Los vicentinos somos ejecutores, somos gente de acción. Amamos a Dios, como dijo San Vicente, «con el sudor de nuestro rostro y la fuerza de nuestros brazos» [SVP ES XI, 733]. Creemos, como Federico Ozanam, que «la religión sirve mejor no para pensar, sino para actuar». Tan central como es nuestra vida de oración, nuestras Conferencias son «comunidades de… oración y acción» [Regla, Parte I, 3.3]. Y, sin embargo, como a menudo subrayamos en nuestra formación para las visitas domiciliarias, el nuestro no es un ministerio de constante movimiento o de resolución de problemas, sino que es, en su corazón, un ministerio de presencia.
En nuestro servicio de persona a persona a los necesitados, buscamos «establecer relaciones basadas en la confianza y la amistad» [Regla, Parte I, 1.9]. Queremos ser como los amigos a los que llamamos en nuestros propios momentos de angustia, que acuden a nosotros no para encontrarnos nuevos trabajos, ni para curar a nuestros familiares enfermos, ni para resucitar a los muertos, sino para sentarse con nosotros, para sentir la tristeza que sentimos y, compartiéndola, aligerar nuestras cargas.
Estamos llamados a ver el rostro de Cristo en aquellos a quienes servimos, pero también a compartir el rostro de Cristo, su amor y su presencia. Así como nos dijo que los pobres estarían siempre con nosotros (cf. Mt 26,1), también nos aseguró que Él mismo estaría con nosotros, hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 28,20), y vinculó estas dos verdades recordándonos que el trato que diéramos a los pobres sería juzgado como si se lo hiciéramos a Él mismo (cf. Mt 25,40).
Nuestro ideal es servir al prójimo sólo por amor; no el amor del romance, sino el amor de Dios, el amor que se llama caridad, el amor que Vicente dijo que es «inventivo hasta el infinito» [SVP ES XI/3:65]. Fue en la inventiva de Cristo, decía Vicente, donde encontró el modo, una vez terminada su vida terrena, no de seguir siendo carpintero, sino de permanecer verdaderamente presente para todos los que creen, y para todos los que le buscan, en la Eucaristía.
El fin primordial de la Sociedad de San Vicente de Paúl es nuestro propio crecimiento en santidad, y aunque nuestro servicio de persona a persona es nuestro principal medio para este crecimiento, nuestras prácticas espirituales, como Vicente y Federico antes que nosotros, incluyen «la devoción a la Eucaristía» [Regla, Parte I, 2.2]. ¿Y cómo podría ser de otra manera? En los pobres, como en la Eucaristía, vemos la verdadera presencia de Cristo, y nuestro servicio se convierte en sacramental.
Estamos llamados no sólo a estar con los pobres, sino a sentarnos con ellos en nuestras visitas domiciliarias; a estar presentes con ellos. A través de nuestra presencia, no simplemente de nuestras acciones, nuestras visitas domiciliarias, como la Adoración Eucarística, se convierten en actos de amor y devoción al Hijo amado de Dios.
Jesús, el Hijo del Hombre, fue enviado por el Padre para compartir plenamente nuestra humanidad, para estar presente con nosotros, entre nosotros, y finalmente, a través del pan y del vino, en nosotros. Compartir el amor de Cristo como vicentinos, por tanto, es estar verdaderamente presentes, yendo al prójimo como Cristo vino a nosotros, llevando dentro de nosotros la verdadera presencia de Cristo a través de la Eucaristía que hemos recibido. El nuestro es un ministerio no sólo de presencia, sino de verdadera presencia, porque en la Visita Domiciliaria, como en la Eucaristía, Él, como prometió (cf. Mt 18,20), también estará verdaderamente presente.
Contemplar
¿Cómo puedo acercarme más y mejor al prójimo?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.
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