Jesús nos da a conocer cómo se ama de verdad a Dios y al prójimo. Por amarlos, él tiene que sudar sangre y entregarse por completo.
Esforzarnos y sudar. Esto nos lo exige a los de la familia vicentina el amor a Dios (SV.ES XI:733). Es decir, no nos basta con saber y decir que el precepto principal y primero es: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser». Y que el segundo es como el primero: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Nos toca cumplir también lo que sabemos y decimos.
Hemos de reconocer, además, que los dos preceptos no se pueden separar. Es por eso que perder la oración para asistir a un pobre es «dejar a Dios por Dios» (SV.ES IX:297). Sí, los dos preceptos forman parte del mismo centro de toda la ley y los profetas. Y esto nos lo recuerda también el Papa Francisco.
Esforzarse y sudar esto lo hace Jesús por amor a Dios y a nosotros.
Que se pueda «dejar a Dios por Dios», indica esto que amarle es más que rezar. Y no se puede servir del culto del templo como excusa para pasar de lado y evitar al prójimo necesitado. Ni hay que tomar el rezo por oportunidad para tener en poco a los demás. De hecho, el culto verdadero supone ayuda a los pobres, y el rezo grato a Dios quiere decir justicia y bien para todos.
Y tal culto y tal rezo, claro, los practica Jesús. Encarna él la religión para con el Padre y la caridad para con los humanos (SV.ES VI:370). Es por eso que le toca esforzarse, extender los brazos en la cruz, sudar sangre. Así pues, él entrega su cuerpo y derrama su sangre.
Al amar así, nos da a conocer él el verdadero amor, más grande que el cual no puede haber amor alguno. Y al experimentar este amor, la prueba del amor que Dios nos tiene, logramos amar también. Sí, amamos, pues Dios nos ama primero.
Señor Jesús, concédenos esforzarnos y sudar por amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todo nuestro ser y amar al prójimo como como a nosotros mismos.
29 Octubre 2023
30º Domingo de T.O. (A)
Éx 22, 20-26; 1 Tes 1, 5c-10; Mt 22, 34-40
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