Jesús ama a los demás hasta el fin, hasta ser elevado en la cruz. Su muerte da prueba de que el grano de trigo que muere no puede menos de dar mucho fruto. Los que mueren con él no dejan de dar mucho fruto también.
Muchos de nosotros, si no todos, queremos dar mucho fruto, tener éxito, lograr realizarnos, creamos o no en Cristo.
Mas para los que creen en Cristo, la autorrealización quiere decir descuido de sí mismo. Pues se les dice que el grano de trigo ha de morir primero para que pueda dar mucho fruto.
Y tal ley de la siembra y la siega se nos aplica también a los humanos: los que se aman, se pierden; los que se aborrecen en este mundo, se guardarán para la vida eterna. Es decir, los que se encierran en sí mismos y en sus intereses se vuelven, al fin, vacíos, agotados, tristes. La dicha es, en cambio, de los que se abren a los demás, los ayudan, gastan y se desgastan por ellos.
Jesús es el grano que cae en tierra y muere y, por lo tanto, logra dar mucho fruto; nos enseña él a morir para que vivamos.
Muere él, sí, para atraernos hacia sí y salvarnos. Y nos atrae y nos salva, pues nos ama hasta el fin, hasta el extremo.
Si bien se agita él ante la muerte, su «hora», la acepta aún. No, él no quiere la muerte para sí, ni para los demás. Después de todo, busca él aliviar a los que sufren, curar a los enfermos, acoger a los marginados. Y luchar contra la injusticia, el pecado, la desesperanza. Mas él no se echa atrás ante los conflictos, las oposiciones y las amenazas de muerte.
Por supuesto, hacer el bien entraña tales contrariedades (SV.ES I:143). Pero no se deja intimidar por ellas el Enviado de Dios para anunciar de palabra y de obra la Buena Noticia a los pobres. No baja él de la cruz, como se lo piden los verdugos. Estos se buscan no más el poder y el dinero. Y es por eso que luego la muerte se hace el pastor de ellos.
Por su parte, el que se abniega y se entrega por amarnos hasta el fin es elevado glorioso hasta lo sumo.
Y para que pronto estemos donde está él y atraigamos a los demás hacia él, hemos de seguirle pronto también. Así también atraeremos pronto a los demás hacia nosotros que somos la Iglesia, el Cuerpo, de Cristo si vivimos de acuerdo con lo que celebramos en la Eucaristía.
Señor Jesús, vivimos por tu muerte; concédenos morir por la fuerza de tu vida en nosotros (SV.ES I:320). Ocúltanos en ti y llénanos de ti, para que, al igual que tú, vivamos, muramos y logremos dar mucho fruto.
17 Marzo 2024
Domingo 5º de Cuaresma (B)
Jer 31, 31-34; Heb 5, 7-9 2, 4-10; Jn 12, 20-33
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