En 1799, en medio de las turbulencias de la Revolución Francesa, en la ciudad de Besançon, Francia, nació una misión humilde pero transformadora: las Hermanas de la Caridad. Fundada por Juana Antida Thouret, esta congregación se dedicó a servir a los pobres, educar a las niñas y cuidar a los enfermos, movida por un profundo compromiso de vivir de acuerdo con el Evangelio. Este compromiso continúa hasta hoy: mujeres inspiradas por el ejemplo de Thouret recorren las calles del mundo al servicio de la misión de la Iglesia de convertirse en una iglesia de los pobres, una iglesia para todos.
El itinerario de Juana Antida Thouret comienza en Sancey, Francia, donde nació en 1765. Su vida fue moldeada desde temprano por las responsabilidades familiares, especialmente después de la muerte de su madre, cuando Thouret tenía solo 16 años. A pesar de los desafíos y expectativas que recaían sobre ella, incluido el matrimonio, Thouret sentía una llamada más profunda a servir a Cristo y a los pobres. A los 22 años, se unió a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl en París, donde fue formada para cuidar de los pobres y los enfermos, justo cuando la Revolución Francesa trajo agitación y peligros a las comunidades religiosas.
La determinación y la fe de Thouret la guiaron durante años de dificultades, incluyendo el servicio clandestino durante la Revolución, el exilio y la pérdida de seres queridos. En 1799, fundó las Hermanas de la Caridad en Besançon, estableciendo escuelas y hospitales y trabajando estrechamente con las autoridades locales para cuidar de los pobres. Su misión se extendió más allá de Francia, alcanzando Suiza, Saboya y Nápoles, donde afrontó nuevos desafíos, continuando su labor con devoción inquebrantable.
A pesar del creciente éxito de su misión, Thouret enfrentó grandes dificultades, incluida la oposición dentro de la Iglesia y la separación de las comunidades que había fundado en Francia. Sus últimos años estuvieron marcados por una dolorosa división dentro de la congregación, pero su compromiso con la Iglesia y su fe permanecieron inquebrantables.
Juana Antida Thouret murió en 1826 en Nápoles, dejando un legado de servicio, fe y amor que continúa inspirando a las Hermanas de la Caridad hoy en día. Fue canonizada en 1934, y su vida y misión fueron reconocidas como un poderoso testimonio del amor y la caridad de Dios.
Durante los siglos XIX y XX, las Hermanas de la Caridad expandieron su misión por todo el mundo, respondiendo a las necesidades de la Iglesia y del mundo. A pesar de los desafíos políticos y sociales, incluidas las leyes en Francia que limitaban la educación religiosa, las Hermanas continuaron sirviendo en países de toda Europa, África, Asia y América. Se adaptaron a las nuevas circunstancias, reorganizando sus estructuras y ampliando su alcance para responder a las necesidades cambiantes de las personas a las que servían.
El legado de Juana Antida Thouret también se refleja en la vida de otras hermanas de la Caridad que han sido reconocidas por la Iglesia por su santidad y dedicación. Entre ellas están la Hermana Agostina, enfermera en Roma; la Hermana Nemesia, educadora en Tortona y Borgaro-Turín; y la Hermana Enriqueta, que sirvió a los prisioneros en Milán. Estas mujeres encarnan los aspectos diversos y complementarios de la obra de caridad que ha definido a la congregación desde su fundación.
La jornada de las Hermanas de la Caridad ha sido una evolución continua, respondiendo al llamado del Evangelio y a las necesidades del mundo. Desde sus humildes comienzos en Besançon hasta su misión global actual, permanecen fieles al carisma de Juana Antida Thouret, dedicadas a servir a los pobres, los enfermos y los marginados con amor, humildad y una fe inquebrantable.
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