Cuando oímos la palabra «líder», pensamos naturalmente en un gran general, un jefe de Estado, uno de esos célebres directores generales o incluso un atleta famoso que conduce a un equipo a la victoria. El gran líder es un arquetipo característico: carismático, seguro de sí mismo, inspirador; un líder, en resumen, es «grande y lleva las riendas».
Para la mayoría de nosotros, ésta es una imagen difícil de cumplir, por lo que cuando un Consejo o Conferencia de la Sociedad de San Vicente de Paúl anuncian la próxima elección de un nuevo presidente, permanecemos callados, e incluso si se nos invita directamente a servir, nos mostramos reticentes. «Grande y al mando», pensamos, «ése no soy yo».
Quizás, por el contrario, deberíamos considerar primero que no son sólo nuestros compañeros vicentinos los que nos sugieren que consideremos servir como líderes. Después de todo, se nos enseña a discernir la voluntad de Dios para nosotros en las personas y acontecimientos de nuestras vidas. ¿Qué personas o acontecimientos nos llevaron a unirnos a la Sociedad en primer lugar? Seguramente, no se nos ocurrió a nosotros solos. De hecho, san Vicente de Paúl tenía muy claro que ni una sola de sus obras fue, en última instancia, idea suya, todo vino de Dios. Fue Dios quien nos llamó aquí, y Dios quien nos llama ahora. Si Él nos pide, a través de otros, que consideremos la posibilidad de liderar la Conferencia, debemos tomarnos el tiempo necesario para discernir seriamente esa llamada.
Y al discernir, consideramos también la naturaleza del liderazgo vicenciano: el liderazgo de servicio. Nuestro modelo no es el comandante, el gobernante o el jefe. Nuestro modelo es el maestro y profesor que, sin embargo, se arrodilló y lavó los pies de sus discípulos (cfr Jn 13,5). «Os he dado —dijo— un ejemplo a seguir». Nuestro modelo de líder, pues, no es el más grande, sino el más pequeño; no el maestro, sino el servidor. En resumen, un líder servidor vicenciano no es «grande y que manda», sino pequeño y para todos.
Pero, ¿dices que simplemente no tienes los conocimientos o los dones para dirigir? «No creas», explicó una vez San Vicente de Paúl, «que los puestos de responsabilidad se dan siempre a los más capaces o virtuosos» [CCD IX: 526]. El liderazgo de servicio forma parte de nuestra llamada, de nuestra vocación, y es precisamente la humildad que nos hace reticentes a asumir un papel de liderazgo la que nos hace más aptos para ello. Confiar en la providencia, en este caso, significa confiar en que «cuando Dios nos llama a ello… o ve en nosotros las disposiciones adecuadas o ha determinado dárnoslas» [CCD XI:128].
Nuestras creencias culturales nos recuerdan que «como vicentinos estamos comprometidos a… desarrollarnos a nosotros mismos y a los demás para convertirnos en Líderes Serviciales» [Regla, Parte III, 2]. Cuando fuimos llamados a esta vocación ya estábamos llamados al liderazgo de servicio, y todos podemos tener confianza, cuando nos toque servir, en que «Dios da gracias suficientes a los que llama a ello» [CCD IX:526].
Contemplar
¿He escuchado y respondido sinceramente a la llamada de Dios a ser líder?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.
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