Esta es una carta ficticia, inspirada en la vida, la espiritualidad y el pensamiento de Federico Ozanam, el principal fundador de la Sociedad de San Vicente de Paúl y uno de los grandes laicos de la Familia Vicenciana. La convocatoria en Roma de 2024 es una oportunidad para renovar nuestro compromiso en un contexto de sinodalidad y fraternidad.
¿Te imaginas lo que nos diría el beato Federico Ozanam si hoy nos escribiese una carta a los miembros actuales de la Familia Vicenciana? Este es un ejercicio literario, pero quizás podría ser algo así:
Queridos hermanos y hermanas de la Familia Vicenciana,
Con gran alegría y profundo gozo me dirijo a vosotros en esta carta, conscientes de la cercanía espiritual que nos une a lo largo de los siglos y de los continentes, y sabiendo que mi voz resuena en medio de vosotros gracias a la obra viva de la caridad que compartimos. En este año 2024, os invito a acudir a Roma, del 14 al 17 de noviembre, para la segunda convocatoria de nuestra gran Familia Vicenciana. Esta será una ocasión única de encuentro, reflexión y fortalecimiento de nuestro compromiso común con los pobres y con la transformación de la sociedad.
Desde que fundamos la Sociedad de San Vicente de Paúl en 1833, éramos muy conscientes de que la obra de la caridad no podía ser un monopolio del clero ni de instituciones alejadas de la vida cotidiana de la gente. ¡No, hermanos! En nuestra labor, los laicos tienen una misión irrenunciable e insustituible. Recordad siempre que la acción social y caritativa de la Iglesia no es un mero complemento de la fe, sino su manifestación más auténtica y tangible en el mundo.
Vosotros, queridos laicos, sois el rostro de Cristo en medio de las ciudades ruidosas, en los barrios pobres, en las universidades, en los hospitales y en los hogares. El mundo necesita de vuestro testimonio valiente y firme; necesita de hombres y mujeres que, con los pies en la tierra y la mirada en el cielo, puedan llevar la esperanza donde hay desesperación y la luz donde reina la oscuridad.
He visto en mi tiempo, y vosotros lo constatáis en el vuestro, la inmensa brecha entre los ricos y los pobres, entre los poderosos y los desvalidos. Pero no basta con señalar esas injusticias; debemos hacer algo para transformarlas. Cada uno de vosotros, en su lugar, tiene la capacidad de cambiar la realidad que le rodea, de dignificar a los pobres, de humanizar el trabajo, de educar a los niños, de cuidar a los enfermos y de consolar a los afligidos.
La caridad no es un simple acto de dar; es la expresión de la justicia más elevada. La caridad, queridos amigos, no es sólo una moneda en la mano de quien mendiga, sino el reconocimiento de la dignidad inviolable de cada persona. La caridad completa lo que la justicia por sí sola no puede realizar. Pero no debemos olvidar que nuestra misión va más allá de aliviar momentáneamente el sufrimiento. Nuestra llamada es a transformar la sociedad desde sus raíces, luchando contra las causas estructurales de la pobreza y la exclusión.
Hace casi dos siglos, nuestra querida Sociedad de San Vicente de Paúl surgió como una respuesta directa a los desafíos de una sociedad profundamente dividida. Nos reuníamos no solo para hablar de caridad, sino para vivirla y encarnarla en nuestras acciones diarias. Aprendimos de San Vicente de Paúl que la verdadera caridad es siempre activa, dinámica y comprometida con la realidad de los más pobres.
En este sentido, os exhorto a no conformaros con una caridad que calme vuestras conciencias, sino a buscar una caridad que exija de vosotros sacrificio, entrega y pasión. Sed valientes para denunciar las injusticias, para alzar la voz en defensa de los que no tienen voz, y para actuar con creatividad y generosidad ante los nuevos retos que presenta nuestro tiempo.
El próximo encuentro en Roma será un signo profético de unidad y esperanza para la Familia Vicenciana y para la Iglesia. Nos encontraremos en el corazón de la cristiandad, en una ciudad que ha sido testigo de innumerables gestos de fe y de santidad. Allí nos reuniremos no solo para compartir nuestras experiencias y proyectos, sino también para discernir juntos el camino que el Señor nos llama a recorrer en estos tiempos tan convulsos.
Es fundamental que este encuentro sea un espacio de auténtica sinodalidad, donde todos —laicos, religiosos y religiosas, sacerdotes y obispos— podamos escuchar y ser escuchados. Roma nos acoge, pero es Cristo quien nos convoca, quien nos invita a renovar nuestro compromiso con los más pobres y con la transformación social. No tengáis miedo de expresar vuestras ideas, de proponer nuevas formas de acción y de imaginar caminos innovadores para hacer más efectiva nuestra misión.
El Papa Francisco os ha recordado una y otra vez la necesidad de una Iglesia en salida, una Iglesia que no tema ensuciarse las manos trabajando en medio de la gente. Que este encuentro sea un impulso para salir de nuestras zonas de confort y lanzarnos a las periferias, tanto existenciales como geográficas.
Amigos, vivimos en tiempos de grandes desafíos, pero también de enormes oportunidades. La secularización y la indiferencia religiosa que tanto me inquietaban en mi época no son nada comparadas con las dificultades de vuestro tiempo. Sin embargo, no olvidéis que la historia de la humanidad es una historia de redención, y que cada uno de nosotros tiene un papel único que desempeñar en esta gran obra.
La sociedad moderna, tan avanzada y al mismo tiempo tan fragmentada, necesita del testimonio profético de los laicos. Necesita de hombres y mujeres que, iluminados por la fe y movidos por la caridad, sean capaces de mostrar que otro mundo es posible. Necesita de corazones que ardan con el amor de Cristo y que no se dejen apagar por la indiferencia o el conformismo.
Os animo a seguir adelante con renovada fuerza. No os desaniméis ante las dificultades ni os conforméis con pequeñas obras. Apuntad siempre alto, porque el Señor espera mucho de nosotros. Él ha puesto en vuestras manos la responsabilidad de llevar la luz de su amor a cada rincón de este mundo.
Queridos hermanos, os espero en Roma con el corazón lleno de esperanza y alegría. Que esta convocatoria sea un nuevo Pentecostés para nuestra gran Familia Vicenciana, un tiempo de gracia en el que podamos reavivar el fuego de nuestro carisma y renovar nuestro compromiso con los pobres y los marginados.
Sed siempre conscientes de la grandeza de vuestra vocación laical. Recordad que en vosotros está la fuerza para transformar la sociedad y para hacer presente el Reino de Dios aquí y ahora. No dejéis de mirar al cielo, pero nunca olvidéis que vuestros pies están llamados a caminar entre los hombres, en medio de sus alegrías y sufrimientos, para ser testigos del amor que salva y transforma.
Con todo mi afecto y mi oración,
Federico Ozanam
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