En la Biblia, «siervo» significa «perteneciente al Señor», «protegido» o «confiado en Dios» y la expresión «siervo de Yahvé» implica una relación.
Introducción
En el libro del Deutero-Isaías (Is 40-55), también conocido como el «libro de la consolación» (Is 40,1), se describe la relación entre Israel, que se encuentra en el exilio en Babilonia, y Dios, que quiere liberar y salvar de nuevo a su pueblo. A través de un número muy diverso de géneros literarios (discursos judiciales, himnos de alabanza, proclamas de salvación, cantos del siervo de Yahvé, etc.), el cambio constante de voces y la aparición de diversos personajes, se nos invita, como proponen algunos exégetas, a acercarnos al texto como si se tratara de una «representación» o «dramatización» de acontecimientos históricos que la comunidad de fe quiso perpetuar como signo de unión y comunión entre Dios y su pueblo en un proyecto de restauración de la nueva Sión. Entendido como drama, el Deutero-Isaías describe el restablecimiento de la relación de amor y confianza entre el pueblo que vivió la experiencia del exilio, dividido entre Babilonia y los que quedaron en las ruinas de Jerusalén, pecadores y ciegos, enojados con Dios, recelosos de su soberanía sobre la historia, y Dios que se manifiesta como soberano de toda la historia, superior a los dioses paganos, que interviene en la historia, suscitando un libertador (Ciro) para los exiliados de Babilonia, y que quiere que su «siervo» asuma su llamada y su misión de ser «luz de las naciones» (Is 42,6; 49,6).
En esta relación se inspira profundamente la figura del «siervo de Yahvé». Se trata de uno de los temas más estudiados del Antiguo Testamento y el más citado en el Nuevo Testamento por su interpretación mesiánica y cristológica. Una de las cuestiones que siempre ha fascinado a los biblistas es la identidad de este siervo: ¿se trata del profeta Isaías o de algún otro profeta postexílico? ¿Es la nación Israel/Jacob con la que se le identifica varias veces a lo largo del texto (41,8; 44,1.21 (2x); 45,4; 48,20; 49,3)? ¿Sigue siendo un grupo de exiliados que regresan del exilio babilónico o una «figura literaria» que personifica los anhelos existenciales y religiosos de un colectivo/pueblo?
En este tema, estoy convencido de que la opinión del biblista Westermann es la correcta. Según él, la exégesis correcta del «siervo de Yahvé» no debe estar controlada por la cuestión de su identidad, porque el texto no la responde ni intenta responderla, sino más bien por la pregunta: «¿qué sucede entre Dios, el ‘siervo’ y aquellos a quienes concierne su misión?». El hecho de que pueda haber una intencionada falta de identificación (inequívoca) del «siervo de Yahvé», unido a la interpretación del libro del Deutero-Isaías como un texto dramático, nos presenta una perspectiva muy rica y desafiante sobre este personaje literario y teológico y nos invita a una lectura y a un viaje espiritual que cuestiona nuestra propia relación con Dios. Como resultado de este viaje espiritual, destacan algunas características que perfilan el perfil del «siervo»:
1. Un carácter nacido de una relación
«Siervo» en la Biblia significa «perteneciente al Señor», «protegido» o «confiado en Dios» y la expresión «siervo de Yahvé» implica una relación. En este sentido, su significado depende del otro término con el que se relaciona: ser «siervo» se define por quién es su «señor». Así, analizando la secuencia dramática, es posible ver que esta relación es uno de los ejes principales de la trama y que permite una constante evolución y redefinición del significado de «siervo». Al comienzo del Deutero-Isaías, Israel se queja: «El Señor no comprende mi suerte, mi Dios ignora mi causa» (40,27), lo que revela que la relación con Dios es problemática y que muchos piensan que han sido olvidados y abandonados a su suerte. Al mismo tiempo, ellos mismos han abandonado a Dios y se han entregado al culto de dioses paganos que Dios denuncia: «Mirad, nada sois, nada son vuestras obras; es una abominación elegiros como dioses» (41,24; 44,9-20). Aquí vemos al siervo «ciego» y «sordo» que no reconoce a su verdadero Dios y Señor (42,18-25; 43,8-13). Así, ni Dios es el «señor» de su «siervo» ni el «siervo» reconoce a Dios como su «señor».
