Todos los países católicos han colocado la caridad en la ley, pero lo que los ha salvado es que no la han extinguido en los corazones. Las ordenanzas de los reyes de Francia no hubieran jamás aliviado a las provincias de la miseria que siguió a las guerras de Luis XIII si Vicente de Paúl no hubiera tenido la libertad de sacudir de su ociosidad, de importunar y de sacar de su pasividad a aquellas familias opulentas, de las que consiguió las limosnas para aliviar los desastres de la Champaña y de la Lorena […]. Por el contrario, cuando el egoísmo, bajo cualquier nombre que se manifieste, pretende dispensar a los particulares del deber de la asistencia para ponerla en manos del Estado, la caridad legal no es más que una ficción legal, que primero engaña a los pueblos y luego los arruina.
Federico Ozanam, «De la charité légale» [La caridad legal], en L’Ère Nouvelle, del 5 de noviembre de 1848.
Reflexión:
- Vicente de Paúl vivió en un tiempo turbulento, azotado por guerras que sumieron a una buena parte de la población en la pobreza, el hambre y la enfermedad. «Vicente, que había consagrado su vida a los pobres, tuvo que ocuparse particularmente de los que la guerra sumía en la desgracia. No contento con colaborar en todo, él mismo organiza colectas y las envía a los pueblos golpeados por la guerra. Tenemos las narraciones de sus compañeros enviados a esos lugares. Su labor además de la evangelización y celebración de los sacramentos, era de enterrar a los muertos, nutrir a los sobrevivientes, y proveerlos de lo necesario para reemprender el trabajo, gracias a las semillas y herramientas enviadas por Vicente. En París, Vicente se ocupa de acoger a los refugiados, los nobles, las religiosas, las muchachas en peligro» (Cf. Álvaro Quevedo Patarroyo, C.M., San Vicente, sacerdote de la caridad al servicio de los pobres, en Vincentiana, Vol. 44, 2000).
- Federico trae el ejemplo de Vicente de Paúl para explicar que la caridad, bien entendida, no puede depender solamente del Estado. Todos los que formamos la sociedad tenemos nuestra responsabilidad en hacer que todas las personas vivan una vida digna. Delegar esta función a los gobernantes es faltar contra el deber de todo buen cristiano de auxiliar a su hermano necesitado, como Jesús mismo nos enseña en la parábola del buen samaritano (Cf. Lucas 10, 25-37). ¿Acaso podríamos imaginar que el buen samaritano, viendo al herido al borde del camino, se hubiese simplemente acercado a las autoridades locales para notificarles el suceso y continuar tranquilamente su camino? No parece, pues, que esa pueda ser una actitud coherente con el Evangelio.
- En los primeros tiempos de la Iglesia, los primeros cristianos se organizaron para ayudar a las viudas (cf. Hch 6 y 1 Tim 5). La caridad es algo permanente e intrínseco en la constitución de la Iglesia y en el ser de todo creyente, tanto que es el corazón del Evangelio.
- En nuestro tiempo, en ocasiones escuchamos delegar, con cierta ligereza, todas las responsabilidades del auxilio a los empobrecidos sobre los gobernantes de turno. Sin embargo, como dice Federico, no se trata más que de ficción y egoísmo, una manera fácil de liberarse de las responsabilidades que todos, creyentes o no creyentes, tenemos de construir un mundo más justo para todos, incluso a costa de nuestro propio bienestar. ¿Cuántos estamos dispuestos a llevar a cabo esto?
Cuestiones para el diálogo:
- ¿Participo activa y personalmente en el alivio y auxilio de los pobres?
- ¿Colaboro con mi erario personal a su promoción?
- ¿Estoy dispuesto a comprometerme a transformar la realidad que me rodea, siguiendo el ejemplo de san Vicente de Paúl?
Javier F. Chento
@javierchento
JavierChento
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