Hay miles de agencias, organizaciones e individuos que ofrecen asistencia a los pobres. En nuestras Conferencias, a menudo los conocemos y remitimos a nuestros prójimos a ellos cuando parece que pueden atender mejor las necesidades que hemos encontrado. Vivimos en una nación muy rica, llena de personas generosas. ¿Qué es entonces lo que distingue a la Sociedad de San Vicente de Paúl? ¿Qué ofrecemos al prójimo?
También en tiempos de Federico había otras organizaciones, muchas de ellas mejor financiadas que la incipiente Sociedad. Sin embargo, él observó: «las ayudas son dispensadas generalmente con una indiferencia tan culpable» (Informe sobre las actividades de la Sociedad de San Vicente de Paúl, desde los orígenes, de 27 de junio de 1834). Hoy, al igual que en la época de Federico, nuestro propósito principal al visitar al prójimo no es simplemente llevarles asistencia material. Cualquiera puede hacer eso, y si midieramos el éxito únicamente en pan, probablemente podría ser entregado de manera más eficiente por Amazon; pero si creemos, como decimos, que el hambriento es Cristo, seguramente estamos llamados a hacer más que poner una hogaza de pan en su porche.
En una entrañable escena de la película Monsieur Vincent, de 1947, el santo explica que «Solo por tu amor los pobres te perdonarán por el pan que les das». Más importante que lo que damos es la manera en que lo damos: no cuidadosamente medido desde nuestras economías, sino derramado desde nuestros corazones. Para Federico, esta devoción es lo que impide que las Conferencias «degeneren en oficinas de beneficencia» (carta a François Lallier, de 11 de agosto de 1838). La ayuda que ofrecemos está guiada por «la inspiración del corazón que a los cálculos de la razón» (carta a Léonce Curnier, de 4 de noviembre de 1834).
Al fin y al cabo, una barra de pan o una factura de la luz no son más que comodidades temporales; llevar más de ellas no hace que lo sean menos. Como observó Federico, «una ayuda de pan, de dinero, es bien poca cosa comparada con las ayudas que la religión nos dice que tenemos obligación de aportar a las almas enfermas» (Informe de 1834). Como nuestra Regla aún nos recuerda, «los vicentinos nunca deben olvidar que dar amor, talentos y tiempo es más importante que dar dinero» (Regla, Parte I, 3.14).
Estamos llamados a servir en esperanza; no la esperanza de una factura pagada, un vientre lleno o una palabra de consejo práctico. Todas esas cosas, por importantes que sean en el momento, pasarán. Estamos llamados a llevar con nosotros lo que el papa Benedicto XVI llamó la «esperanza más grande que no puede ser destruida» (Spe Salvi, 35).
La poeta Maya Angelou dijo una vez que «la gente olvidará lo que dijiste, la gente olvidará lo que hiciste, pero la gente nunca olvidará cómo los hiciste sentir». Así sucede con los prójimos a quienes servimos. Olvidarán las compras de comestibles o la factura de la luz; esas cosas cualquiera puede traerlas. Pero a través de nuestra visita, ya no se sentirán avergonzados, ya no se sentirán olvidados, ya no se sentirán solos. Se sentirán amados, por nosotros y por el Dios que nos envió.
Contemplar
Con mis acciones y mis modales, ¿reconforto en todo momento al prójimo con el amor de Dios?
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