«¿Quién dice la gente que soy yo?» preguntó Cristo a su discípulo (Mt 16,13), antes de preguntar: «Y tú, ¿quién dices que soy yo?». No le sorprendió recibir dos respuestas diferentes, a pesar de que nunca vaciló en decir a todos quién era exactamente y por qué estaba aquí. «Yo soy la vid verdadera (Jn 15,1)… la luz del mundo (Jn 8,12)… la resurrección y la vida (Jn 11,25)… el buen pastor (Jn 10,11)… el pan de vida (Jn 6,35)… la puerta de las ovejas (Jn 10,7)… el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6)… y el que me ha visto a mí, ha visto al Padre (Jn 14,9)».
¿Quién dice la gente que somos los vicentinos? ¿Dicen que somos proveedores de servicios? ¿Trabajadores sociales? ¿O dicen que somos los que devolvemos sus llamadas, los que acudimos y escuchamos, los que nos preocupamos cuando parecía que nadie más lo hacía? Como Cristo, lo más probable es que oigamos respuestas diferentes de personas diferentes, pero eso nunca debería deberse a que seamos incoherentes en lo que decimos que somos, en nuestras palabras y en nuestras acciones, porque ¿de qué otra forma pueden saber quiénes somos?
Se ha dicho que una regla, como la Regla de la Sociedad de San Vicente de Paúl, si se sigue fielmente, podría recrearse fácilmente con sólo observar cómo viven sus miembros. ¿Diría un observador externo de nosotros que «buscan aliviar el sufrimiento sólo por amor, sin pensar en ninguna recompensa o ventaja para sí mismos»? [Regla, parte I, 2.2] ¿«No juzgan a aquellos a quienes sirven»? [Regla, I parte, 1.9] ¿Sirven «alegremente a los pobres»? [Regla, I parte, 1.8] ¿Son «una comunidad de fe y de amor, de oración y de acción»? [Regla, Parte III, St. 5] ¿Son «una organización internacional católica de laicos, hombres y mujeres»? [Regla, Parte I, 1.1].
Somos lo que decimos ser, en nuestras palabras y en nuestras acciones. No servimos a los pobres porque sean católicos, sino porque somos católicos; porque somos seguidores de Cristo, que nos aseguró que le encontraríamos en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el prisionero, en el desnudo, en el pobre y en todos los que lloran. Nuestras acciones nunca deben contradecir nuestras palabras, y nuestras palabras no deben contradecir nuestras acciones. Esto no se debe a que sea importante para nosotros ser reconocidos o alabados por el trabajo que realizamos, sino a que es importante que se conozca al que nos envía, para que otros también puedan encontrarle.
Como enseñaba San Vicente, amonestando a uno de sus superiores por sus esfuerzos para mejorar la reputación de la Congregación: «Pongamos en él nuestra fama, padre, para que él haga lo que mejor le parezca. Sólo a él se debe la gloria; no hagamos nunca nada más que con ese fin y para ello pisoteemos nuestro respecto humano y nuestro propio interés» [SVP ES IV, p. 460].
Como Cristo mismo, no podemos controlar quién dice la gente que somos, sólo podemos controlar quién decimos nosotros que somos, y al final, lo único que importará es quién dice Dios que somos.
Contemplar
¿Quién digo que soy, con mis palabras y mis actos?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.
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