Pero ésta no es la relación que debe existir entre Dios y su siervo. El carácter performativo de la palabra divina, «viva y eficaz» (55,10-11), expresa de diversas maneras el cambio y la transformación deseados por Dios, que no ha abandonado a su pueblo, que quiere y puede salvarlo: «No temas, pobre gusanillo de Jacob, miserable insecto de Israel, porque yo te ayudaré…. haré de ti una trilladora nueva y afilada…». (41,14-15). Más allá de la palabra divina, la acción de Dios en la historia es una prueba de la transformación que quiere realizar en su «siervo»: a) Dios declara que es el único dueño de la historia «Yo formo la luz y creo las tinieblas, yo doy la felicidad y creo la desgracia, yo soy el Señor que hace todas estas cosas» (45,7); b) denuncia a los falsos dioses y afirma su propia grandeza: «Todos ellos juntos son nada, sus obras son nulidad, y sus ídolos son aire y viento» (41,29) c) Dios manifiesta su poder de actuar en la historia al elegir a Ciro como instrumento para liberar a su pueblo del exilio babilónico (44,28-45,1).
Al mismo tiempo, toda la acción, que invita al «siervo» a reflexionar sobre su relación con Dios y su verdadera identidad, va acompañada de diversas descripciones de la naturaleza que aluden a la transformación existencial y espiritual que debe realizar el pueblo: «Haré brotar ríos de las colinas escarpadas y manantiales del fondo de los valles…» (41,18-20; 43,19-20; 49,10-12; 51,3).
Tras la intervención divina en la historia, liberando a su pueblo del cautiverio babilónico (48,20), el «siervo» toma la palabra para presentar una transformación en su relación con Dios: acepta su condición de «siervo» para devolver a Jacob a Yahvé (49,5), se comporta como un discípulo (50,4), confía en la ayuda de Dios (50,7), sufre, carga con la culpa de muchos e intercede por los pecadores (53,12). En otras palabras, hay una evolución en la relación entre Dios y su «siervo» que subyace a una profunda transformación en la identidad y el ser del propio «siervo». Así, cuanto más se da cuenta el «siervo» de que Dios es su señor y rey (43,15), más y mejor conoce, siente y vive su vocación de ser el «siervo» de su señor. Esta relación, a su vez, se amplía e implica a espectadores, oyentes y lectores, haciéndoles partícipes del drama por el efecto catártico que provoca. Al identificarse con las quejas, la carga y el sentimiento de abandono del «siervo», pero también con su ceguera, su pecado y su alejamiento de Dios, se invita a todos a reconocer la grandeza de Dios sobre la historia y los hombres y a «purificar» así su relación con Dios y la identidad del propio «siervo», que debe ser el «instrumento» de Dios, su señor y rey.
2. Un carácter polifacético
Estrechamente ligada a la dimensión relacional del «siervo» está otra característica de su perfil: es una figura literaria poliédrica y polifacética. Esto se debe al hecho de que es un personaje vivo y dinámico que, a medida que se desarrolla la secuencia dramática, se caracteriza de diferentes maneras y su identidad se reformula. En otras palabras, el carácter poliédrico del «siervo» se debe en gran medida a que es un personaje «en formación», primero infiel y luego fiel (40,27; 43,22-24 46,12-13; 48,1-2, 6-8), que se mueve entre la duda y la confianza en Dios, entre la incomprensión y la comprensión —ciego y sordo— (40,21.28; 42,7.16; 43,8), entre lo pasivo y lo activo, hasta que aparece el último canto del siervo, donde su acción consiste en una «resuelta pasividad». En esta aparente oscilación, podemos encontrar un hilo conductor en su perfil. Desde el principio, el siervo es ciego, pecador y se rebela contra el plan de Dios (40,27; 43,27; 48,8). Pero es este mismo siervo quien desde el principio es llamado por Dios para ser el portador de su Palabra y el instrumento de su propósito redentor (41,8-13; 44,1-5; 49,1-3). Es el siervo de la hora de las tinieblas, de la humillación y la transformación, y el que Dios ha elegido para ser el instrumento de su exaltación y gloria, el siervo que es a la vez santo y pecador infiel, pero al final también fiel. Así, su descripción pasa del abuso, la vergüenza, la desesperación, la recriminación y el pecado a la promesa, la vindicación, el cumplimiento y la exaltación. En otras palabras, es a partir del siervo ciego y sordo, infiel y dudoso, como nace, crece y se forma el siervo fiel e ideal, y sólo cuando el siervo ciego y sordo (42,18-20) reconoce a Dios como su señor, está preparado para el mensaje consolador del Deuteronomio: la restauración de la Jerusalén postexílica.
