Adorar al Padre en Espíritu y verdad

por | Feb 29, 2024 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

Jesús nos enseña a adorar al Padre en Espíritu y verdad. Aprender de él, por lo tanto, quiere decir guardar la verdadera religión. 

En Sinaí, dice Dios al pueblo de Israel que no ha de adorar a otros dioses. Pero luego no titubea el pueblo en adorar a un becerro de metal. A este se le aclama Dios de Israel que ha sacado al pueblo de Egipto. Sí, cambian ellos a Dios por un becerro de fundición.

Mas al adorar a tal ídolo, delatan ellos su codicia de poder y de dinero. Pues, ¿no representa el becerro de oro el poder y el dinero? Y de tal codicia y de tal culto de poder y de dinero quiere Jesús que nos guardemos. Pues no se puede servir a Dios, por una parte, y al poder y al dinero, por otra. Y es por eso que purifica él el templo.

El celo de la casa de Dios le devora a Jesús. Por lo tanto, le da ira que el templo sea ya un mercado. Allí, «los sacerdotes buscan los buenos ingresos» y «los peregrinos tratan de “comprar” a Dios con sus ofrendas».

En ese templo, pues, cada uno busca el propio bien y no se preocupa del otro. El culto, entonces, se trata no más de «intereses y egoísmos». Le queda claro a Jesús que tal culto no es lo que espera el Padre de su pueblo. El culto que quiere el Padre tiene que ver con ser los adoradores hermanos y hermanas unos de otros. Y donde hay hermandad, allí hay también preocupación mutua.

Lo que ha hecho Jesús lleva a que otros le cuestionen. Le preguntan: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?». Él contesta: «¿Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». No pueden creer ellos lo que acaban de oír. Pero se nos cuenta que Jesús habla del templo de su cuerpo.

Adorar a Dios en Espíritu y verdad quiere decir cuidar a nuestros pobres hermanos y hermanas, y guardarnos de la mancha de la codicia del mundo. 

Jesús, pues, no purifica el templo no más. Toma él también el lugar del templo; lo es él. Mas serlo quiere decir ser crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles, no tener poder ni dinero. Por lo tanto, el verdadero culto quiere decir, al fin, entregar el cuerpo y derramar la sangre. Es ser el sacerdote que ofrece sacrificio en el altar de la cruz. Tal sacrificio es la prueba del amor que nos tienen Jesús y el Padre.

Los bautizados compartimos el sacerdocio de Cristo. Lo que él desea para nosotros, pues, es adorar nosotros a Dios de verdad por vivir unidos y solidarios.

Y se nos cumple el deseo de Dios al acudir nosotros a Cristo. Él es la piedra viva, rechazada por lo humanos, pero escogida y preciosa para Dios. Unidos a él, nos hacemos piedras vivas también para formar parte del templo del Espíritu. Y para ofrecer, como sacerdotes, sacrificios gratos a Dios por medio de Jesucristo.

Cual piedras de un edificio, nos hallamos unos al lado de otros o unos encima de otros. Es decir, compartimos el mismo «instinto de colaboración».

Desde luego, hay los que sirven a Cristo como sus sacerdotes mientras presiden la Eucaristía. Pero no por eso son más grandes que los campesinos. Estos sirven como sacerdotes también de Cristo mientras trabajan para que haya comida en nuestras mesas. Pues, sí, el pan nos viene del trabajo de los pobres (SV.ES XI:120). Al cumplir sus tareas los primeros y los últimos, reflejan todos ellos a Jesús en su religión para con el Padre y en su amor para con nosotros (SV.ES VI:370).

Señor Jesús, tu cuerpo es el nuevo templo. Por medio de ti, impotentes y pobres logramos adorar al Padre en Espíritu y verdad. Haz que seamos piedras vivas que brillen y reflejen tu gloria. 

3 Marzo 2024
Domingo 3º de Cuaresma (B)
Éx 20, 1-17; 1 Cor 1, 22-25; Jn 2, 13-25

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