Jesús se deja elevar en el leño de la cruz. Confirma él así su palabra de que Dios ama tanto al mundo que entrega a su Hijo único, para que los que creen en él tengan vida eterna.
Se le manda a Moisés elevar una serpiente de bronce. A él se le asegura que, al mirarla uno que sea mordido por una serpiente, este vivirá. Por supuesto, nos resulta curioso que la serpiente, que causa muerte, se haga señal de vida.
Pero lo curioso, lo paradójico, se dice también de Jesús en la cruz. Pues dice él que elevar la serpiente de bronce tiene que ver también con elevar al Hijo del Hombre. Es decir, llevan ambos a la vida. Mirar a la serpiente de bronce quiere decir vivir. Y creer en el que cuelga de la cruz es tener vida eterna.
Claro, se pregunta cómo puede curar el veneno de la serpiente. Y al respecto de tal pregunta, nos basta con darnos cuenta de la vara de Esculapio. La vara es símbolo de la curación y la medicina.
Y en cuanto a Cristo en la cruz, ¿cómo puede ser que por su muerte tengan vida los que creen en él? Es que al morir en la cruz, él nos enseña a amar. Y creer nosotros en él y amar nosotros al igual que él quiere decir librarnos del egoísmo, la codicia. El egoísmo, la codicia, entraña la ruina, la muerte, no más, y causa estragos en la vida de todos. Por lo tanto, la fuerza de salvación es el que cuelga de la cruz, no el becerro de oro.
El amor, en cambio, no puede sino llevarnos a la paz, comunión, ayuda mutua, calidad de vida, vida eterna. Sí, la muerte de Jesús, el entregar él el cuerpo y derramar la sangre, quiere decir vida para los que creen en él.
Señor Jesús, por tu muerte nos has abierto el camino de vida. Danos caminar por tu senda de amor y servico, arrepentidos de nuestro egoísmo, nuestra codicia, y con fe en ti que te has dejado elevar en la cruz, para que tengamos vida eterna. Y haz que no seamos de los que, al igual que su dios severo y justiciero, siempre acusan y guardan rencor, buscan la muerte de los que los ofenden, y exigen desagravios sangrientos por las ofensas. Concédenos ser, más bien, al igual que tú, y tu Dios, lo propio del cual es la misericordia (SV.ES XI:253), lento a la ira y rico en clemencia aun con los que multiplican sus infidelidades.
10 Marzo 2024
Domingo 4º de Cuaresma (B)
2 Cró 36, 14-16. 19-23; Ef 2, 4-10; Jn 3, 14-21
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