Contemplación: El camino hacia la paz

por | Jul 16, 2024 | Formación, Reflexiones, Sociedad de San Vicente de Paúl | 0 comentarios

Este artículo apareció originalmente en ssvpusa.org

Nuestras pequeñas mentes y corazones humanos pueden a veces estar tan atrapados por la preocupación y la ansiedad que nos resulta difícil actuar, difícil incluso saber qué acciones emprender. Rezamos pidiendo la guía del Espíritu Santo, y luego nos preguntamos, con aún más ansiedad, cuándo serán escuchadas nuestras oraciones. Esto no es menos cierto para nosotros que para el prójimo, cuyos problemas a menudo superan con mucho los nuestros.

Jesús comprendió esta propensión nuestra. Nos comprendió a nosotros, diciéndonos que «Cada día tiene bastante con su propio mal» (Mateo 6,34), que no nos preocupemos por las necesidades materiales, sino que nos ocupemos primero del reino de Dios. Pero, ¿qué pasa con el prójimo, cuyos problemas están muchas veces más allá de nuestra capacidad de aliviarlos, al menos de forma permanente? Estamos llamados a compartir su sufrimiento, lo que naturalmente nos lleva a compartir sus angustias. Con el tiempo, esto puede pesarnos, entristecernos y desanimarnos. ¿Cómo podemos dejar que sus angustias sean también suficientes para nuestra jornada?

Al compartir el rostro de Cristo, estamos llamados también a compartir la gran esperanza que Cristo ofrece. ¿Cómo podemos ofrecer esta esperanza al prójimo cuando consentimos perder la esperanza? Santa Luisa de Marillac ofreció este consejo a las Hijas de la Caridad, que también sufrían lo que ahora llamamos «fatiga de compasión», diciéndoles «veréis una gran cantidad de miseria que no podréis aliviar. Dios también lo ve… haced todo lo que podáis para proporcionarles un poco de ayuda y permanecer en paz».

Así, buscamos un camino hacia la paz que calme nuestras ansiedades, pero no hay camino hacia la paz. La paz es el camino. La paz de Dios ya está en nuestros corazones, pues la paz proviene del Dios que nos hizo a su imagen. Desprendiéndonos nuestras ansiedades y temores, abandonándonos a la voluntad de Dios en lugar de a la nuestra, confiando plenamente en Su providencia, de esta manera nos desprendemos de todo el ruido y el desorden de las preocupaciones mundanas que perturban Su paz dentro de nosotros. A su vez, compartimos esta paz con el prójimo a través de nuestra virtud de la mansedumbre; «nuestra seguridad amistosa y nuestra invencible buena voluntad, que significan amabilidad, dulzura y paciencia en nuestra relación con los demás» [Regla, Parte I, 2.5.1].

Cuando una persona se enfada, puede provocar la ira de otras. También la risa es contagiosa. Hemos sido creados para vivir en comunidad, y es natural que nos alegremos con los que se alegran, que lloremos con los que lloran (cfr. Rom 12,15). Al mismo tiempo, cuando nuestros corazones conectan con el prójimo, también compartimos la paz de Dios cuando la dejamos entrar en nuestros propios corazones.

«El reino de Dios es la paz en el Espíritu Santo —enseñaba San Vicente—. Él reinará en usted, si su corazón está en paz» [SVP ES I, 175].

Contemplar

¿Permito que «los propios problemas del día», míos o del prójimo, desplacen la paz de Dios?

Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.

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