El seminarista vicentino, Ján Havlík, CM, a la gloria de los altares

por | Ago 30, 2024 | Congregación de la Misión, Noticias | 0 Comentarios

En los altares de la Congregación de la Misión, veneramos misioneros con cayado pastoral, sacerdotes santificados en los pasillos y aulas de los seminarios y en las trochas misioneras, y humildes hermanos santificados como Marta en la vida oculta misionera. Entre unos y otros, brillan con aureola propia 64 hijos del Señor de Paúl. Pero se encontraba un nicho vacío, el de los seminaristas, que hoy a las puertas del Cuarto Centenario de la “Pequeña Compañía”, es ocupado por Jan Havrik.

Llevó una vida santa, excelente en el canto, dotado en la palabra, devoto de la Madre Milagrosa, perseverante y amante de la oración, siempre fiel a su vocación cristiana y vicentina en medio de la cruz y la persecución.

El 9 de junio de 2013 comenzó la investigación diocesana sobre su martirio, el Congreso de teólogos, reunido el 30 marzo 2023 aprobó su martirio, y el 14 de diciembre de este mismo año, el Papa Francisco autorizó la promulgación del decreto del martirio, fijándose la solemne beatificación el 31 de agosto de 2024 en Šaštin (Eslovaquia). El representante del Sumo Pontífice será el Cardenal Marcello Semeraro, Prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos.

1. La semilla de Dios germinó en la fragua familiar

Me inspiran para iniciar nuestra reflexión, unas palabras de Nuestro Señor en el evangelio según San Mateo 3,9, cuando afirma que “Dios puede hacer hijos a Abraham sacándolos de unas piedras”, y sin forzar el texto decir que si esto fuera así, con cuánta mayor razón los sacaría de tierras fecundas y bien cultivadas. Nuestro hermano Jan, no surgió de un campo pedregoso y árido, al contrario, de un terreno ubérrimo y bien cultivado, como fue el hogar de Karol y Justina, siendo él, el primero y más extraordinario fruto, quien mostró la senda de Dios a sus tres hermanos que vinieron después de él.

El Señor lo llamó a la vida el 12 de febrero de 1928, en la ciudad de Vlčkovany (entonces Checoslovaquia), hoy Dubovce (Eslovaquia). Sus padres tenían salarios básicos, su padre era empleado del Estado y su madre enfermera, que para ajustar mejores entradas laboraban también en faenas agrícolas. Se trabajaba mucho, siendo la oración en el hogar asidua, cotidiana y fervorosa con el estudio del catecismo, el rezo del rosario, y la participación de toda la familia en la Eucaristía dominical.

En un clima de amor, oración y sacrificio se forjó nuestro futuro misionero. Los estudios secundarios los cursó en una ciudad aún más alejada, Skalica, a 18 kilómetros, un trayecto que el joven Havlík realizaba a pie o en bicicleta. Está claro que su vigor juvenil le servirá, para sacar adelante el deseo de sedimentar su formación. De hecho, los estudios de Ján continuarán con altura, porque eran llevados con seriedad y dedicación.

2. La vida vicentina… el campo donde creció, maduró y dio fruto la semilla plantada

San Vicente de Paúl en la conferencia de julio de 1642 (SV IX-1 88-90), hablando de la primera Hija de la Caridad afirmó: “Margarita Naseau, de Suresnes, es la primera hermana que tuvo la dicha de mostrar el camino a las demás…” En nuestro caso, emerge la figura de Sor Modesta Havlíková, tía de Jan. Haciendo una parodia podemos afirmar que ella, la querida tía, la Hija de la Caridad, que un día se encontró con el Señor en la brecha vicentina, y viviendo feliz y realizada en ella, por todos los medios logró que su sobrino, bebiera del agua cristalina de la que ella disfrutaba, mostrándole el camino de San Vicente.

Así en 1943, encontramos a nuestro futuro santo en la escuela Apostólica y al terminar la etapa preliminar, en 1949 en el Seminario Interno, convirtiéndose así en miembro de la Congregación de la Misión para siempre. Es el joven, que habiendo escuchado la voz del Señor evangelizador de los pobres, lo sigue desde ya en las alegrías juveniles, pero sólidamente preparado para llevar la cruz de la fidelidad y de su entrega a lo largo de su corta vida misionera, cruz insospechada y no soñada, pero que al llegarle la llevó sin desfallecer.

