Tanto en el campus de la Universidad de Niágara como en el de la Universidad de St. John’s, hay estatuas de metal idénticas de la Virgen, de tamaño natural, en zonas ajardinadas. Me gustan mucho estas estatuas. Supongo que esta obra de arte tiene un nombre, pero no sé cuál es. Yo la llamo «la Visitación». La estatua representa a una joven María y se percibe un pequeño cinturón sobre su pecho que yo interpreto como una bolsa para su viaje. Me la imagino de camino a ayudar a su anciana prima con su embarazo. María probablemente se habría unido a un grupo que se dirigía a Jerusalén para una peregrinación de unas 60 millas. Me pregunto en qué pensaría durante el camino.
Poco tiempo después de su conversación con Gabriel, podemos imaginar a María todavía procesando su experiencia y lo que todo ello significaba:
En aquellos días, María se puso en camino y se dirigió apresuradamente a la región montañosa, a una ciudad de Judá (Lc 1,39).
Es posible que, mientras viajaba, viera su mundo con nuevos ojos.
Tal vez María meditara de nuevo sobre lo grande y bondadoso que es Dios en verdad. Conocía la condición de la mujer en su sociedad y, sin embargo, el Gran Dios le pidió que fuera la madre del ungido. Y quizás su viaje al encuentro de su prima Isabel le ofreció la oportunidad de reflexionar una vez más sobre la condición de su pueblo. Vio a los pobres esparcidos por el camino y tal vez a un leproso obligado a apartarse. Vio a los soldados romanos y el modo en que los judíos eran tratados y maltratados. Con su experiencia del Señor, sin embargo, no hubo intimidación, ni muestras abrumadoras que comprometieran su libertad; su dignidad como persona brilló en su invitación y capacidad de decir «Sí» libremente al Señor.
Me pregunto si las palabras y los sentimientos del Magnificat brotaron en su interior y buscaron un contexto para aliviarse a medida que avanzaba. ¿Qué le diría a Isabel? ¿Qué le diría Isabel?
El encuentro de María e Isabel durante la Visitación ofrece un maravilloso equilibrio de apoyo. Isabel felicita a María:
«Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre. . . .
Dichosa tú que creíste que se cumpliría lo que te fue dicho por el Señor» (Lc 1,42-45).
Y tal vez esta afirmación y estas palabras impulsen a María a prorrumpir en su Magnificat (Lc 1,46-48):
«Proclama mi alma la grandeza del Señor
mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador.
Porque ha mirado la humildad de su sierva;
desde ahora todos los siglos me llamarán bienaventurada».
En cierto modo, la Visitación da plenitud a la experiencia de María y le permite expresar lo que sentía. Qué bendición para ella y qué lección para nosotros.
Mil gracias, Padre Griffin, por su reflexión que me conmueve, en particular, al decir usted: «Con su experiencia del Señor, sin embargo, no hubo intimidación, ni muestras abrumadoras que comprometieran su libertad; su dignidad como persona brilló en su invitación y capacidad de decir «Sí» libremente al Señor».
Con esto, quedo aún convencido de que con o en Dios los ideales son hechos y la utopía es realidad. Al respecto, permítaseme citar un comentario al evangelio de Corpus Christi (Mc 14, 12-16. 22-26): «Al comer el pan y beber el vino sabemos también que entramos en comunión con lo que parece imposible entre nosotros, pero que es absolutamente real en Dios. Entre nosotros utopía se ha convertido en sinónimo de imposible. ¡Pero en Dios la utopía es la realidad! Si la expresión «en Dios» te parece difícil, cámbiala por esta otra que conoces más: gracias a Dios. Con todo, y de momento, a lo mejor debemos salir para el monte de los olivos.»