pública por el giro anticlerical de Piamonte, pudo dedicar atención y medios a sus negocios, quiso fundar, con la ayuda de la noble señora Artemisia Negroni, un seminario para las vocaciones misioneras, y lo encomendó a los Misioneros de San Vicente en Génova. El Padre Durando, como Visitador, prestó toda su colaboración. El Colegio Brignole-Sale-Negroni, pudo iniciar su actividad en 1854. Tres de los 24 seminaristas admitidos gratuitamente, terminado el período de formación y ordenados sacerdotes en 1858, partieron rumbo a California. Sumarían 110 los que partieran en una treintena de años. Seguidamente el seminario albergó a seminaristas forasteros, venidos a Italia para hacer estudios. Entre los exalumnos llegó a haber obispos y otros prelados insignes.

9. Una bella copia de San Vicente

De 1830 a 1880, la presencia del Padre Marco Antonio Durando en Turín fue la del protagonista de múltiples iniciativas; la de alguien a quien úno acudía o debía acudir para recibir consejo sobre qué rumbo tomar; la de un modelo de vida en el que inspirarse. Por sus dotes naturales, por la riqueza de su vida interior, por el papel que jugaron sus parientes en la vida pública, lo cual le involucraba también a él, dándole prestigio; por las amistades de las que se vio rodeado, estuvo envuelto sin pausa en situaciones que debía desembrollar: en el interior de la comunidad, en la vida de la diócesis, en las instituciones religiosas, y en la ardua relación con las instancias civiles.

Fue preciso que poseyera la virtud de la suavidad, de la mansedumbre, de la humildad, pero también las de la fortaleza y severidad, y sabido es que las segundas gustan menos que las primeras. En efecto, vez hubo en que se hizo poco grato. Y esto le pone en una dimensión realista, que sabe a historia y no a panegírico: como tantos otros, hubo de probar la amargura de la incomprensión, de interpretaciones poco benévolas, y no escapó a momentos de desánimo.

Por fortuna, nunca perdió el control de sí. Su salud daba todas las muestras de ser frágil; sin embargo, llegó a cumplir casi los 80 años. Hubiese querido se le relevase en sus cargos de Visitador y Director de las Hijas de la Caridad, pues con la edad fue subiendo el nivel de sus achaques: obtuvo apenas la asistencia de un cohermano que le suplía en gran parte de sus incumbencias. De esta manera le quedó tiempo para orar y recogerse en su interior. “Encorvado bajo el peso de los años, sentado en un sillón, siempre mantenía el rostro suave y sonriente”. La secretaría seguía sobrecargada de correspondencia que despachar. En 1880 tuvo todavía fuerzas para ir a Casale Monferrato, y al Colegio de Virle, una de tantas instituciones con las que se había comprometido. Quiso asistir a la consagración de las Hijas de María, asociación introducida por él en Italia. Más tarde se agravó su estado. Expiraba el 10 de diciembre a la una y media.

“Hemos perdido a otro San Vicente”, dijo el Padre Giovanni Rinaldi, Superior de la Casa de la Paz en Chieri. La expresión fue adoptada por todos los vicencianos, y llegó a ser convicción común que el Padre Marco Antonio Durando debía considerarse como otro San Vicente. En efecto, observando bien su personalidad, el estilo de sus intervenciones, su manera de actuar, su facultad de interpretación en cuanto al sentir de San Vicente y hacerlo actual, aun a la distancia de más de un siglo, nada resta sino corroborar esa declaración.

En las exequias celebradas con motivo de su muerte se hicieron públicos algunos particulares inéditos: por ejemplo, que Monseñor Fransoni, arzobispo de Turín, se hubiese dirigido al Padre Durando para la revisión de las Reglas de los Salesianos de Don Bosco y del Instituto de Caridad fundado por Antonio Rosmini, gran amigo de los Misioneros y de San Vicente.

Autor: Un grupo de Hermanas Nazarenas. • Fuente: Vincentiana, Vol. 47, No. 2.
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