Al releer recientemente la biografía de San Vicente de Paúl escrita por André Dodin, me llamó la atención la frase que utilizó para hilvanar los diversos hilos de la vida de Vicente. Es decir, sus actitudes típicas, su modo de actuar, el tipo de proyectos que emprendía, las cosas que consideraba más o menos importantes, todo el conjunto de acciones e inclinaciones que conformaban su persona y su vida.
La frase que propuso el autor fue «El camino». Más que la suma total de las características y logros de Vicente, Dodin la entendía como un cajón de sastre para llegar a un estilo general, a una manera de caminar a lo largo de sus días.
Me he centrado en este concepto evasivo porque también es la palabra que utiliza Jesús para describirse a sí mismo. En el evangelio de Juan, el apóstol Tomás desafía a Jesús: «No sabemos adónde vas, ¿cómo podemos conocer el camino?» Y Jesús responde: «Yo soy el Camino (y la verdad y la vida)».
Jesús aquí está tomando para sí ese descriptor expansivo, «El Camino». Implica algo más que sus palabras, algo más que sus curaciones y milagros, algo más que su camino de sacrificio hasta el Calvario. Con ello se refiere a todo su Ser, a todo lo que enseña, a todos aquellos con los que entabla amistad y a los que incomoda, a toda su comunicación no sólo con la gente que le rodea, sino también —y especialmente— con su Padre, Dios. Todo esto y mucho más constituye su «Camino».
Jesús nos pide que le sigamos por este camino que todo lo abarca y nos atrae. Esto se traduce en dejarnos guiar por él, ciertamente fijando nuestra mirada en los hitos de su vida, pero aún más profundizando en nuestra familiaridad con él de persona a persona.
Significa presentarnos ante él con toda la apertura y receptividad de que seamos capaces. Sí, puedo ser capaz de recitar sus palabras y enumerar sus acciones, pero ese «conocimiento mental» objetivo no alcanza el grado íntimo de encuentro personal al que nos invita.
Nos pide que sigamos su Camino. Es decir, que veamos a través de sus ojos, que amemos con su corazón, que juzguemos con sus valores. Es invitarle a entrar en el interior de nuestras vidas, dejarle que se instale allí, y que nos guíe por el Camino que nos ha trazado: el Camino que es Él mismo, Jesucristo, Nuestro Señor.
¡Ven, Señor Jesús!
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