Jesús es todo para todos. Lidera él a los que viven para los demás y no dejan de negarse, pues no buscan lo suyo, sino lo del otro.
Pedro es dichoso. Pues, en primer lugar el Padre, no la carne ni la sangre, le ha dado a conocer quién es Jesús. En segundo lugar, será también la piedra sobre la cual construirá Jesús su Iglesia. Mas pronto se hace piedra de tropiezo el dichoso. Y, junto con los demás discípulos, tendrá que negarse a sí mismo.
Pues aún piensa él como los hombres, no como Dios. Es decir, la carne y la sangre aún no se rinden del todo al Espíritu. Por lo tanto, el apóstol no logra aún captar que para vivir hay que morir.
Y esto que Jesús les plantea a los discípulos viene al caso de él y al de ellos también. Pues bien claro se les deja que ser discípulos quiere decir negarse ellos a sí mismos. Todo discípulo también habrá que tomar su cruz y seguirle.
Pero lo que Jesús dice y pronto cumplirá va en contra de lo que buscan la carne y la sangre. Es decir, los humanos anhelamos, por lo general, la vida cómoda y rica. Por lo tanto, no nos gustan los pesares. Buscamos vivir salvos y sanos. Y sufrir o pasar las fatigas humanas, de esto nos huimos.
Hasta no pocos de nosotros se hacen como el rico necio que se dice a sí mismo: «Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe, y date buena vida». O como el hombre rico que se viste elegante y banquetea de modo suntuoso todos los días. No le hace caso al que está tirado a su puerta, al pobre Lázaro.
Y peor nos resultará la situación si, al tratar de saciarnos de bienes, los apáticos nos volvemos orgullosos, codiciosos, injustos. Pues querrá decir esto malograr y deshumanizar la vida.
Para los de Cristo, negarse a sí mismos quiere decir ser hombres y mujeres para los demás.
Para hallar la vida, hay que perderla por Jesús. Es decir, hay que negarse a sí mismo para estar pendiente de los demás (Comentarios al evangelio 4).
Y llevar una vida de justicia y paz quiere decir no buscar no más el propio bien o bienestar. Tenemos que dejarnos seducir por la misericordia de Dios, hecha carne en Jesús. La carne de éste es nuestra comida y su sangre nuestra bebida. Para que nuestra carne y nuestra sangre cobren vida y espíritu, y logremos dar de comer y de beber también a los demás. Y dejar la capilla para abrirles la puerta a los pobres, es decir, «dejar a Dios por Dios» (SV.ES IX:297).
Señor Jesús, haz que cada discípulo o discípula logre negarse a sí mismo y sea un hombre o una mujer para los demás. Que te siga él o ella, sea como tú y halle la verdadera vida, la verdadera dicha.
3 Septiembre 2023
22º Domingo de T.O. (A)
Jer 20, 7-9; Rom 12, 1-2; Mt 16, 21-27
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