Cuando tengo el honor de hablar a un grupo vicenciano, a veces aprovecho la oportunidad para ver si tenemos alguna referencia de san Vicente hablando sobre la Escritura del día. Si nos fijamos en el Evangelio del Sembrador y la Semilla, podemos comprobar que ofrece algunas reflexiones maravillosas. En una conferencia a las Hijas de la Caridad en 1648, enseña:
«Nuestro Señor, para expresar la diferencia que hay entre las personas que escuchan su palabra, manifiesta en el evangelio que la palabra de Dios es semejante a la semilla que el labrador siembra en su campo. […] Esa buena semilla de la palabra de Dios cae en todos los corazones que la escuchan; esa hermosa palabra, esa santa y edificadora palabra, tiene que servir de alimento a todas las almas. Es como el grano que lleva el sembrador, que se ha de convertir en buen alimento si encuentra una tierra fértil donde pueda fructificar» (Sobre el buen uso de las instrucciones, SVP ES IX-1, 365-366, 1 de mayo de 1648).
Vicente reflexiona sobre la autoridad del Sembrador y el poder de la semilla, pero pasa la mayor parte del tiempo hablando de la tierra que debe recibir esta semilla. Reza para que entre las Hermanas «esta palabra divina encuentre buena tierra en la que echar raíces». Del mismo modo, en la parábola, la tierra recibe el mayor énfasis.
Si consideramos que cada uno de nosotros es el campo que recibe la semilla, podemos reconocer que existen diferentes tipos de terreno en la vida de cada uno de nosotros. A veces, somos como la tierra pedregosa que no acoge en absoluto la semilla. ¿Es posible que haya aspectos de la Palabra de Dios a los que estemos completamente sordos? ¿Hay enseñanzas que se nos escapan por completo porque no abrimos nuestro corazón? A veces, podemos ser como la tierra poco profunda que sólo permite que la semilla crezca a cierta profundidad. Podemos decirnos a nosotros mismos que escuchamos esta parte del Evangelio, pero no le damos el espacio necesario para que influya en nuestra forma de pensar o de actuar. A veces, podemos ser como la tierra en la que abundan las malas hierbas y las espinas que ahogan cualquier palabra que no esté de acuerdo con lo que ya creemos. Una parte de mí se pregunta si este último no es el tipo de suelo más peligroso. Otros sistemas de valores/autoridades ahogan el impacto del mensaje del Evangelio, y se lo permitimos.
Las interpretaciones que Jesús da a los tipos de tierra comprometidos en la parábola parecen bastante claras, pero a veces las propias interpretaciones son la semilla que no encuentra asidero en el oyente, en nosotros. No tenemos control sobre el Sembrador y la Semilla, pero la Tierra está firmemente dentro de nuestro ambiente.
Debemos tener en cuenta que incluso la buena tierra varía. A veces da fruto treinta veces, a veces sesenta veces y a veces cien veces. Una vez que hemos llegado a una verdadera comprensión de la palabra de Dios, no debemos pensar que hemos llegado a la meta. De esta comprensión pueden nacer numerosas formas más amplias, profundas y ricas de producir rendimiento.
La parábola del Sembrador y la Semilla dirige nuestra atención de manera contundente a la tierra que recibe el don de Dios. Vicente subraya nuestra llamada a hacernos tierra digna que acepte la palabra de Dios con impaciencia y expectación. Para esta gracia, buscamos ciertamente la inspiración del Espíritu Santo.
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