Muchos misioneros, hemos tenido la dicha de contar con Hijas de la Caridad, Misioneros Vicentinos o laicos comprometidos, que han sido para nosotros luz en el sendero de nuestras búsquedas inciertas hacia el Señor, que, con su ejemplo, su palabra y su compañía nos han llevado y sostenido en la perseverancia de la vocación misionera vicentina. Con razón, nuestro actual Superior General el P. Mavric, con cuánta insistencia nos recalca el esforzarnos por el trabajo vocacional y si se quiere buscar “nuestro reemplazo” para que el día de mañana le entreguemos la antorcha de la vocación que, hemos llevado con altura. Cómo no orar por nuestras vocaciones, cómo no apoyar a quienes toquen a nuestras puertas, o encontremos bajo el sol y la lluvia del trabajo misionero, cómo no animar a quienes se sienten pusilánimes, y quieren echar la mirada atrás…ser en una palabra guardianes de nuestras vocaciones…

3. La cárcel… el campo de misión entre los pobres

El P. Vinícius Augusto Teixeira, c.m. en su enjundioso artículo “Ján Havlík: la fuerza del deseo”, nos dice:

“Todos los esfuerzos de Havlík se veían vigorizados y animados por su deseo de llegar a ser lo que el Señor le llamaba a ser. En una ocasión, su hermana María mencionó lo que su progenitora le había contado sobre el ardor misionero que enmarcaba la juventud de su primogénito: “Por mi madre sé que, en sus tiempos de noviciado, Ján quería ser misionero y partir a Rusia para enseñar el cristianismo a los hijos de Stalin”. Un compañero de colegio también se refiere a las aspiraciones apostólicas del joven Havlík: “Sus compañeros de entonces ya sabían que quería ser sacerdote e ir al extranjero como misionero”. Estos ideales juveniles no son fruto de un corazón aventurero, sino el resultado de un alma madura en Dios y para Dios, como lo manifiesta en sus escritos: “No hay don más grande que el de entregarse incondicionalmente a Dios”.

Pero bien pronto, nuestro seminarista comprendió que el ser misionero, ya no se podía dar en las altas cordilleras de Rusia o en sus gélidas montañas, sino en las minas de uranio y en las oscuras cárceles comunistas. ¿Y por qué? Sencillamente, se había implantado en su patria el régimen comunista, y Jan en su fidelidad a Dios y a la Iglesia no quiso claudicar de su vocación. En los socavones y en los calabozos, estaba su campo misionero. Allí había sido plantado por el Señor, y allí estaba su espacio para florecer y dar copiosos frutos. Acertadamente nos lo dice:

“¿No es tarea de los Misioneros ayudar a quienes han sido arrojados a los escombros de la sociedad? Si nos caen de 10 a 15 años de cárcel, no podemos hablar de lo provisional y pensar: estudiaré más tarde, trabajaré después por el Reino de Dios. Lo necesitan ahora, aunque estén débiles. Todos los presos, los desesperados, los ignorantes, los apáticos, los asesinos y los delincuentes lo necesitan. Manifiesta ahora lo que llevas dentro, si te tomas en serio la misión con la que sueñas desde joven. Me siento igual que en las misiones. No podría imaginar un campo de trabajo mejor y más desafiante. Debemos hacer saber a todos que nuestro amor es Cristo. A todos los miles de presos de Jáchymov, Příbram, Slavkov… Es un programa para toda nuestra vida. Poner amor en los asuntos de Estado, en las familias, las comunidades, las escuelas, las oficinas… llevar el amor en todas nuestras acciones”.

Y este fue el pulpito misionero de este joven, con su fidelidad sin límites a Dios, a la Iglesia, a la Congregación de la Misión, a los pobres: su testimonio resilente, la alegría de su entrega, el trabajo sacrificado, el rezo del rosario y la catequesis con los compañeros de celda, fue el campo misionero donde realizó Jan su vocación y misión. Fueron 11 años exactos de aislamiento y humillación (1951 – 29 de octubre – 1962). Y ya liberado continuó su misión junto al calor familiar, haciendo el bien dentro y fuera de los suyos, hasta que el Señor desde su cuna, lo llevó a cantar eternamente junto a él los villancicos navideños, “en la misión del cielo” el 27 de diciembre de 1965.

