En los últimos años, creo que no he meditado en ningún tema con más frecuencia que sobre la escucha. Últimamente, me ha atraído la línea con la que termina el relato de la Transfiguración. La afirmación final del acontecimiento lleva a otro nivel el reconocimiento de quién es Jesús. No se trata sólo de verle más adecuadamente de muchas maneras. No se trata sólo de leer las Escrituras con conciencia de cómo nos enseñan sobre Jesús. La llamada es a una relación más profunda e íntima.
El Padre mismo nos dice que ama a Jesús: «Mi Hijo amado».
Y que tenemos que estar atentos: «Escuchadle».
Esta es la clave. Cuando escuchamos de verdad a otra persona, no oímos simplemente la historia, sino el énfasis y el impacto y la historia de fondo. No sólo sabemos lo que una persona piensa, sino también cómo lo piensa y los sentimientos que implica. Un buen oyente propicia la comunicación. Ese don sigue siendo cierto. Yo me pregunto: «¿Soy un buen oyente?». Cuando digo «Sí», tengo que preguntarme qué pruebas tengo de ello, aparte de mi orgullo. ¿Qué hago con mis conocimientos recién adquiridos? ¿Cómo demuestro su presencia? ¿Qué pruebas ofrezco de esa verdad al permitir que Jesús se transfigure por mí?
Saber escuchar tiene un precio. Nos compromete con el dolor y el sufrimiento ajenos. Debe hacernos «hablar». Puede que nos conmine a responder de un modo inconveniente o exigente para nuestro tiempo o recursos. Podemos sentir la carga que supone hacernos cargo de una cuestión de fondo y la respuesta que engendra.
Podríamos preguntarnos cómo escuchamos las noticias. ¡Qué difícil puede ser implicarnos plenamente! A veces debemos taparnos los oídos y endurecer el corazón para no sentirnos abrumados. Algunas noticias nos enfadarán; otras nos desanimarán; algunas nos harán llorar por el dolor de otro; otras nos indignarán por el modo en que se trata a algunas personas. Ocasionalmente, las buenas noticias nos animarán. Si escuchamos, podemos experimentar toda una gama de emociones. Podemos encontrarnos animados a dar un paso atrás, y evaluar lo que hemos oído, y preguntarnos qué diferencia puede suponer en nuestras vidas y en las de aquellos a quienes amamos.
El relato de la transfiguración nos invita a aprender de la experiencia de los discípulos. También nosotros recibimos la oportunidad y el estímulo de tener una visión más profunda de la persona y la misión de Jesús. Con él, dejamos la experiencia de la cima de la montaña para entrar en las cargas y aperturas de cada día. El desafío reside en nuestra voluntad de aprender de lo que hemos visto y oído, y de permitir que esas bendiciones dirijan nuestras manos y nuestros pies.
Cada uno de nosotros comienza con la pregunta (que es una especie de examen de conciencia): ¿Estoy escuchando quién es Jesús y lo que tiene que decir? Requiere un compromiso dinámico. Tenemos que permitir que se transfigure en cada uno de nosotros para que podamos amar y servir con mayor comprensión y devoción.
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