Contemplación: Alegría en la gratitud

por | Ago 14, 2024 | Formación, Reflexiones, Sociedad de San Vicente de Paúl | 0 comentarios

Este artículo apareció originalmente en ssvpusa.org

En los momentos en que nuestro trabajo parece difícil, y los problemas del prójimo o de nuestra Conferencia parecen abrumadores, hay algo que debería llenar nuestro corazón y nuestra mente, llevándonos a un estado de paz y buen ánimo en el servicio: la gratitud.

Es fácil dar las gracias por la buena fortuna, por fugaz que sea: un aumento en el trabajo, una segunda ración de tarta, la curación de una enfermedad, o un accidente evitado por los pelos mientras conducíamos. Pensamos: «¡Dios estaba conmigo!» Rezamos una oración de agradecimiento y, sonriendo, seguimos con nuestras vidas.

Pero Dios también está con los que no se curaron, los que siguieron hambrientos, los que chocaron sus coches. No sólo está con ellos, sino que tanto el Padre (cfr. Dt 15,11) como el Hijo (cfr. Mc 14,7) nos han dicho que estarán con nosotros en todo momento, y nos recuerdan además que, al servir a los necesitados, le servimos de verdad a Él. ¿Cómo no vamos a estar agradecidos por esta oportunidad de servir, por difícil que nos parezca a veces? Al fin y al cabo, ésta es nuestra vocación, nuestra llamada: no fuimos nosotros quienes le elegimos a Él, sino Él quien nos eligió, quien nos llamó (Jn 15,16), quien nos envía a ofrecer su consuelo a los afligidos.

«Humillaos, queridas Hermanas. Confundíos ante esta gracia —enseña Santa Luisa— y sed agradecidas por ella. Pues si no os humillarais a la vista de vuestra nada admirándoos de que Dios os haya sacado de la pobreza, de la bajeza, para servirse de vosotras, ¿qué seria de vosotras, mis queridas Hermanas?» [Santa Luisa de Marillac, Pensamientos, pp. 778-779].

Es parte de nuestra confianza en la Divina Providencia lo que debería llevarnos a la gratitud. Si Dios nos ha llamado, confiamos, incluso en los momentos difíciles, en que es para bien, de acuerdo con Su voluntad. A su vez, enseñaba Santa Luisa, es nuestra gratitud la que nos dará «la disposición necesaria para recibir las gracias que necesitáis para servir a vuestros pobres enfermos con espíritu de mansedumbre y gran compasión, a imitación de Nuestro Señor, que actuó así con los más desgraciados» [SWLM, 434]

En nuestra virtud de la mansedumbre, nacida de la gratitud, expresamos «bondad, dulzura y paciencia en nuestra relación con los demás» [Regla, Parte I, 2.5.1]. Esto es verdad no sólo cuando las cosas van bien, o cuando pensamos que tenemos una solución para las necesidades materiales del prójimo, sino también —y especialmente— cuando las cosas parecen más sombrías. En nuestra gratitud por haber sido llamados a Su presencia en nuestra vocación, como pregunta Santa Luisa: «¡Oh santo Templo de Gracia! ¿Cómo no inundas nuestros corazones de continuo gozo y alegría?» [Santa Luisa de Marillac, Pensamientos, pp. 762].

Las sonrisas que ofrecemos no las damos sólo nosotros, sino que son un gran regalo de alegría de Dios, un signo de Su amor eterno. Cuando permanecemos agradecidos, no podemos evitar compartir esta alegría con el prójimo, y pensar «en la alegría eterna que gozarán en el cielo si aman mucho a Dios aquí en la tierra y a su prójimo como Él nos lo manda» [Santa Luisa de Marillac, Pensamientos, pp. 794].

Contemplar

¿Cuántas veces he dado gracias a Dios por mis dificultades, a la par que por mis dichas?

Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.

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