En el capítulo catorce del libro de Éxodo encontramos el famoso pasaje que describe el paso del Mar Rojo por los israelitas. Faraón, después de haber sido castigado por Dios, permitió que los israelitas fueran con Moisés. Pero, después de algún tiempo, el faraón cambió de opinión y envió a su ejército para traerlos de vuelta. Los israelitas, acampados cerca del Mar Rojo, vieron desde lejos a Faraón y su fuerte ejército avanzando hacia ellos en carros y caballos. Entonces, los israelitas, con gran temor, comenzaron a culpar a Moisés diciendo:
«¿No había sepulcros en Egipto para que nos hayas traído a morir en el desierto?; ¿qué nos has hecho sacándonos de Egipto? ¿No te lo decíamos en Egipto: “Déjanos en paz y serviremos a los egipcios, pues más nos vale servir a los egipcios que morir en el desierto?”». Moisés respondió al pueblo: «No temáis; estad firmes y veréis la victoria que el Señor os va a conceder hoy: esos egipcios que estáis viendo hoy, no los volveréis a ver jamás. El Señor peleará por vosotros; vosotros esperad tranquilos».
En nuestra vida cotidiana, hay muchas ocasiones que pueden hacernos temer y desesperar. La respuesta de mucha gente ante tales situaciones es la misma que la de los israelitas. El miedo y la desesperación en la vida espiritual es un pecado contra la virtud sobrenatural de la esperanza. Se dice que, para el diablo, la forma más fácil de hacer que alguien peque y vaya contra Dios es causando desánimo. Cuando hay desaliento, siguen muchos otros males.
El Papa Francisco en el libro, «Mente abierta, corazón creyente», explica el pecado de los israelitas contra la esperanza.
La gente, en su desesperación en el desierto, dice ‘No’ a la esperanza de un Dios vivo, prefiriendo así adorar a un ídolo. Dicen ‘No’ a la esperanza de un proyecto de salvación y anhelan las cebollas y el ajo de la esclavitud. Ellos dicen ‘No’ a ser conducidos.
El desaliento y la desesperación pueden desintegrar la fuerza, la combatividad y la resistencia apostólica. San Vicente, habiendo comprendido la importancia de la virtud de la esperanza, nos pidió a sus hijos e hijas que fuéramos celosos, que viviésemos activamente la virtud de la esperanza y el valor en nuestro apostolado. En el Evangelio, muchas veces Jesús nos ha dicho que no temamos. La base de nuestra esperanza es el Señor Resucitado que está con nosotros. Sólo cuando tenemos esta fe y confianza en Él, podemos esperar tranquilos y ver cómo el Señor peleará por nosotros y con nosotros, como Moisés le dijo a los israelitas.
Sobre el autor:
El P. Binoy Puthusery, C.M., es un sacerdote paúl perteneciente a la Provincia de India meridional. Fue ordenado sacerdote el 27 de diciembre de 2008 y poco después sirvió como coadjutor en Tanzania. En 2011, después de dos años de ministerio, fue nombrado Director Espiritual de las Hermanas Vicentinas de la Misericordia, en Mbinga, Tanzania. Actualmente reside en Barakaldo (España), y es formador en el Máster en Vicencianismo.
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