«Cuando esté hecho. ¿Y cuándo llegará ese día?», se lamentaba un Federico adolescente, al que su director espiritual había asegurado que sus muchas dudas se disiparían en ese momento [Carta a Materne, de 8 de junio de 1830]. Bien podría haber preguntado cuándo estaría completamente formado el Gran Cañón, modelado como está, lentamente y a lo largo del tiempo por la suave influencia del agua y el viento.
Sin embargo, las rocas de los cañones son cosas simples cuya formación es sólo física. A diferencia de las rocas y los cañones, nuestra formación no puede completarse mediante una reacción pasiva a fuerzas físicas externas. No somos cuerpos con espíritu, ni espíritus atrapados en cuerpos. Por el contrario, somos creados como seres completos y unitarios, dotados de la capacidad de la fe y la razón, capaces de buscar y percibir lo trascendente, «creados a imagen de Dios… a la vez corpóreos y espirituales» [Catecismo de la Iglesia Católica, 362-368].
De hecho, nuestro Mayor Mandamiento nos instruye a no amar a Dios sólo espiritualmente, sino «con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Mc12,30), esto es, con toda nuestra persona. Como cristianos, estamos llamados a la unión con nuestro Creador. Es nuestro propósito. La formación, por tanto, no es algo que hacemos una sola vez con el fin de marcar una tarea para poder pasar a otra. Por el contrario, la formación es un proceso que dura toda la vida para llegar a ser lo que Dios pretende que seamos.
Para los vicentinos, nuestra vocación es el camino hacia esta formación. Como explica nuestro Documento Fundacional de Estados Unidos sobre la formación, ésta abarca cuatro dimensiones diferentes: humana, espiritual, intelectual y ministerial. Por lo tanto, aunque nuestra formación incluye capacitación, principalmente dentro de la dimensión intelectual, no puede limitarse sólo a nuestras mentes. A diferencia de las rocas que hay en un cañón, participamos activamente en nuestra propia formación y en la de los demás. Formamos y somos formados dentro de nuestra comunidad de fe, y en nuestra amistad vicenciana.
Amamos a Dios, como mandó Jesús y enseñó San Vicente, con la fuerza de nuestros brazos y el sudor de nuestra frente a través de nuestro servicio de persona a persona a los pobres. Por sí mismo, ese servicio nos forma sólo en parte. En la oración, la reflexión y el compartir unos con otros que rodea nuestro servicio se comienza a formar toda nuestra persona. Con la inspiración del Espíritu Santo, en nuestras obras y en nuestras oraciones, nos formamos a nosotros mismos y entre nosotros, pues «nadie se salva solo» [Papa Francisco, Fratelli Tutti, 32].
El Gran Cañón, podemos decir, es perfecto en su gran belleza y según su naturaleza. Está plenamente formado. Nuestra naturaleza y nuestra fe nos llaman a ser formados para algo más que para la belleza, sino para que seamos «perfectos, como [nuestro] Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48).
¿Cuándo llegará ese día?
Contemplar
¿Busco crecer acercándome a Dios de corazón, mente, cuerpo y espíritu en esta vocación vicenciana?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.
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