En Monsieur Vincent, la película de 1947 sobre la vida de nuestro patrón, le preguntan casi al final de su vida si hay algo que desearía haber hecho. Su respuesta es simple: «Más». Esto capta el infatigable compromiso con las nuevas y creativas obras que caracterizaron su vida, pero quizá no capte plenamente sus creencias o su enseñanza.
En un informe de 1657 a las Damas de la Caridad, Vicente se preocupó, a la vez que elogiaba sus muchas buenas obras, de advertirles que «moderéis sus ejercicios, porque —según dice el proverbio— el que mucho abarca, poco aprieta. A otras compañías o cofradías, a varias comunidades e incluso a congregaciones religiosas enteras les ha sucedido que, por haberse cargado por encima de sus fuerzas, han sucumbido bajo la carga» (SVP ES X, p- 958). Más no es siempre más virtuoso, más grande no es siempre mejor. A su vez, Federico Ozanam también expresaba esta idea a menudo, especialmente en defensa de las obras de la Sociedad frente a quienes la criticaban como la «caridad del vaso de agua». En otras palabras, los críticos sólo medían el éxito en términos mundanos, por libras de pan, o por el gran número de personas alcanzadas. La Sociedad, en cambio, mide el éxito por las lágrimas que secamos, las manos que estrechamos y los corazones que tocamos con el amor de Dios. Imitamos a Cristo celebrando cada visita a domicilio como el pastor que deja todo su rebaño por una sola oveja perdida (cfr. Lc 5,1-7).
En una carta a su primo Ernest Falconnet profundizó en esta idea, diciendo que «… valdría mil veces más languidecer durante medio siglo para dar a los otros ejemplo de resignación y hacer un poco de bien, que embriagarse durante varios meses con brillantes delicias y morir en su delirio» (carta a Ernest Falconnet de 7 de enero de 1834).
Si la recompensa de nuestras obras está en el cielo, también lo está, en primer lugar, nuestro motivo para perseguirlas. No estamos llamados por la ambición, sino por Dios a esta vocación. La nuestra «es una obra de Dios, y no una obra de los hombres. Como ya os he dicho otras veces, de los hombres no cabría esperar nada parecido; por consiguiente, es Dios el que se ha mezclado en esto: toda buena acción viene de Dios, él es autor de todas las obras santas» (SVP EX X, p. 952).
Así que estamos obligados no siempre a hacer «más», sino siempre a hacer Su voluntad, siempre a compartir Su amor, siempre a amarle en el prójimo. Y cuando terminamos nuestro trabajo cada semana, rezamos y reflexionamos juntos sobre él, discerniendo juntos lo que Dios nos ha dicho a través de nuestros encuentros vicencianos, cómo nos hemos acercado más a Él, y esperar, con el beato Federico, «que esa Sociedad de San Vicente de Paúl… a la que se le ha concedido hacer un poco de bien, continuará prosperando bajo la bendición divina (carta a Pierre Balloffet, de 23 de enero de 1837).
Ciertamente, algunas de nuestras obras son o pueden llegar a ser grandes, pero cada uno de nosotros puede hacer un poco de bien. Por otra parte, si lo pensamos bien, puesto que todo bien viene de Dios, en realidad no existe «bien pequeño».
Contemplar
¿Intento detenerme y centrarme primero en el «poco bien»?
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