Jesús, en su vida y su muerte, se une a los pobres, a los que carecen de poder, a los desechados. No lo podemos menos de negar, por lo tanto, si vivimos de espaldas a ellos.
Se nos cuenta que muchos dan falso testimonio ante el sanedrín contra Jesús y que los testimonios no concuerdan. También se nos dice que Pilato sabe que los sumos sacerdotes han entregado a Jesús por envidia. Debido a esto, los cristianos no podemos negar la inocencia de nuestro Señor. Pues él no blasfema al admitirse el Mesías, el Hijo de Dios bendito. Ni se rebela contra Roma, debido no más a que hay los que lo llaman «Rey de los judíos».
Pero aunque inocente, se le juzga, claro, a él reo de muerte. Y Pilato, a su vez, cede a la presión de la gente, a la que han incitado los sumos sacerdotes. Por lo tanto, a Jesús lo entrega él, al fin, para que lo crucifiquen.
No, no se puede negar que los con poder, sea religioso sea político, no lo pueden soportar a Jesús. A estos les resulta él una espina en la carne. Pues a los ojos de los guardianes de la religión, rompe él la ley y pone en duda las tradiciones.
También mueve él entre las turbas. Les habla del reino de Dios y su justicia. Y les ayuda de muchas formas, y cura toda clase de enfermedades y dolencias. ¿Les parece a los romanos que él las incita contra Roma a las turbas? ¿A las gentes pobres, a las cuales explota el Imperio romano? De todos modos, acaban ellos con él, para el gozo, claro, de los dirigentes religiosos.
Negar a los pobres lo que se les debe quiere decir negar a Cristo.
Pero resulta que la muerte del Inocente en la cruz se hace el grito contra los con poder. Y tal grito es ahora el de todas las víctimas inocentes de la historia. En la cruz, da a conocer Jesús que Dios se une a los pobres, está él de lado de ellos.
No, el que cuelga de la cruz, no tiene defensa y no se resiste a los verdugos. Pero no quiere decir esto que él se resigna no más ante el mal. No nos dice él que esperemos no más el premio venidero en el cielo. Protesta él más bien contra los que explotan a los pobres, los débiles, y los crucifican.
En efecto, él nos reta a que no vivamos de espaldas a los que sufren. No lo podemos sino negar a él si no nos preocupamos de ellos. De hecho, no seremos de él, ni aun humanos, si no nos compadecemos de ellos (SV.ES XI:561). Por lo tanto, los hemos de ayudar de todas las formas y hacer que otros hagan lo mismo (SV.ES XI:393). Al igual que él, no nos hemos de echar atrás frente a los golpes. Nos toca someternos también aun a la muerte, hasta el punto de entregar nuestro cuerpo y derramar nuestra sangre.
Señor Jesús, no nos dejes negar a los pobres la ayuda que necesitan, y así no te negaremos a ti. Haz que sean veraces nuestros gritos de «¡Hosanna!», por seguirte mientras pasas por todas partes haciendo el bien y predicando la Buena Noticia del reino de Dios.
24 Marzo 2024
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (B)
Mc 11, 1-10; Is 50, 4-7; Fil 2, 6-11; Mc 14, 1 – 15, 47
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