El 9 de mayo hemos celebrado la solemnidad de santa Luisa de Marillac. Esta fiesta nos ha invitado a reflexionar sobre Luisa, sus dones y su ministerio. En ocasiones, me sorprendo con una reflexión colateral.
¿Creéis que Luisa se habría referido alguna vez a Vicente como un «buen amigo»? ¿O que él la consideraría de la misma manera? Colegas, sí. Colaboradores, sí. Incluso confidentes, sí. ¿Pero amigos? No lo sé. La palabra parece demasiado popular, demasiado informal. Me los imagino muy educados y cordiales entre ellos. Sabemos que buscaban el consejo y la orientación del otro. Y sabemos que acudían a esta orientación. Pero me resulta difícil imaginar una conversación informal entre ellos. Ya sabes, «brainstorming» o «lanzar ideas» o «tantear el terreno». ¿Te los imaginas discutiendo de política o de las enseñanzas del papa o de las historias de las Damas de la Caridad? Todo esto no quiere decir que no tuvieran una relación maravillosa y fructífera, pero ¿eran amigos?
Confieso que he escrito este último párrafo con cierta sorna. Sospecho que mucha gente ha escrito abierta y convincentemente sobre la amistad de Vicente y Luisa. ¿Y el cariño que se profesaban? ¿Se ha tratado también con sencillez y energía? ¿Estoy revelando mi ignorancia sobre los escritos y las acciones de nuestros Fundadores?
Permítanme alejarme de esta pareja y plantear preguntas similares a otra pareja: María y José. ¿Con qué frecuencia hablamos de su amistad o amor mutuo? No me refiero en general, sino en términos interpersonales. Nadie negaría ninguna de las dos relaciones, pero ¿cómo las recordamos o hablamos de ellas?
En un maravilloso artículo sobre «Amistad y Evangelización en la Tradición Vicenciana» (Vincentiana 42-1, 1998), Patrick Collins C.M. escribe sobre la conexión de estos elementos en el pensamiento de san Vicente. Las Reglas Comunes enseñan (8:2): «Debemos tratarnos como buenos amigos».
No siento ninguna necesidad de defender la amistad o el amor mutuo de Vicente y Luisa. Pero sí quiero permitir que esa conversación abra el debate sobre las relaciones cercanas y la cooperación en la Familia Vicenciana. Es realmente necesario que exista una amistad entre nosotros, porque eso abre la posibilidad del servicio a los pobres. Las diferentes ramas, así como los diferentes miembros de nuestras organizaciones, aportan dones, conocimientos y capacidades especiales a los ministerios que compartimos. El poder buscar la ayuda y la orientación de unos y otros se convierte en algo esencial para el servicio eficaz de los que se nos confían.
Esta colaboración debe ser personal y de apoyo mutuo. Conocer los nombres y las historias de los miembros de otras ramas de la Familia permite enseñar y aprender unos de otros. Abre la posibilidad de una respuesta más completa a nuestros «amos y señores». Como Vicente y Luisa se demostraron el uno al otro, nadie puede hacerlo todo. Tanto la humildad como la sencillez apuntan a un servicio más eficaz.
La necesidad de amistad con los que buscan nuestros cuidados apunta a otro valor importante y vicenciano. La bendición de tal relación apunta al cumplimiento del Gran Mandamiento.
¿Buenos amigos? Sí, sé que Vicente y Luisa eran buenos amigos. Ojalá aprendamos de su ejemplo y permitamos que este conocimiento beneficie nuestras relaciones y nuestro servicio.
La amistad entre diferentes miembros de las diversas ramas de la familia vicentina ES una experiencia bastante reciente que estoy experimentando y es de una riqueza grandiosa y una cercanía que no hubiera imaginado. Y me refiero a las confraternidades vicentinas, alabo esta iniciativa, esta obra del Espíritu Santo que sigue creando cosas nuevas.