4. Y el roble plantado junto a la acequia de Dios…no cayó…murió en pie

Y veamos el final glorioso de nuestro beato Havrik, citando textualmente al P. Teixeira:

“Tras un malestar más intenso en la tarde del día 26, parecía que sus problemas de salud le habían dado una tregua, por lo que le comentó a su padre que le gustaría encontrar un puesto de trabajo para poder colaborar en el sostenimiento de la familia. El 27 de diciembre de 1965, Ján cogió un autobús hasta el cercano pueblo de Popudiny con el fin de consultar a su médico. Desde allí fue a Skalica llevando una radio para que la arreglaran. Luego iría al hospital para hacerse pruebas y, si era necesario, ingresar. Si aún era posible, visitaría a su hermano Anton, que vivía en la ciudad, para pasar con él la Nochevieja. Sin embargo, aquel sería el último día de su vida terrenal. Nada más llegar a la ciudad, mientras caminaba por la calle, justo cuando estaba frente a la casa de un médico, se sintió mal y se apoyó en un contenedor de basura. Al percatarse del estado del joven, el médico se acercó para prestarle ayuda, pero fue en vano. El débil corazón de Ján Havlík ya estaba parando de latir. El médico se lo llevó a casa con la ayuda de un transeúnte para darle los últimos auxilios. No conocía a Ján, pero su esposa sí. Como enfermera, le había recibido en el hospital durante uno de sus muchos ingresos y guardaba el recuerdo de su serenidad y amabilidad”.

En el silencio, la oración y la meditación en su celda, muy seguramente en más de una vez, le llegó a la mente esta conferencia del Fundador que, él había leído en el Seminario Interno. ¿Se imaginaría nuestro mártir que este texto se cumpliría al pie de la letra en él?:

“Entreguémonos a Dios, padres, para ir por toda la tierra a llevar su santo evangelio; y en cualquier sitio donde Él nos coloque, sepamos mantener nuestro puesto y nuestras prácticas hasta que quiera su divina voluntad sacarnos de allí. Que no nos arredren las dificultades; se trata de la gloria del Padre eterno y de la eficacia de la palabra y de la pasión de su Hijo. La salvación de los pueblos y nuestra propia salvación, son un beneficio tan grande que merecen cualquier esfuerzo, a cualquier precio que sea; no importa que muramos antes, con tal que muramos con las armas en la mano; seremos entonces más felices, y la compañía no será por ello más pobre, ya que ‘sanguis martyrum semen est christianorum’. Por un misionero que haya dado su vida por caridad, la bondad de Dios suscitará otros muchos que harán el bien que el primero haya dejado de hacer” (S.V., XI/3, 290).

5. Y con el proverbio chino concluyamos: “Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad”.

  • La oración de Jan, junto al Señor en la mansión celeste, ha sido escuchada: él no pudo ir físicamente a “enseñar el cristianismo a los hijos de Stalin” …sus hermanos sí, cuando con aguerrido coraje motivados por el P. Maloney han marchado a distintas regiones, llegando a Ucrania, Rusia y Bielorusia, donde él penetró con su oración y su sufrimiento, continuando allí con tesón y heroísmo evangélico. Pero otros, no pocos vicentinos heroicos, han partido a otras comarcas de la tierra para llevar el evangelio de Jesús a los pobres. Su beatificación ha de ser para jóvenes y menos jóvenes, un aliciente para continuar en la batalla sin vacilaciones y con entereza, hasta agotar el último aliento de la vida.
  • Si Jan es un modelo de vicentino, lo es sobremanera para la muchachada de nuestros colegios, escuelas y seminarios. No tienen ahora pretexto para seguir al Señor, hay un referente actual, joven, de nuestro tiempo, y un aguerrido heraldo del evangelio, procurando cultivar una conciencia recta, iluminada por la fe, capaz de educar los deseos y orientarlos en la dirección de lo que es verdadero, bueno y bello, según la voluntad de Dios.
  • Ante la cultura de lo pasajero, lo liquido y efímero, estamos llamados a perseverar en el bien, en las búsquedas más sinceras y en la fidelidad a la vocación misionera y vicentina, incluso en medio de la adversidad y de las pruebas.
  • El nuevo Beato Jan Havrik, nos coloca a las puertas de nuestro Cuarto Centenario, como centinelas del tesoro de la Compañía que hemos recibido, y a ser audaces en la vida espiritual, más creativos en el cumplimiento de nuestra misión, siendo más generosos en la misión, abriendo nuevos caminos que nos lleven a nosotros y a nuestros hermanos ante el Señor.
    ¡Qué gozo el saber que, como misioneros, somos pequeñas luces ante el Sagrario y ante los hermanos, que gastamos con alegría, hasta la última gota del aceite de las lámparas de nuestras vidas ante El y los pobres!

P. Marlio Nasayó Liévano, CM
Fuente: https://www.corazondepaul.org/

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