El Miércoles de Ceniza sigue al Mardi Gras («Martes Gordo»). Son días de contrastes. Uno se basa en la fiesta, los desfiles y los colores. El otro se basa en el ayuno, las procesiones y la ceniza. Para celebrar ambos, podemos permitir que la transición oriente nuestros pensamientos.
Podemos hablar del Mardi Gras como si tuviera su origen en fiestas y celebraciones paganas caracterizadas por el exceso y la decadencia. Tal actitud podría hacer que una persona cristiana evitara este tipo de celebraciones. Uno podría preferir que fuera un día solemne de reconocimiento de los pecados de nuestro mundo, a medida que nos acercamos al Miércoles de Ceniza y al Tiempo Santo de la Cuaresma. Pero puede servir para otra cosa. Podríamos utilizarlo como un día en el que reconocemos lo bendecidos que somos en este orden creado y cómo deberíamos dar gracias por ello. Podríamos ser más conscientes del número y la naturaleza de nuestros recursos y empezar a pensar en cómo utilizarlos más generosamente al entrar en el tiempo de Cuaresma con sencillez. El Mardi Gras también podría hacernos creer que tenemos el control y que podemos tomar todo tipo de decisiones sobre nuestra vida. El día siguiente disipa esas impresiones.
Si el Mardi Gras nos conecta con los dones de la creación en nuestro mundo, el Miércoles de Ceniza puede recordarnos nuestra propia creación.
Entonces Yahveh Dios formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo. (Génesis 2,7)
Mantengo mi compromiso con la fórmula tradicional de administración de la ceniza: «Recuerda que eres polvo y al polvo volverás». Somos criaturas de esta tierra y no podemos separarnos de nuestro mundo. El propósito de las cenizas y de la Cuaresma implica un aprendizaje para desprendernos de nuestras nociones de dominio y aceptar la realidad de nuestra condición.
«Volverás a la tierra, de la que fuiste tomado;
Porque polvo eres, y al polvo volverás». (Gn 3,19)
Cuando aprendemos a desprendernos de todo lo que nos retiene —nuestro exagerado sentido de control, de poder, de conocimiento, de posesiones— experimentamos una libertad que abre nuestras vidas a un seguimiento de Cristo que nos eleva y nos impulsa hacia adelante. La aplicación de la ceniza en señal de cruz nos recuerda el camino del Señor.
Sabemos cómo toda la vida de Jesús fue un «dejarse llevar». Se entregó por completo a la voluntad del Padre en su vida. Escuchamos esta verdad desde sus primeros años («¿No sabíais que debía estar en la casa de mi Padre?» [Lc 2,49]) hasta sus últimos días («No se haga mi voluntad, sino la tuya» [Lc 22,42]).
El Mardi Gras puede recordarnos lo bendecidos que somos en esta realidad. El Miércoles de Ceniza nos recuerda la poca autoridad que tenemos en última instancia. El viaje cuaresmal comienza con una llamada a «soltar» lo que nos retiene (incluido nuestro orgullo y posición) y seguir a Jesús por el camino que lleva a la cruz y a la resurrección a una nueva vida. Aceptar con firmeza las lecciones del Miércoles de Ceniza nos pone en el camino correcto. Me cautiva la experiencia de Pablo:
Tres veces supliqué al Señor que me quitara [esta espina en la carne]. Pero él me dijo: «Te basta mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad». Por tanto, con mayor razón me gloriaré de mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo (2 Co 12,8-9).
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