Se nos enseña que nuestra formación vicenciana es un proceso que dura toda la vida. Como todo el pueblo de Dios, nuestras vidas no son simplemente una serie de acontecimientos, sino un viaje, un viaje espiritual hacia la perfección en unión con nuestro Creador. Para nosotros, este viaje sigue el camino vicenciano, nuestra manera especial de vivir nuestra fe, que llamamos Espiritualidad Vicenciana. Si buscamos imitar las vidas de nuestros santos y fundadores, entonces, es útil estudiar sus vidas como ejemplos de caminos espirituales que encontraron su destino en la santidad. Cuando lo hagamos, veremos que, tanto en el caso de Vicente como en el de Luisa, Federico y Rosalía, hay varias cosas que distinguen sus itinerarios, su espiritualidad, de un modo que podemos imitar, quizá especialmente dos cosas que vinculan sus acciones a su crecimiento espiritual.
En primer lugar, para cada uno de ellos, la práctica, el trabajo real y físico de la caridad, era ante todo un ejercicio espiritual. Como explicó en una ocasión san Vicente, «amar a los pobres es amarle a Él de esa manera; servir bien a los pobres es servirle bien a Él». [CCD XIIIb:434] «Ver el rostro de Cristo» no es un mero eslogan para los Vicentinos, es nuestra vocación desde Jesús, que nos prometió que le encontraríamos en los pobres, y nuestra espiritualidad, heredada de San Vicente de Paúl. En nuestro camino compartido e individual, pues, debemos, como declaró Federico al fundar la Sociedad, «ir a los pobres» [Baunard, 65].
En segundo lugar, cada uno de estos modelos de santidad vicenciana dedicó tiempo para reflexionar sobre sus encuentros con el prójimo y de compartir con sus comunidades las percepciones que habían adquirido. Como nos recuerda el beato Federico, «la bendición de los pobres es la bendición de Dios» [Discurso a la Conferencia de Florencia, 1853]. ¡Qué lástima sería que pasáramos tanto tiempo en presencia de Jesucristo y no dedicáramos tiempo a rezar, a meditar y a compartir entre nosotros cómo nos habló, qué nos dijo y cómo nos transformó! Como dijo santa Luisa, deberíamos «reflexionar que Nuestro Señor quiere que, después de haber trabajado por nuestro prójimo, pongamos nuestra atención en prepararnos para el cielo, que es nuestro bendito hogar».
La beata Rosalía creía que la reflexión no debe hacerse sólo después del trabajo, sino que «podéis hacerla aquí mismo, sin dejar vuestro trabajo. Reflexionad para que vuestras almas sean tan blancas como estos jabones y tan ligeras para que puedan subir hacia Dios» [Sullivan, 116]. Fue Rosalía quien enseñó esta práctica de espiritualidad vicenciana a los primeros miembros de la Sociedad, reuniéndolos en su salón después de cada visita para reflexionar juntos sobre ella con la esperanza de discernir mejor su crecimiento, y la voluntad de Dios.
Nuestras Conferencias, nuestras comunidades de fe, están en el centro de nuestro camino espiritual. Son comunidades de «fe y amor, oración y acción» [Regla, Parte III, St. 5]. Son comunidades en las que hacemos la obra de caridad, crecemos juntos en la fe, y compartimos unos con otros nuestros propios itinerarios espirituales a través de reflexiones espirituales en las que «los miembros están siempre invitados a comentar como medio de compartir su fe» [Regla, Parte III, St. 7]. Que sigamos compartiendo y, al compartir, seamos «felices viajeros casi al final de la carrera» [Carta a Materne, de 8 de junio de 1830].
Contemplar
¿Realmente tengo el corazón dispuesto a compartir mi camino espiritual y el suyo con mis compañeros vicentinos?
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