María, animadora de nuestra fe

por | Nov 18, 2023 | Formación | 0 comentarios

En estos tiempos de incertidumbres y zozobras, bueno será aclarar nuestras ideas sobre temas fundamentales de nuestra vida cristiana. Aprovecho la ocasión de la fiesta de la Milagrosa, en todo el mundo cristiano, para intentar aportar luz y devolver la esperanza a tantos cristianos de hoy que deambulan envueltos en la neblina de los cambios.

Hay que empezar por situar a María en el contexto de la historia de la salvación, en el papel que Dios mismo la otorgó en esta misión única. Y habrá que tener también valor para desmitificarla y desconectarla de tantas devociones ñoñas y populacheras que nada tienen que ver con una auténtica devoción, fundamentada en la revelación, en su unión íntima con Dios y en su fidelidad al plan de Dios. Las devociones exageradas, distorsionadas, más que favorecer la auténtica devoción, la entorpecen y la desacreditan.

Cristo es el único centro de nuestra vida y el centro de referencia de nuestro caminar por la vida. María es el dechado más perfecto de esta fidelidad al plan de Dios en la historia de la salvación; por eso, el modelo más cercano de nuestra vida cristiana. La devoción filial, auténtica, a María solo tiene sentido en la medida en que nosotros, sus hijos, somos imitadores de sus virtudes, como ella fue modelo de escucha y fidelidad al mensaje y a la vida de su Hijo.

Lo que no es la fe

Hay que empezar por aclarar el sentido de la fe cristiana, guía de nuestra relación con Dios y con los demás. Y, por extraño que parezca, para entender lo que es la fe hay que empezar por decir lo que no es la fe, para clarificar el auténtico sentido de la fe. Aquí resumo lo que piensan algunos teólogos sobre esto:

“La fe no es visión de Dios, ni pura razón, sino algo intermedio, por decirlo de alguna manera; es como una luz proyectada en la pantalla de nuestra razón que nos ayuda a descubrir a Dios más allá de las posibilidades de percepción de nuestros sentidos…”

“Tampoco es un tranquilizante, sino un combate, un remar violento contra las olas del mar embravecido… Menos aún podemos considerar la fe como un sentimiento, más bien es una convicción razonable, aunque superior a la razón… Ni es una evasión, una huida del mundo, sino una visión nueva, auténtica, mucho más rica del mundo y de lo que existe… No es negación sino afirmación; no es ignorancia, sino sabiduría; no es destrucción de la personalidad del hombre, sino crecimiento del hombre hasta su plenitud; no es atrofia de los sentidos, sino superación de los sentidos, es como un sexto sentido superior… No es una porfía, sino un diálogo amistoso; no es una pregunta, sino una respuesta; no es egoísmo, sino servicio… No es desprecio del mundo, sino una entrega a él con amor: es necesario amar para creer, pues la fe es un ofrecimiento total y una posesión total; el que cree lo hace por amor. Búsqueda, ansiedad, riesgo, aventura…, se hermanan en la fe con alegría, paz, seguridad y confianza…”

La fe en sentido positivo

Traducido al sentido positivo podemos decir que “La fe es una actitud humilde, una aceptación silenciosa y reflexiva, un caminar continuo, sin desfallecimiento al encuentro definitivo con Dios. Nunca terminaremos de creer del todo, porque Dios no cabe en nuestro pequeño cerebro. Por eso nuestra actitud correcta será siempre la de aquel buen hombre del evangelio que le dijo a Jesús: Señor creo, pero aumenta mi fe…”

Por todo esto María se presenta ante nosotros como modelo acabado de nuestra fe: “La fe es la venida de Dios a nosotros; Dios que penetra en la inteligencia del hombre; es una luz de Dios que ilumina y levanta nuestro espíritu por encima de lo normal; es Dios mismo que atrae a todo hombre a conocerlo y a participar de lo que Él es y de lo que Él sabe…”

“La fe es ante todo la adhesión humilde de la inteligencia, empujada por la voluntad, a la palabra de Dios. Dios es pues y solamente Él, el objeto de nuestra fe; su palabra es el faro que ilumina su imagen, su poder y su sabiduría; es también la roca en la que se apoya la debilidad de nuestra firmeza en la fe…”

La fe de María

Ya tenemos los datos para adentrarnos en el misterio de la fe de María, como modelo de referencia de nuestra fe.

