Uno de los principios fundamentales de la espiritualidad vicentina es la confianza en la Divina Providencia. Estamos llamados a confiar en que Dios proveerá lo necesario para que las cosas salgan bien. En teoría, esto parece bastante sencillo, porque sabemos que Dios es bueno y que nos ama. En la práctica, sin embargo, nos vamos dando cuenta poco a poco de que nuestra confianza es necesaria no por lo que sabemos, sino por lo que no sabemos.
Cada Conferencia tiene probablemente alguna historia prodigiosa de cuando, justo cuando habían ofrecido su último dólar de ayuda, llegó un donativo totalmente inesperado. Ocurre con tanta frecuencia que ya casi no podemos llamarlo «inesperado». Estas historias reconfortan nuestra confianza en la Providencia. Dios, después de todo, ha proporcionado tantas veces «lo necesario» a nuestras arcas que nosotros, junto con el beato Federico, podemos concluir felizmente que «en cuanto a las obras de caridad, nunca hay que inquietarse por los recursos pecuniarios, que vienen siempre» [Carta a su madre, de 23 de julio de 1836].
Es fácil confiar cuando recibimos lo que creemos necesario. Estamos llamados a confiar no sólo en que Dios proveerá lo necesario, sino en que Él sabe lo que se necesita incluso cuando no tenga sentido para nosotros; que sólo Él conoce la mejor manera de que las cosas funcionen.
Reflexionando años más tarde sobre la fundación de la primera Cofradía de la Caridad en Châtillon-les-Dombes, que marcó el comienzo de la Familia Vicenciana, san Vicente vio algo distinto de su propio logro en respuesta a una familia enferma de su parroquia. Por el contrario, insistió en que todo había sido idea de Dios, pues no era Vicente quien había hecho enfermar a aquella familia.
A veces sólo podemos ver en retrospectiva el bien que se deriva de los acontecimientos de nuestra vida. Hubiera sido muy fácil para Vicente limitarse a lamentar los problemas de la familia o considerar que sería demasiado difícil ayudarla. También le habría resultado muy fácil felicitarse por haber actuado. Pero Vicente comprendió que todos estamos llamados a ayudar, y en ese caso, la llamada de Dios llegó en forma de una familia necesitada. Dios no proporcionó fondos, sino sufrimiento, lo que a su vez dio lugar a un gran florecimiento de la caridad entre sus siervos, que confiaron en Él y trataron de hacer su voluntad.
La Providencia no es un simple donante generoso, ni la caballería que llega en el momento justo. Confiar en la Providencia significa abandonarse a la voluntad de Dios, confiando plenamente en que, si actuamos de acuerdo con Su voluntad, el resultado, nos parezca lo que nos parezca, será también Su voluntad. Como nos recuerda san Vicente, «no podemos conocer mejor la voluntad de Dios en todos los acontecimientos que cuando ocurren sin nuestra intervención o de una forma distinta de como lo pedíamos» [SVP ES V, p. 430].
Contemplar
¿Me dejo llevar por la frustración cuando las cosas no salen como había planeado?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.
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