“¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?”
Gen 3, 9-15.20; Sal 97; Ef 1, 3-6.11-12; Lc 1, 26-38.
La Santísima Virgen María, desde el momento en que fue concebida por sus padres, por gracia y privilegios únicos que Dios le concedió, fue preservada de toda mancha del pecado original. Por eso celebramos hoy esta fiesta de la Inmaculada. Ya en las apariciones a Santa Catalina Labouré en el año 1830, ella misma le revelaba esta gran verdad: Yo soy la inmaculada Virgen María. Y será más tarde, en el año 1853 cuando el Papa Pío IX definió el dogma de la inmaculada Concepción de María el 8 de diciembre de 1854 a través de la bula Ineffabilis Deus. (El Inefable Dios).
Dios nos supera y nos sorprende en la grandeza de su Madre, concebida sin pecado. También ella se vio sorprendida por el anuncio del ángel en su casa de Nazaret. Pero su respuesta es luz y ejemplo para la nuestra. Ella responde con un Sí incondicional a la voluntad de Dios. Aquel Sí de la Inmaculada hace presente al Salvador del mundo.
Pedimos a la Inmaculada Virgen, que nos alcance de su Hijo Jesús una mayor caridad para intensificar nuestro amor a Dios y a los demás, y así, pasar por la vida como Él, haciendo el bien en todo momento, para llegar un día a la vida eterna.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: María Elena Camacho, de la Sociedad de San Vicente de Paúl
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