“Que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos”
Esd 1, 1-6; Sal 125; Lc 8, 16-18.
La liturgia de la Palabra nos invita a ser signos sensibles, y creíbles, de la presencia de Dios.
Comenzamos a leer el libro de Esdras, que habla sobre el regreso del exilio y la reconstrucción del “pueblo de Dios”, representado en la reconstrucción del Templo de Jerusalén, para lo cual, el gran rey de Persia, Ciro, juega un papel decisivo al redactar un decreto en el que exige a todos los pueblos bajo su reinado brindar a los judíos toda clase de ayuda. Por su parte, en el
Evangelio según san Lucas, se nos habla del otro gran Templo Vivo, que es Jesús, el profeta de Nazaret y evange- lizador de los pobres, que nos insiste que Él es la luz del mundo y quiere hacer también de nosotros luz de la presencia de Abba Dios; una luz que ilumine de tal manera a todos con su presencia restauradora y reconciliadora, que brinde al mundo toda clase de ayuda para reconocer a su Señor.
Señor, ¿qué tan dispuesto necesito estar para que no haya nada oculto que no llegue a descubrirse, de tal manera, que ya sea que hable o calle, sea expresión de tu presencia misericordiosa en el mundo? Amén.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Erick Fernando Martínez B., C.M.
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