“Este es el cáliz de la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes”
Heb 10, 12-23; Sal 39; Lc 22, 14-20.
Esta fiesta se celebra el jueves posterior a Pentecostés, y en ella se pide por la fidelidad de los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales.
El pasaje del evangelio que reflexionamos se sitúa en la Cena de Pascua, Jesús está reunido con sus discípulos, sentados todos a la mesa. El Señor les abre su corazón manifestándoles su deseo de celebrar esta Pascua antes de morir.
¿Qué tiene de especial? Es de suponerse que Jesús y sus discípulos celebrarían la Pascua cada año, pero ciertamente “esta Pascua” sí tiene, en esencia, algo nuevo y diferente. Ya no será derramada la sangre de un cordero, sino que será la del Señor mismo, “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Él es el Cordero Pascual con el que se realiza la nueva Alianza que redime la creación entera.
Jesús intercede delante del Padre por nosotros, aquél que fue semejante a nosotros en todo, menos en el pecado, y que con su misterio pascual nos ha abierto las puertas del cielo haciendo posible que fuéramos reconocidos como hijos en el Hijo y gozáramos también la herencia prometida a nuestro padre Abraham y a su descendencia. ¡Gloria a Dios!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Juan Carlos Reyes Mendoza C.M.
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