Una niña de tres años grita «No es justo» cuando cree que su hermano recibe algo que ella no. Otro niño grita lo mismo cuando le dicen que es hora de irse a la cama mientras un hermano mayor se queda despierto.
Piden justicia. Porque existe en nosotros el instinto de que las cosas deben ser justas… no iguales quizá, pero al menos justas. Como dice Mia Mottley, Primera Ministra de Barbados, sobre la justicia social, «sabemos lo que es, lo aprendimos de nuestros hijos, se llama imparcialidad».
A la mayoría de la gente no le parece justo que los muy ricos paguen menos impuestos que ellos. O que las empresas puedan subir los precios o despedir a los trabajadores sin motivo. Una vez más, el sentido innato de la justicia nos dice cuándo algo está mal.
Incluso en las zonas más subdesarrolladas del mundo, donde el futuro parece predeterminado y fijo, con un poco de exposición al mundo en general todos querrían una mayor justicia, con oportunidades para todos, con ayuda material cuando se necesite, con el respeto de la dignidad de todos.
La Agenda 2030 de las Naciones Unidas para la Paz y la Prosperidad de los Pueblos y del Planeta pretende acercar a la humanidad a ese mundo. Y la promesa subyacente es no dejar a nadie atrás.
No dejar a nadie atrás -progreso para todos- sólo es alcanzable si el progreso material se combina con valores espirituales o éticos. Es evidente que el reciente crecimiento económico ha traído prosperidad para muchos, pero como gran parte de ese crecimiento se ha producido sin un vínculo con la justicia o la equidad, unos pocos se han beneficiado desproporcionadamente mientras muchos quedan en condiciones precarias. Se trata de una cuestión espiritual. Un fracaso espiritual.
La sociedad sólo será sana y completa si se persiguen intencionadamente valores como la comunidad, el Bien Común y la prosperidad compartida. Se trata de equidad.
La agenda de la ONU se inspira en los Derechos Humanos, una declaración universal que afirma que todas las personas tienen estos derechos, que los derechos pertenecen a las personas y no a los gobiernos, y que deben ser respetados.
La Doctrina Social de la Iglesia inspira a otros a buscar la justicia y el Bien Común, y a desafiar el statu quo en el que todo está dispuesto para favorecer a los ricos y bien relacionados. Aunque no es muy conocida, la Doctrina Social se basa en sus raíces en las Escrituras y es auténticamente provida porque defiende y promueve la vida desde el vientre materno hasta la tumba: «Yo he venido para que tengáis vida, y vida en abundancia».
La Doctrina Social fomenta la mentalidad de buscar y comprender las causas profundas de la injusticia y promover cambios en los sistemas y estructuras que causan y mantienen a las personas en la pobreza y la miseria. El profesor Cornell West lo dice muy bien «Nunca olvides que la justicia es lo que el amor parece en público».
En la tradición vicenciana encontramos al Beato Federico Ozanam, principal fundador de la Sociedad de San Vicente de Paúl, precursor de la Doctrina Social con sus llamamientos a favor de las pensiones y los derechos de los trabajadores mucho antes de las primeras formulaciones de la doctrina. Nos dice: «Id a los pobres», escuchad y aprended, y complementad la caridad con el trabajo por la justicia.
Inspiradas por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Doctrina Social Católica y, sobre todo, por nuestro carisma compartido de servir a los pobres, las ONG de la Familia Vicenciana trabajan para lograr un cambio sistémico para las personas en situación de pobreza a través de nuestro trabajo de colaboración en la ONU haciendo incidencia política, un nuevo nivel de caridad. Esto implica navegar por conceptos y construcciones complicados como los Pisos de Protección Social, la Policrisis Multidimensional de la Desigualdad y la Arquitectura Financiera Global… pero al final se trata simplemente de Equidad.
Jim Claffey, representante de las ONG de la Congregación de la Misión ante la ONU
Gracias mil, Jim. Me parece a mí que el tema, tanto cristiano como vicentino, por supuesto, lo expones conciso y preciso.