Al entender el mundo como un sistema interconectado, podemos ver que existen dinámicas de agresión, pero también de simbiosis y cooperación, esenciales para el desarrollo de las especies y la vida, sea cual sea el ámbito. Optar por dinámicas de agresión y exclusión conduce a caminos de deshumanización y aniquilación. La fraternidad aparece como el «antídoto» que permitirá al mundo globalizado sobrevivir a la barbarie.
Laudato Si’ dice que «el amor fraterno sólo puede ser gratuito, nunca puede ser un pago por lo que otro realice ni un anticipo por lo que esperamos que haga. Por eso es posible amar a los enemigos» (§ 228), lo que nos lleva a mirar con interés el librito La fraternité, pourquoi? (2019), donde Edgar Morin contrapone a la forma darwinista de entender la sociedad una propuesta basada en la ayuda mutua y la cooperación. La obra El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida (1859) hizo que el nombre de Charles Darwin se asociara a una determinada forma de entender la evolución de las sociedades, de manera que la teoría de la selección natural justificaba la competencia entre los individuos y las diversas estrategias que llevan a que sólo sobrevivan los más aptos. Esta «selección natural» conduciría a la mejora y, por consiguiente, al progreso cualitativo. Sin embargo, Morin, basándose en el pensamiento de Pierre Kropotkine, especialmente en la obra El apoyo mutuo: un factor de evolución (1902), sostiene que la vida, más que en la competencia, se basa en la cooperación. Cada especie, al desarrollarse en un ecosistema concreto, demuestra que las que mejor se adaptan no son las más agresivas, sino las más solidarias. En cada ecosistema hay depredadores y agresores, que compiten con el entorno, pero también hay interacción positiva, simbiosis y cooperación, esenciales para el desarrollo de las especies y la vida, sea cual sea el ámbito. Véase, como ejemplo, la importancia de la polinización, donde la cooperación entre los insectos y los vegetales es esencial para la supervivencia de todos. Edgar Morin concluye que es la resistencia a la crueldad de todo lo que es depredador y amenazante para la vida lo que da lugar a las prácticas de ayuda mutua y complementariedad, capaces de crear amplios espacios de solidaridad, esenciales para que la vida exista. Esto demuestra la necesidad, siempre, de relacionarse con los demás, ya sea a través de relaciones parasitarias o depredadoras o mediante asociaciones o simbiosis. En síntesis, la existencia de la vida siempre implica conflicto y cooperación.
Desde este marco, se comprende mejor que, frente a los peligros comunes de alcance mundial —ya sean ecológicos, económicos, bélicos o de otro tipo—, Edgar Morin defienda la necesidad imperiosa de una fraternidad humana que salvaguarde nuestra comunidad humana de destino. El concepto de «fraternidad» reúne estos problemas de una manera única: como una especie de autoayuda, cooperación o comunidad; y como un vínculo familiar, laboral o político. Frente al enemigo, la miseria humana o la soledad, la fraternidad se describe quizá mejor con el sinónimo de «solidaridad». Ante el extranjero, el forastero o el que es diferente, por el motivo que sea, se llama «hospitalidad». Lo fundamental es que la fraternidad se caracteriza porque no puede ser impuesta por quienes tienen la autoridad, sino que debe surgir de cada individuo, ya que la fraternidad se caracteriza por las relaciones interpersonales afectivas y de afecto.
Pero hablar de fraternidad puede llevar a centrar la atención sólo en el sujeto individual y en aquellos que están físicamente cerca de él. Pero hoy vivimos en un mundo globalizado. La globalización, como fenómeno, se ha entendido como un proceso de interconexión social que se extiende por todo el planeta. La interconexión a escala mundial —y según los distintos periodos de la historia y las latitudes— ha permitido el intercambio de significados culturales entre distintas sociedades, por un lado, y la universalización de algunos conceptos e ideas, por otro. Por lo tanto, la globalización se percibe como una práctica subjetiva, que interconecta el conjunto global.
Así, la globalización puede ser simplemente el nombre dado a una matriz de procesos que extienden las relaciones sociales a través del espacio mundial, pero la forma en que las personas experimentan estas relaciones es bastante compleja, cambiante y difícil de delinear. La pertinencia de un enfoque «global» para entender el mundo radica en que es necesario prestar atención a los fenómenos culturales de la globalización para entender los acontecimientos particulares a la luz de la misma, pero también a la inversa. Hay muchos fenómenos que, aunque ahora sean globales, nacieron en un contexto social concreto. Y es en este contexto en el que se hace más imperativo «fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana. No hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan aislarnos, y por eso mismo tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia.» (§ 52).
P. Luís M. Figueiredo Rodrigues CM
Fuente: https://www.padresvicentinos.net/
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