La Iglesia llama a los laicos a cumplir «también su misión profética evangelizando», que tiene «una eficacia particular por el hecho de que se realiza en las condiciones generales de nuestro mundo» [Catecismo de la Iglesia Católica, 905] Nuestra vocación vicenciana, nuestro modo especial de vivir la fe, define también nuestro modo especial de evangelizar.
¿Y cuál es ese modo? Es bien cierto que nuestras visitas al prójimo, particularmente la primera visita, no son un momento apropiado para evangelizar de palabra. El prójimo se encuentra en una posición muy vulnerable, y aunque es probable que escuche muy educadamente lo que le digamos, es igualmente probable que se resienta de que le hayamos hecho sentir, a pesar de nuestras mejores intenciones, que venir a Misa puede ser el precio de nuestra ayuda.
Como dice la primera Regla: «No todo fervor es santo ni aceptado por Dios. Todos los tiempos no son adecuados para inculcar en el corazón enseñanzas nuevas y cristianas. Debemos saber esperar el tiempo propio de Dios, y ser pacientes como Él». [Regla de 1835, introducción]. Evangelizamos, ante todo, no con la predicación, sino con el testimonio de nuestros actos; con nuestras obras desinteresadas, realizadas sólo por amor.
El beato Federico hizo esta misma observación, explicando que, si bien esperamos compartir la palabra salvadora de Cristo con los pobres, hay que «dar a todos el pan que alimenta» [Informe sobre las actividades de la Sociedad de San Vicente de Paúl, desde los orígenes, de 27 de junio de 1834]. San Vicente aconsejó igualmente a cada uno de sus misioneros (cuya misión era evangelizar) que fuera «más recatado en su presencia, más humilde y más devoto para con Dios y más caritativo con el prójimo, para que ellos vean la belleza y la santidad de nuestra religión y por ese medio se vuelvan a ella» [SVP ES VII, 168].
Naturalmente, no ocultamos quiénes somos ni el motivo de nuestra visita, y una de las formas de dar testimonio de nuestra fe es pedir a Dios por el prójimo. Por eso será frecuente que, al entablar relaciones basadas en la confianza y la amistad, sea el prójimo quien inicie la conversación sobre nuestra fe, precisamente porque nuestra caridad, nuestro amor, ha suscitado en su corazón «interrogantes irresistibles» [Evangelii nuntiandi, 21]
Aunque la mayoría de nuestras visitas comienzan y terminan con ayuda material, nunca somos simples portadores del pan, porque, como nos recuerda Federico, «la caridad no consiste tanto en distribuir pan, como en el modo de la distribución» [Informe sobre las actividades de la Sociedad de San Vicente de Paúl, desde los orígenes, de 27 de junio de 1834]. Buscamos en primer lugar alcanzar la santidad pues, sin eso, ¿cómo podemos conducir a los demás a ella? Rezamos para que nuestra bondad, amistad y amor transformen los corazones de los prójimos a los que servimos, del mismo modo que su sufrimiento transforma el nuestro.
En nuestros informes anuales, dejamos constancia de la ayuda que prestan nuestras conferencias. Guardamos en nuestros corazones el recuerdo de las lágrimas que hemos secado y de la esperanza que hemos compartido. Pero nunca sabremos cuántas almas pueden haber salvado nuestras obras. Eso depende de Dios, no de nosotros, y «no se nos encarga realizar el bien que está fuera de nuestro poder efectuar» [Regla de 1835, Introducción].
Contemplar
¿Está mi celo por la salvación de las almas atemperado por mi humildad y fe en que Dios obra a través de mí?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.
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