Encomiendo mi alma a Jesucristo, mi Salvador; temblando por mis pecados, pero confiando en la infinita misericordia, muero en el seno de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. He conocido las dudas del siglo presente, pero la vida me ha convencido de que no existe paz para el espíritu y el corazón, sino en la fe de la Iglesia y bajo su autoridad. Si concedo algún valor a mis largos estudios, es porque me dan derecho a suplicar a todos aquellos a los que amo, que permanezcan fieles a una religión en la cual he encontrado la luz y la paz.
Mi petición última a mi familia, a mi mujer, a mi hija, a mis hermanos y a mi cuñado, y a todos sus descendientes, es que perseveren en la fe, a pesar de las humillaciones, los escándalos y las deserciones de las que serán testigos.
A mi tierna Amélie, que ha sido la alegría y el encanto de mi vida, y cuyos dulces cuidados han consolado desde hace un año todos mis males, dirijo un adiós corto, como todas las cosas de este mundo. Le doy las gracias, la bendigo y la espero. Solo en el cielo podré devolverle todo el amor que se merece. Doy a mi hija la bendición de los Patriarcas, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Me es triste no poder dedicarme por más tiempo a la tarea tan grata de su educación, pero la confío sin pesar a su virtuosa y muy querida madre. A mis hermanos Alphonse y Charles mi entera gratitud por su cariño. A mi hermano Charles especialmente, por todas las preocupaciones que mi enfermedad le ha causado. A mi madre, la señora Soulacroix, a Charles Soulacroix, los cito cerca de aquellos por los que hemos llorado juntos. Con un solo pensamiento, abrazo a todos mis parientes y amigos que me es imposible nombrar aquí. No obstante, quiero que mi tío Haraneder, mis primos Jaillard, el abate Noirot y el señor Ampére, a quien debo tanto, Henri Pessonneaux, Lallier y Dufieux, mis amigos primeros, encuentren aquí un recuerdo.
Doy gracias una vez más a cuantos me hayan hecho algún favor. Pido perdón por mi vivacidad y malos ejemplos. Solicito oraciones a todos los míos; a la Sociedad de San Vicente de Paúl; a mis amigos de Lyon.
No se dejen frenar por los que digan: «Está en el cielo». Rueguen siempre por quien mucho les ama, pero que ha pecado mucho. Ayudado por las súplicas de ustedes, queridos y buenos amigos, dejaré la tierra con menos temor. Espero firmemente que no nos separaremos y que estaré con ustedes hasta que ustedes vengan hacia mí.
Que sobre todos descienda la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Así sea.
Federico Ozanam, Testamento, del 23 de abril de 1853.
Reflexión:
- El testamento de Federico está fechado en su 40 cumpleaños. Ya estaba muy enfermo y débil, y era consciente de que su situación difícilmente iba a mejorar. Solo cinco meses después moriría.
- En estos sus últimos días, Federico reflexiona, reza y pide perdón continuamente por los muchos pecados que cometió durante su vida: «Hablaba frecuentemente de sus pecados, del castigo que merecían, del escándalo que habían causado, del mundo que tanto esperaba de los católicos que profesan encarnar la fe en sus acciones. Una vez, cuando parecía más impresionado de lo habitual por estas consideraciones, alguien cerca de él pensó en calmarle, sugiriendo tiernamente que, después de todo, no había sido un pecador tan grande; pero Ozanam contestó rápidamente, en un tono de austera humildad: ‘Hijo, ¡no sabes cuál es la santidad de Dios!’.» (Cf. Kathleen O’Meara, Federico Ozanam, profesor en La Sorbona: su vida y obra, Barakaldo: Somos Vicencianos, 2017, capítulo 26). No podemos dejar de recordar a san Vicente de Paúl y otros tantos santos de nuestra iglesia que vivieron sentimientos semejantes en los últimos días de su vida.
- Podríamos resumir el testamento con tres palabras: perdón, gracias, oración; perdón por todos sus pecados, gracias por todos los afectos, oración por su alma que pronto pasaría al encuentro de Dios. En él aparecen la familia cercana de Federico, desde su esposa Amélie y su hija Marie, a su suegra (a quien llama madre) la señora Soulacroix y su cuñado Charles, sus hermanos, tíos… pero también sus más íntimos amigos y las personas que más influyeron en su vida: el abate Noirot, el señor Ampère…
- Todos sabemos que nuestro paso por esta tierra tiene caducidad, y, los que creemos, que estamos destinados a vivir eternamente al lado de Jesucristo. La muerte nos sobrecoje y confunde; ante ella vivimos el misterio con la esperanza de resucitar con Jesucristo y con nuestros seres queridos en el seno misericordioso del Padre. Sin duda nos duele perder a las personas a las que amamos, al igual que a toda persona, sea creyente o no; mas no hemos de olvidar que la esperanza vence a la muerte, como da testimonio Federico en su testamento.
- Que el ejemplo de Federico nos enseñe a vivir pidiendo perdón por nuestros defectos, dando gracias por todas las personas que nos quieren y ayudan, y orando los unos por los otros.
Cuestiones para el diálogo:
- ¿Cómo vivo la pérdida de mis seres queridos?
- ¿Sé pedir perdón por mis errores?
- ¿Doy gracias por los dones que recibo de Dios y de las personas a mi alrededor?
- ¿Doy el tiempo necesario al trato íntimo con Dios en la oración?
Javier F. Chento
@javierchento
JavierChento
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