Al final, el «siervo» se presenta como una creación literaria específica del Deutero-Isaías que aparece a lo largo de todo el libro y le da una notable unidad al asumir la personificación de una identidad colectiva, de un pueblo que reconoce y se identifica con el siervo sufriente y redentor que depende y confía plenamente en Dios como garante de la restauración de la madre Sión y de los nuevos hijos, verdaderos «siervos de Dios» (54,17).
3. Un carácter abierto
Para algunos exégetas, el «siervo de Yahvé» es un personaje misterioso porque se refiere al «misterio» como el espacio donde tiene lugar la relación personal entre Dios y el hombre. Es la «pareja» de Dios en el libro del Deutero-Isaías, que está en el centro de su preocupación eterna y que constituye el objeto privilegiado de su amor y de su ternura. Como figura completamente distinta, sin paralelo en el Antiguo Testamento, representa, en primer lugar, a quienes han aceptado la misión de devolver a Jacob/Israel a Dios (49,5) y de ser luz para las naciones (49,6). Pero, al mismo tiempo, el «siervo» también puede entenderse como una imagen teológica abierta que no coincide completamente con una figura histórica, un individuo o un grupo, y sin embargo su figura permite a cualquiera identificarse con sus características y actualizar su propia imagen al menos en algunos aspectos particulares. En este sentido, por ejemplo, los cantos del siervo pueden entenderse como una mediación teologizada y dramatizada del destino de cualquier ser humano y de la capacidad de cada persona para afrontar el sufrimiento. Con esta reflexión, podemos ver más claramente la posible intencionalidad que existe en el Deutero-Isaías respecto a la ambigüedad relativa a la identificación del «siervo de Yahvé». Tiene una finalidad: que cada espectador/lector se sienta interpelado y atraído por el gran proyecto de amor que Dios sueña en el libro y se identifique con el «siervo de Yahvé», revisitando el camino espiritual de conversión propuesto por su figura literaria que invita a una relación más pura y verdadera con Dios.
Conclusión
Se puede concluir que el «siervo de Yahvé» en el Deutero-Isaías no es un personaje estático, sino vivo y dinámico, en continua construcción y transformación, que se va moldeando y reconfigurando a medida que avanza la secuencia dramática. A su vez, este carácter dinámico se debe a su naturaleza relacional y su significado depende intrínsecamente del otro término con el que se relaciona: ser «siervo» se define por quién es su «señor». Así, la trama dramática muestra que el siervo va tomando conciencia de su identidad y misión, en la medida en que es capaz de darse cuenta de que Dios es el Rey, el Creador, el único Dios, el que quiere y puede actuar en la historia. A su vez, esta relación genera un carácter complejo y polifacético del «siervo», cuya descripción pasa del abuso, la vergüenza, la desesperación, la recriminación y el pecado a la promesa, la reivindicación, la realización y la exaltación. Por último, también es un personaje teológicamente abierto, ya que el espectador, oyente o lector puede actualizar en diversos grados los diferentes aspectos relacionados con el símbolo literario del «siervo de Yahvé».
Así pues, ¿quién es ese «siervo»? ¿Podría ser Jesús, como afirman muchos exégetas cristianos? El último canto del siervo lo demuestra claramente (Is 52,13-53,12). ¿Podría ser cualquier cristiano o persona que busque profundizar en su relación con Dios conociéndole y reconociéndose como su «siervo»? Por supuesto. Por eso recomiendo encarecidamente leer y meditar este libro basado en la relación descrita entre Dios y su siervo. Definitivamente nos ayudará a crecer y fortalecer la misteriosa relación de amor que existe entre cada uno de nosotros «siervos» y Dios «nuestro Rey y Señor».
Bruno Cunha, CM
Fuente: https://www.padresvicentinos.net/
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