Ha habido épocas, tanto en la historia del pueblo judío como en nuestra propia Iglesia, en las que existía una amplia línea divisoria entre el clero y el resto del pueblo creyente. Era casi como si ambos estuvieran en contenedores separados, cada uno claramente segregado del otro. Estos tiempos no han sido los más productivos para llevar a cabo la única misión que Dios dio a todos. Separados el uno del otro, surgieron malentendidos, sospechas, ineficacias e incluso rivalidades que empañaron el impacto global de la misión.
Escenas del Antiguo y del Nuevo Testamento cuentan una historia diferente.
En el Libro de los Reyes (8,1-7), todo el pueblo judío bajo el mando del rey Salomón, y no sólo los sacerdotes, se reúne para recoger las dos tablas de piedra entregadas a Moisés y llevarlas a Jerusalén. Cooperan en esta empresa para establecer el Templo que alberga el Arca de la Alianza. En el evangelio de Marcos (6,53-56), cuando Jesús y sus discípulos desembarcan en la orilla del lago, la gente del campo colabora con ellos para transportar a todos los enfermos de la zona a los lugares donde Jesús puede encontrarlos y curarlos.
En estos y otros muchos casos, vemos que la misión de Dios se lleva a cabo con mayor eficacia cuando colaboran clérigos y laicos.
Si hubiera que destacar un santo en la historia de la Iglesia que recoge este tipo de colaboración, es nuestro Vicente de Paúl. Para difundir el Evangelio, unió a todos los miembros de la Iglesia en su misión común. Su enfoque es especialmente evidente en las diferentes sociedades de laicos que fundó para trabajar junto con sus hermanos y sacerdotes en llevar la Buena Nueva y las Buenas Acciones del Evangelio de Jesús a la gente de su tiempo.
Este instinto de reunir a todos al servicio de la misión de la Iglesia continuó después de su muerte. Un brillante ejemplo de ello fue el trabajo emprendido en los barrios pobres de París por una Hija de la Caridad de la comunidad de Vicente, sor Rosalía Rendu. Reuniendo a hombres y mujeres laicos con ideas afines, encabezó toda una serie de esfuerzos de gran alcance para aliviar las terribles condiciones de vida entre los habitantes de los barrios marginales de aquella ciudad.
Su ejemplo inspiró a numerosos católicos laicos a unirse a su esfuerzo. Entre ellos destacó nuestro Federico Ozanam, fundador de la organización que hoy conocemos como la Sociedad de San Vicente de Paúl. Tanto él como sus colegas buscaron el ejemplo y la inspiración en sor Rosalía.
De lo que se trata es de subrayar cómo la cooperación entre todos los miembros de la Iglesia favorece la misión de la Iglesia de llevar la Buena Nueva del Señor a todos. La colaboración y no la separación, el clero y los laicos trabajando juntos y no separados unos de otros, es una fórmula probada para la eficacia apostólica y, de hecho, para un discipulado enriquecedor.
Nosotros, en la Familia de san Vicente, nos inscribimos sólidamente en esta tradición de cooperación entre el clero y los laicos. Sus seguidores a lo largo de los años han sido las Damas de la Caridad, la Sociedad Vicente de Paúl, las Hijas y Hermanas de la Caridad, la Juventud Mariana Vicenciana, la Oficina de Solidaridad Vicenciana, por nombrar sólo algunas. Estas organizaciones mundiales dan testimonio de esta predilección de Vicente por reunir a todas las filas de creyentes al servicio de la Iglesia y, especialmente, de su ayuda a los pobres de este mundo.
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