Vamos a entrar despacio, los pies descalzos, en el pequeño oratorio personal de María. Ella, como buena hija de Abrahán, mantenía viva, a flor de piel, la esperanza mesiánica: estaba convencida de que el Salvador estaba ya al caer, llamando a las puertas de la casa de Israel… Todos los días recitaba en actitud contemplativa las palabras del profeta Isaías: “¡Destilad, cielos, vuestro rocío, lloved nubes al Justo. Que se abra la tierra y que germine el Salvador!” Y aquel día tan especial, de pronto, un resplandor inusitado inunda su santuario doméstico. El rostro de María se enciende; sus manos se mueven temblorosas ante el misterio, sus oídos no aciertan a entender del todo aquella voz angelical que la saluda: “Llena de gracia, he aquí que concebirás y darás a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del Altísimo…” Temblorosa, anodadada, María bisbisea: “¿Cómo será eso si no conozco varón?”

No duda, no pide explicaciones racionalistas. Solo quiere conocer mejor la voluntad de su Dios para poder cumplirla más perfectamente. Y la respuesta, nítida, diáfana, penetra sus oídos vacilantes: ”El Espíritu Santo descenderá sobre tí y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra…” Y María se sumerge en la palabra de Dios anunciada por el ángel. Calla, acepta y contempla. “He aquí la Esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra…”

María, modelo acabado de nuestra fe

Y María, que no podía contener en su pecho tanto gozo, corre a compartir con su prima Isabel la buena noticia. Y Dios, por boca de Isabel, proclama la grandeza de la pequeñez de su esclava. “Bienaventurada tú que has creído porque tendrá cumplimiento lo que te ha sido prometido de parte del Señor”

Podríamos decir que este es el resumen de la vida de María: actitud de humilde sumisión contemplativa ante la palabra de Dios. Cada paso que da, cada respiro, cada pensamiento es un sumergirse profundo en Dios; cada mirada a la debilidad de su hijo en Nazaret, que llora, que tiene hambre y sed como los demás niños, es un éxtasis de fe; las palabras de su pequeño constituyen un ahondamiento en el misterio de Dios: “María conservaba todas estas cosas en su corazón”

Por eso Jesús podrá proclamarla públicamente más bienaventurada por su fe que por su maternidad biológica: “Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te dieron de mamar”, grito una madre en medio del gentío, tal vez queriendo congraciarse con el Maestro.

Y Jesús, sin negar este elogio de aquella buena mujer, más bien lo reafirma y lo despoja de un sentimentalismo maternalista: “Bienventurados, más bien, los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica” Como si dijera, “Mi madre es ciertamente dichosa por ser mi madre, pero más dichosa aún por ser la persona que mejor ha escuchado la palabra de Dios y la que mejor la ha hecho vida personal…

Y en el Calvario, María escala las más altas cumbres de fe que criatura alguna puede jamás alcanzar. Aquel retoño de sus entrañas, heredero del trono de David, liberador y restaurador del pueblo de Dios, como se le había anunciado; Aquel yacía ahora sangrante en la cruz, impotente y abandonado de todos, hasta de sus amigos más íntimos.

A pesar de todo, Aquel hijo de su esperanza y de su amor, seguía siendo, en su mente y en su corazón, el Rey del universo, el Redentor del mundo, el Salvador de las naciones… ¡Como creció junto a la cruz la fe de María en el misterio de Dios! Una vez más, y en esta ocasión más que nunca, ella no era más que la humilde esclava de su Señor que acepta sumisa el misterioso proceder de Dios…

P. Félix Villafranca, CM

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