Una de las fiestas de peregrinación del judaísmo es Shavuot. Se traduce al español como «semanas», por lo que a veces se denomina «Fiesta de las Semanas», ya que marca las siete semanas (la «semana de semanas») entre la Pascua y la fiesta. En griego (e inglés), la traducción utilizada para Shavuot es Pentecostés. Esta celebración marca el momento de la entrega de la Torá a Moisés en el Sinaí para nuestros hermanos y hermanas judíos.

Los cristianos también cuentan estos cincuenta días que sitúan entre Pascua y Pentecostés. Centramos nuestra atención en el don del Espíritu Santo. Se puede entender la entrega de la Ley en el Pentecostés judío como comparable a la entrega del Espíritu en el Pentecostés cristiano. Así como la Torá es el instrumento de la instrucción de Dios en el Antiguo Testamento, el Espíritu Santo es el medio de la instrucción de Dios en el Nuevo Testamento.

Sin embargo, los cristianos incluyen otro día de reflexión y celebración durante su Tiempo de Pascua que se acerca a Pentecostés. Añadimos la Ascensión. Entre la Resurrección del Señor y su Ascensión, nuestra Escritura relata muchas apariciones del Resucitado a sus seguidores y también alude a otras apariciones. Tal vez se produjeron muchos más encuentros, aunque no los encontremos mencionados. Es evidente que el tiempo transcurrido entre la Pascua y la Ascensión estuvo marcado por la certeza de la presencia del Resucitado. Es muy posible que los encuentros con este Jesús fueran esperados por la naciente comunidad cristiana. Pero, ¿qué sucede después de la Ascensión y antes de Pentecostés?

Con la Ascensión, el Señor resucitado abandona la compañía de sus seguidores y el reino terrenal. Vuelve al lado de su Padre. Después, durante otros diez días (hasta Pentecostés), los discípulos esperarán el don prometido del Espíritu Santo. ¿Cómo fue para ellos ese tiempo «intermedio»?

Me lo imagino con el carácter de un retiro. Los seguidores de Jesús necesitaban tiempo para procesar todo lo que había sucedido en las últimas semanas y en los últimos años. ¿Cómo encajaba todo? Tal vez tuvieron la oportunidad de tomar distancia y recordar muchas de las cosas que Jesús había dicho y hecho. Al recordarlas, quizá empezaron a verlas de una manera nueva y a admitir que no habían entendido muchas cosas. Necesitarían ayuda para desentrañar la vida de Jesús y comprender mejor quién era y qué enseñaba. Esa capacidad sólo llegaría a través de la guía del Espíritu Santo entre ellos. Su conciencia de lo que no sabían o no comprendían de Jesús les hizo estar deseosos de entregarse al Espíritu que les había prometido. No todo se aclararía de golpe, pero la presencia del Espíritu haría que creyeran más profundamente en Jesús.

Jesús había prometido esta realidad muchas veces en el Evangelio de Juan:

«El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho»  (Jn 14,26; ver 15,26; 16,7)

San Vicente de Paúl habló también de la acción de este Espíritu Santo:

«Sí, el Espíritu Santo, en cuanto su persona, se derrama sobre los justos y habita personalmente en ellos. Cuando se dice que el Espíritu Santo actúa en una persona, quiere decirse que este Espíritu, al habitar en ella, le da las mismas inclinaciones y disposiciones que tenía Jesucristo en la tierra, y éstas le hacen obrar, no digo que con la misma perfección, pero sí según la medida de los dones de este divino Espíritu» (SVP ES XI-3, p. 411).

Al celebrar la solemnidad de la Ascensión, podemos también poner nuestros ojos en el Espíritu que sigue viniendo a nuestro mundo y habitando en nuestros corazones. Y podemos convocar a este Espíritu con fe y esperanza al celebrar nuestro retiro de Pentecostés:

Ven Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles.
Y enciende en ellos el fuego de tu amor.