“Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: La paz sea con ustedes”
Hch 3, 11-26; Sal 8; Lc 24, 35-48.
El amor de Dios no cesará nunca, ni en nuestra vida ni en la historia del mundo. Es un amor que permanece siempre joven, activo y dinámico, y que atrae hacia sí de un modo incomparable. Es un amor fiel que no traiciona, a pesar de nuestras contradicciones. Es un amor fecundo que genera vida y va más allá de nuestra pereza.
En efecto, de este amor todos somos testigos. El amor de Dios nos sale al encuentro, como un río en crecida que nos arrolla, pero sin aniquilarnos; y se convierte en condición de vida: “Si no tengo amor, no soy nada”, dice san Pablo. Cuanto más nos dejamos involucrar por este amor, tanto más se regenera nuestra vida.
Verdaderamente deberíamos decir con toda nuestra fuerza: soy amado, luego existo. (Papa Francisco, 3 de septiembre de 2016).
Ayúdame, Madre Santísima, a descubrir la felicidad plena que sólo se puede encontrar en Dios y en el cumplimiento de su voluntad.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Laica colaboradora de la Parroquia Medalla Milagrosa de Narvarte, ciudad de México
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