Saulo de Tarso, arrojado de su caballo y ciego por un gran destello de luz, oyó la voz de Jesucristo, que le amonestaba por su opresión de los primeros cristianos. Poco después, dedicaría plenamente su vida a Jesucristo. Recordamos este acontecimiento en el camino de Damasco como la conversión de San Pablo. Para la mayoría de nosotros, nuestras conversiones son mucho menos dramáticas que la de Pablo. La conversión dura toda la vida, es la suma total de muchos pequeños «momentos de conversión» más que un único destello de luz.
La palabra conversión tiene su raíz en el latín conversus, que significa «darse la vuelta». Cuando nos convertimos, nuestro corazón se vuelve hacia Dios, pero, para que esto ocurra, nuestro corazón debe estar abierto a encontrarle en las personas y en los acontecimientos de nuestra vida. Nuestros corazones obstinados se distraen fácilmente con los placeres y los problemas de nuestras vidas materiales; pero, de vez en cuando, Dios se cuela en un encuentro con una persona, en un acontecimiento que tiene un significado especial en nuestras vidas, o a veces simplemente en un sentimiento que nos inunda.
No siempre reconocemos nuestros momentos de conversión cuando están sucediendo. A veces, sólo años más tarde somos capaces de recordar un acontecimiento, incluso una mala experiencia, y comprender cómo nos puso en el camino hacia Dios.
Así como cada uno de nosotros puede encontrar a Dios en las personas y los acontecimientos de su vida, también nosotros somos las personas en la vida de los demás; los actores en sus acontecimientos. ¿Hasta qué punto nuestras acciones les orientan hacia Dios? ¿Demostramos Su amor con nuestra mansedumbre, con nuestra entrega desinteresada, con nuestra amistad? ¿Imitamos a Cristo? ¿Vemos siempre a los demás como más importantes que nosotros mismos? «Basta —dice san Vicente, una palabra mansa para convertir a un empedernido. Basta una palabra dura para desolar a un alma y causarle una gran amargura» (SVP ES XI, 753-754).
Toda persona está hecha a imagen de Dios, imago dei, única e irrepetible, incluidos nosotros. No importa que los demás nos vean así, lo que importa es que somos así. Cuando actuamos según la voluntad de Dios, cuando amamos como Él nos enseñó, podemos convertirnos en una luz de esperanza, en un instrumento de su voluntad. Podemos ser, para otros, un instante de conversión.
Así como a veces reflexionamos sobre nuestra vida, «releemos» momentos y vemos que Dios estuvo allí con nosotros todo el tiempo, lo mismo pueden hacer los prójimos a los que servimos. Puede que no sea durante nuestra visita a domicilio. Puede que ni siquiera sea la semana que viene o el año que viene. Pero si realmente actuamos de acuerdo con la voluntad de Dios, entonces Él estará hablando a través de nosotros, en nuestras palabras y en nuestras acciones. Un día, podemos ser el instante de conversión del prójimo, no a través de nuestro esfuerzo, sino a través de nuestra fe; no a través de nuestra voluntad, sino a través de nuestra esperanza; no a través de nuestros planes, sino a través de nuestro amor.
Contemplar
¿Cómo puedo ser mejor instrumento de Dios y ser una oportunidad de conversión para los demás?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.
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