En la Sociedad de San Vicente de Paúl, «todas las decisiones se toman por consenso después de la necesaria oración, reflexión y consulta» [Regla, Parte I, 3.10]. En otras palabras, no nos limitamos a sacar a la minoría «fuera de la isla», sino que nos aseguramos de que todas las voces sean escuchadas en nuestro empeño de llegar a una conclusión que todos puedan apoyar. El proceso de oración, reflexión y consulta que seguimos para llegar al consenso es el discernimiento.
El discernimiento, a su vez, no es simplemente un proceso de toma de decisiones, en el que comparamos los pros y los contras, u ofrecemos argumentos a favor de nuestras posiciones. Es más bien una búsqueda de la verdad, y esa verdad, para nosotros, es siempre la voluntad de Dios. Para discernir de verdad es necesario que cada uno de nosotros deje de apegarse a sus propias ideas, manteniendo la mente y el corazón abiertos no sólo a las ideas de los demás, sino a la idea de que nuestro propósito no es elegir entre alternativas que compiten entre sí, sino encontrar la única verdad, que es la voluntad de Dios.
Nuestra Regla original explicaba la importancia de la abnegación en este proceso, diciendo que «el hombre que está enamorado de sus propias ideas, desdeñará la opinión de los demás… Debemos, por tanto, aceptar de buen grado el juicio de los demás, y no debemos sentirnos molestos si nuestras propias proposiciones no son aceptadas por ellos. Nuestra mutua buena voluntad debe proceder del corazón y no debe tener límites» [Regla, Introducción, 1835].
Estas palabras hacen eco a San Vicente de Paúl, que decía que debemos «negarnos totalmente a nosotros mismos por amor a Dios, para poner nuestro juicio en armonía con el de nuestro prójimo… y conformarnos con el juicio de Dios sobre las cosas» [CCD XII:175]. Para san Vicente de Paúl, la voluntad de Dios era siempre el centro de la santidad, y siempre la luz que guiaba sus obras y sus planes.
El discernimiento no es una competición para determinar cuál es la voluntad más fuerte, sino que es siempre una búsqueda de la voluntad de Dios para que nos guíe, ya sea discerniendo nuestro camino individual, discerniendo la mejor manera de ayudar a un prójimo, o discerniendo un plan para nuevas obras especiales. Si realmente creemos que Dios nos llamó a esta vocación vicentina, también debemos creer que el Dios que nos llamó está aquí; que está dentro y entre nosotros; que cada uno de nosotros individualmente y todos nosotros como grupo fuimos llamados aquí por Dios; y que es Su voz y Su voluntad a la que estamos llamados a seguir sirviendo. Él nos da a conocer su voluntad a través de las Sagradas Escrituras, a través de la Regla y las tradiciones de la Sociedad, y a través de las personas y los acontecimientos de nuestras vidas. Negarnos a nosotros mismos en este proceso no significa negarnos a decir lo que pensamos. Significa ofrecer nuestras razones, pero no nuestro juicio. Significa tener la humildad de reconocer que no conocemos todas las respuestas, y estar dispuestos a aceptar la voluntad de Dios tal como se nos revela, incluso —y especialmente— cuando contradice nuestras propias nociones preconcebidas.
En otras palabras, si de verdad queremos oír Su voz, primero debemos atenuar la nuestra.
Contemplar
¿Estoy a menudo excesivamente apegado a mis puntos de vista en las reuniones de la Conferencia?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.
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